lunes, 22 de abril de 2013

Crítica de "Tierra prometida"


El piloto automático de Gus Van Sant y el talento de Mr. Damon

Ésta siempre será la ópera prima que Matt Damon nunca dirigió. Pero eso a Gus Van Sant no le importa: llegó in extremis, de apagafuegos para poner su cámara en este filme donde la autoría ha quedado diluida entre un texto original de Dave Eggers, un guión de Damon y John Krasinski, el trabajo de un grupo de actores con encanto y, finalmente, un director que logra pasar inadvertido, cualidad muy poco valorada en un cine para todos los públicos plagado de paliceros tratando de dejar su sello. De hecho, le importa también un bledo que llevemos una doble contabilidad con su curiosísima filmografía, como si le pillásemos saltándose un semáforo en rojo cada vez que hace una película comercial. Damos el alto desde ya: con Tierra prometida, Van Sant no sólo se pone al servicio de la historia, sino que revisita la fórmula que inauguró con El indomable Will Hunting: vuelve a ponerse además al servicio de sus amigos. Nada (malo) hay pues que comentar de una dirección transparente, que deja fluir un relato que han querido vendernos como un debate entre la protección del medioambiente y el futuro de la energía. Paparruchas. O más bien la excusa eterna para presentar el doble choque que va de lo general a lo particular, en la tradición de Capra o Sturges, del buen americano ante su moral particular por un lado y ante la sociedad por el otro. 

Lo que en otras manos podía haber sido un desastre, aquí resiste con el piloto automático artesanal de un cine que tiene algo de falso compromiso setentero hecho vintage, pero que en realidad funciona como un filme de vuelta a casa, pero sin volver a casa de verdad. Matt Damon está a punto de lograr el salvoconducto johnwaynesco que le permite, desde sus camisas de cuadros bien rellenas, ser él mismo siempre y a la vez resultar diferente (y solvente) en todos sus personajes, mientras revolotean a su alrededor actores sobrados de talento (Frances McDormand, Hal Holbrook, Rosemarie DeWitt y el nuevo colega de máquina de escribir de Damon, Krasinski) con el tempo justo para dar alma a un guión agradablemente ajustado, que limita las ilusorias pretensiones de conciencia ecológica de una película que es ante todo la historia de un ajuste de cuentas con uno mismo: ese tipo que creía odiar todo lo que en realidad le hacía mejor persona. 

VEREDICTO: Una película mucho más sofisticada de lo que su envoltorio macarra sugiere.

Autor: Carlos Marañón (Cinemanía)

 

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