viernes, 5 de abril de 2013
'G.I.Joe: la venganza', testosterona lapidaria
Ya la primera parte hacia gala de una estulticia supina oculta, más bien enterrada, bajo mucho ruido, más efectos visuales, ingentes cantidades de poses, borbotones de chulería y la más total y completa ausencia de algo remotamente parecido a un guión sólido. Con esos mimbres, el que ‘G.I.Joe‘ (‘G.I.Joe: the rise of Cobra’, Stephen Sommers, 2009) fuera un relativo fracaso de taquilla en Estados Unidos —150 millones de recaudación para 175 de inversión— no era suficiente garante como para que la Paramount dejara de lado la oportunidad de volver a machacar con una secuela el sentido del decoro y el buen gusto que habían dejado por los suelos con tan horrendo ejercicio cinematográfico.
Dicho y hecho, tres años después, y con toda la parafernalia, la pompa y la circunstancia que tiene que revestir un filme de 130 millones —no se ha cumplido aquí, lógicamente, la regla no escrita de que las secuelas siempre cuestan más que las primeras partes— ha desembarcado en nuestras pantallas ‘G.I.Joe: la venganza‘ (‘G.I.Joe: retaliation’, Jon Chu, 2013), logrando que su primer fin de semana en taquilla, con 55 millones en Estados Unidos y 130 a nivel mundial, haya sido más que suficiente argumento para que los ejecutivos de la Paramount estén prestos a dar luz verde a una tercera parte con la que seguir atentando contra el respetable.
Carece de sentido perder aquí el tiempo en desgranar el argumento de esta segunda entrega de las aventuras de los Joe. Baste con decir que hay unos buenos que pegan muchos tiros que se enfrentan a unos malos que también pegan muchos tiros pero que tienen peor puntería y por eso terminan perdiendo. Entre medio, Jon Chu, directorcillo de tres al cuarto que cuenta en su haber con el dudoso honor de haber rodado el ‘Justin Bieber: never say never‘ (id, 2011), menea la cámara con mucho salero —hay quien diría que con un salero muy compulsivo— para que no nos percatemos de sus infinitas carencias, algo que tampoco importa en exceso dado que el montaje tapa de manera estridente lo inane de la realización, cumpliendo así con la máxima del cine de acción actual de “cuantos más planos por segundo, mejor”.
Ante la constante barbarie visual con la que la cinta trata al espectador, a éste no le queda otra que acomodarse lo más confortablemente posible en la butaca del cine y esperar que no le salpique mucho la ¿sangre?. ¡Ah no, un momento! ¡Si no hay ni gota de hemoglobina!. Como ya pasara con la infame ‘La jungla: un buen día para morir‘ (‘A good day to die hard’, John Moore, 2013), la violencia visual de la que hace gala ‘G.I.Joe: la venganza’ se autoimpone el ser lo más inofensiva posible para así no maltratar las maleables mentes de los jovenzuelos norteamericanos que acudan en tropel a ver la cinta evitando, claro está, que estos salgan a la calle con ganas de matar, matar y matar. La hipocresía que ello demuestra es de una entidad tan descarada que añade muchos tantos negativos a la apreciación de una cinta a la que no le sobran puntos como para ir perdiéndolos tan alegremente.
Con sus acartonados personajes, sus aún más acartonadas situaciones y sus frases lapidarias por doquier —algunas de las cuales las tenéis como pie de las imágenes que ilustran el artículo; y no, no son inventadas—, el festival del humor en el que termina convirtiéndose el visionado de ‘G.I.Joe: la venganza’ hace que la cinta “sea tan mala que al final es hasta buena“, justo lo contrario de lo que pasaba con la quinta entrega de las aventuras de John McClane, carente del consciente sentido del despropósito que embriaga a todo el metraje de la presente producción: partiendo de unos arquetipos que no hay quien se crea, y de unos actores que están puestos ahí, bien porque no tenían otra cosa mejor que hacer, bien para lucir palmito, bien por tratarse de caras conocidas que ayuden a vender la cinta —lo que uno no es capaz de entender es que diantres hace por aquí RZA como maestro de artes marciales ciego (sic)—, ‘G.I.Joe’ va acumulando poco a poco situaciones que harían enrojecer de vergüenza a un crío de teta.
Con ejemplos a patadas a lo largo y ancho del metraje, resultan especialmente llamativos el asalto a la prisión donde se encuentra Cobra —con ese verborreico personaje del alcaide como la presencia más irritante de todo el filme—, la absurda aunque espectacular lucha en la montaña —que no hay quien se la crea pero es el mejor momento de la cinta— y la que supone la madre de todos los desmanes de la acción: la reunión de las potencias militares. Una secuencia toda ella plagada de sin sentidos y que termina convirtiéndose por méritos propios en la joya de la corona de los despropósitos que acumula el metraje, todo un tramo final que pone al descubierto que esto en realidad es una gran broma para que los amigos podamos ir en masa a verla y “partirnos la caja” a costa de sus idioteces.
Sólo así se explica lo que viene a continuación (por si a alguien le importa, alerta spoilers): reunidos a petición del malo que suplanta al Presidente de los E.E.U.U, los líderes de las potencias nucleares del mundo asisten impotentes a la liberación de todos los misiles del arsenal norteamericano en un intento del villano de acabar con el poder atómico y controlar él la mayor fuerza devastadora del planeta, un sistema de satélites capaces de destruir Londres de un plumazo. Mientras el villano se divierte con una partidita al Angry Birds en su móvil —como os lo cuento— todas sus contrapartidas deciden contraatacar, ¡sacando todos ellos sus respectivos maletines y activando la totalidad del arsenal nuclear en su poder! Y mientras, el público se pregunta atónito ¿pero no iban a una reunión para el armisticio universal? ¿a qué viene llevarse los controles del armamento?. Es entonces…no, no voy a seguir, me duelen las neuronas de intentar razonar algo tan irracional.
Y lo malo es que todavía no hemos alcanzado el cénit, un momento que llega en el enfrentamiento final entre “The Rock“ y Ray Stevenson en una lucha en el que el primero quiere hacerse con el maletín que controla los satélites para poder desmantelarlos. Una vez logra vencer al malote y abre el susodicho dispositivo asistimos al colmo de los esperpentos: a ver, Profesor Cobra, eres un villano villanísimo con aviesas intenciones que se ha gastado miles de millones en montar un sistema de satélites de tecnología punta. Vale que quieras tener a mano el control sobre los mismos. ¿Pero de verdad era necesario poner un botón gigante al lado del disparador que al apretarlo destruyera todo el tinglado sin ni siquiera preguntar si realmente estás seguro de que quieres destruirlo? ¿En serio? ¡Si hasta Windows pregunta si estas seguro de querer mandar a la papelera de reciclaje un insignificante archivo!
Lo dejo aquí. La mezcla entre risa y espanto es demasiado alarmante como para ignorarla. No contéis conmigo para relataros lo que dé de sí la tercera entrega. A más ver.
Autor: Sergio Benítez (Blog de cine)
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