miércoles, 17 de abril de 2013

Crítica de "To the Wonder"



Me enfrento a esta crítica sin saber muy bien qué es lo que tengo delante. Si un film intimista, en el que el director pretende contar la misma historia desde diferentes puntos de vista, o un lienzo en blanco cuya intención es dar al espectador libertad para la propia interpretación.

Por lo que sé de Terrence Malick y no es mucho, todo sea dicho, y sólo habiendo visto To the Wonder y su trabajo anterior en El árbol de la vida, me puedo hacer una ligera idea del marco emocional en el que se desarrolla su filmografía. A mi entender, se trata, y es posible que peque de simplista, de aquello que sentimos y pensamos, pero no sabemos decir.


En la cinta que nos ocupa, como en las anteriores, el uso de imágenes preciosistas y sensoriales es una constante, de hecho, sin ellas no hay film. Son protagonistas en primer término, desplazando a un segundo lugar a los personajes, los cuales, en el fondo, te dan un poco lo mismo. La experiencia, más acusada en El árbol de la vida, es sinestésica. En algunos momentos consigue que sientas el viento en la cara y hasta el frío en los pies. ¿Pero, hay historia? Si te preguntan, “¿de qué va To the Wonder?”. De crisis.

Crisis de fe, de vida, de amor. Cada personaje la vive en la intimidad, interactuando de manera casi anecdótica, con los que le rodean. Habitantes de un pequeño pueblecito de alguna parte de Estados Unidos. Una pareja, ella y él. Ben Affleck y Olga Kurylenko. Se quieren mucho, como la trucha al trucho. Él le ofrece una vida mejor, segura, tierna. En la que la hija de ella viva libre y feliz. Todo va bien, pero no es suficiente. ¿Por qué? Un cura, Javier Bardem, tiene su iglesia y sus fieles feligreses que le consideran la única esperanza para sus complicadas vidas. Pero no es suficiente, ¿por qué? Y eso es todo.



La cinta no te da ninguna explicación de porqué tienen dudas, ni qué es lo que quieren. ¿Qué es lo que buscan? El crecimiento y desarrollo de los personajes y en resumen, de la historia, depende en exclusiva del espectador. Del momento emocional y espiritual de uno mismo. Es una coexistencia vital. Un binomio imprescindible para la reacción en cadena. Si estás en ese punto, el film te permite rellenar los huecos, poner los cromos en tu álbum y componer las historias, hasta darles sentido en tu cerebro, sin que chirríen demasiado. Sin embargo, si tu momento personal no coincide ni por asomo con lo dicho, es cuando la película se convierte en un mueble de IKEA. Bella, delicada y de diseño, pero imposible construir algo con sentido para cualquier mente racional.

En resumen, el problema/virtud de esta película, es que no es algo racional, es algo emocional. Como film es cuestionable, como historia, podría llegar a ser perezosa. Pero yo, como espectadora, agradezco que en ocasiones me cuenten cosas puras, sin más.

Autor: Laura García (lashorasperdidas)


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