miércoles, 24 de abril de 2013

Crítica de "Oblivion"

 

Tom Cruise y el apocalipsis según Joseph Kosinski ('Tron Legacy').

 

Hasta que Star Wars proporcionó el antídoto (para bien o para mal), la ciencia-ficción de cine padeció los efectos de un virus inoculado por Stanley Kubrick, Arthur C. Clarke y su 2001: el afán de trascendencia. A fin de salvar al género de los tapacubos volantes, era imperativo subrayar que sus historias abordaban temas 'profundos' sobre el lugar de la humanidad en el cosmos, etcétera. Tras aquella dosis de banalidad con coartada de culto llamada Tron Legacy, Joseph Kosinski ha caído en esa misma trampa: si su revisión de la fábula informática de Disney pecaba de pretenciosidad hueca, el director ha bañado esta Oblivion con tales cantidades de épica forzada que la reacción de este crítico ha oscilado entre el aburrimiento y la risa floja.

Al igual que en Tron Legacy, Kosinski demuestra aquí que sus mayores virtudes se hallan en lo estético: esta película cuida con igual mimo la presentación de un páramo desierto que el diseño de interiores de un hogar futurista. El talón de Aquiles del director se halla, por el contrario, en la mera capacidad narrativa. Con un tratamiento menos enfático, podríamos estar ante un cuento interesante de fantasía, aventuras y soledad. Pero con cada diálogo presuntamente emotivo (lo sentimos, Morgan Freeman), cada cita presuntamente culta y cada fanfarria electrónica de M83, la falta de humor y el exceso de solemnidad se imponen, y aplastan.


Para colmo, un giro de guión que debería dejar al espectador clavado en la butaca sólo sirve de aperitivo a un último tramo que, buscando el clímax, se hace interminable. En cierta ocasión, uno llega a pensar que si Tom Cruise y Olga Kurylenko encontrasen la cabeza de la Estatua de la Libertad durante una de sus excursiones postapocalípticas, la cosa mejoraría. Pero no: la pareja sólo encuentra la repetición ad nauseam de un cliché mucho más antiguo de lo que ellos creen.

VEREDICTO: Una historia con muchas posiblidades arruinada por un tratamiento demasiado solemne.

Autor: Yago García (Cinemanía)

 

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