En septiembre de 2009 llegaba a España ‘El secreto de sus ojos’, espléndido largometraje de Juan José Campanella que mezclaba con mucho tino el thriller como una brillante historia de amor entre sus dos protagonistas. La película se convirtió en gran éxito económico y, con todo merecimiento, se llevó para casa el Oscar a mejor película de habla no inglesa. Era de esperar que su productora quisiera explotar su éxito con otros títulos de corte similar, estando ahí la génesis de ‘Tesis sobre un homicidio’ (id., Hernán A. Golfrid, 2013), película que llega este viernes a los cines de toda España tras haber gozado de un gran éxito en su estreno en Argentina, donde ha ingresado ya más de 6 millones de dólares.
Apoyada por una fuerte campaña promocional en la que se está haciendo especial inciso en la frase ‘De los productores de ‘El secreto de sus ojos’ —¿desde cuándo compartir productor es garantía de algo?—, ‘Tesis sobre un homicidio’ únicamente se asemeja a la cinta de Campanella en que el protagonista de ambas es Ricardo Darín y en utilizar una trama dedicada a una investigación para dar caza a un peligroso asesino. Por lo demás, prefiere adoptar un peligroso esquematismo que bebe mucho de los thrillers americanos, algo que acaba traduciéndose en caer en todos los errores habituales de las producciones de ese tipo que quieren emular la obra de Alfred Hitchcock sin aportar más que lugares comunes y un suspense de baratillo apoyado en un guión que hace aguas por todas partes.
Un guión lamentable y unos personajes anodinos
La gran debilidad de ‘Tesis sobre un homicidio’ está en su guión, ya que el libreto de Patricio Vega a partir de la novela de Diego Paszkowsky
adopta todos los tópicos de los thrillers americanos que pretenden ser
inteligentes siguiendo los cánones del cine de Hitchcock, pero a la hora
de la verdad caen en múltiples incoherencias y echan
mano de diálogos tan mecánicos que no consiguen atrapar en ningún
momento la atención del espectador, algo especialmente grava cuando
deberíamos estar ante una apasionante muestra del típico juego del gato y
el ratón entre investigador y criminal.
Ese aspecto es especialmente evidente con el personaje interpretado por un Alberto Ammann
que vuelve a dar claras pruebas de que ha elegido mal su profesión al
hacerse actor, ya que cree que con poner cara de interesante cada vez
que su personaje habla ya es más que suficiente para componer su
personaje. Los detalles, como nos recuerda varias veces la propia
película, son vitales y en su caso, como ya sucedió hace poco en la
endeble ‘Invasor’ (id., Daniel Calparsoro, 2012), brillan por su ausencia.En todo momento la película nos lo señala como el único posible autor del crimen —¿por qué si no iba a tener esa reacción cuando se descubre el cuerpo de la víctima?—, dejando así de lado cualquier posible juego entorno a la figura del falso culpable –la única duda posible es si la obsesión del protagonista está haciendo que se lo invente todo- que tanto y tan bien desarrolló Hitchcock. Esto hiere también a la película al dejar todo el peso interpretativo en un Ricardo Darín que hace lo que buenamente puede, pero el exceso de escenas de corte introspectivo en los que su personaje reflexiona sobre lo que toque en ese momento acaba por convertirlo en alguien cargante que sólo sirve para entorpecer el lánguido ritmo de la película.
Peor aún es el caso de Calu Rivero, joven actriz con cierta experiencia televisiva que realiza aquí su debut en la gran pantalla, ya que su personaje no sólo protagoniza una de las escenas más ridículas de la historia –ella en el cuarto de baño haciendo un presunto gran descubrimiento-, sino que su función primordial en el relato parece ser la de enseñar sus pechos en una escena totalmente gratuita –otro de los momentos reflexivos del personaje de Darín-, limitándose a ser una víctima potencial sin personalidad alguna durante sus demás apariciones en pantalla.
Las apariencias no engañan
Golfrid intenta engatusar al espectador con una puesta en escena que
se balancea entre el homenaje mal ejecutado y pequeñas piruetas que no
vienen a cuento de nada —el uso de travellings circulares o la
incómoda utilización de los primerísimos primeros planos en una charla
entre los dos protagonistas, etc.—. Los ecos de la memorable ‘La soga’
(‘Rope’, Alfred Hitchcock, 1948) son más que evidentes en el argumento,
pero Golfrid prefiere no dar apenas peso a la lucha intelectual entre
los dos protagonistas y va centrando sus homenajes en otros momentos –la
visita al museo nos remite a ‘Vestida para matar’
(‘Dressed to Kill’, 1980), y no es el único momento que recuerda al
cine de Brian de Palma- que a la hora de la verdad apenas aportan
relieve alguno al conjunto, creyendo que la película podría funcionar
por una puesta en escena ambiciosa, pero en la que todo parece incluido
sin una idea clara de lo que se busca conseguir.
Hace unos meses me quejé bastante de la mala utilización de los esquemas habituales del cine de Alfred Hitchcock por parte de ‘El cuerpo’ (id., Oriol Paulo, 2012), pero lo cierto es que ahí al menos se notaba la mano de un director solvente que no había sido capaz de desarrollar el guión. En ‘Tesis sobre un homicidio’ se incurre en los mismos errores –y quizá de forma más acusada-, pero con el agravante de que el realizador de la película sólo está más preocupado en parecer un buen director que en serlo realmente. Me duele pensar que una porquería de película como ésta esté asociada de una forma u otra con ‘El secreto de sus ojos’ cuando no estamos más que ante una vulgar copia de los thrillers menos inspirados que se hacen al peso en Hollywood. Una pérdida de tiempo.
Autor: Mikel Zorrilla (Blog de cine)
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