martes, 2 de abril de 2013
Crítica de "Los últimos días"
Sin explicación aparente, el apocalipsis en forma de ataque de pánico colectivo. Los seres humanos son víctimas de un ¿virus? agorafóbico que les impide salir al exterior. Refugiados en el lugar donde les brotó la ansiedad –casas, lugares de trabajo, centros comerciales…–, los últimos hombres y mujeres de unos últimos días que parecen sacados del telediario de esta sobremesa están demasiado ocupados sobreviviendo como para buscarle la ciencia a esta ficción.
No es la primera vez que nos pasa algo así, ni es el último apocalipsis del que despertaremos, las cosas como son. Sin embargo, los hermanos Álex y David Pastor –que debutaron con la eficaz Carriers (Infectados)– pueden ponerse una medalla: nunca habíamos visto una Barcelona tratada a la manera de las superproducciones catastrofistas. Tirando de un diseño de producción muy inteligente y unos recursos –los justos– espléndidamente distribuidos, Los últimos días entra en esa categoría amenabariana o bayonense de lo que antes de que estos directores llegasen se conocía en este país popularmente como "parece-americana".
Prácticamente impecable en su factura y con una premisa que cualquiera imaginaría como excusa para lanzar metáforas sobre este momento "crítico" que vivimos, Los últimos días tiene el mismo problema que algunas películas recientes como Fin o Invasor. Su empeño por trasladar con credibilidad los códigos del lenguaje de Hollywood es tan grande que inevitablemente descuida facetas que, no siendo tan aparatosas, son igual de importantes que las que crean la ilusión de blockbuster yanqui en el espectador español.
Y aquí viene el drama. No se le discute a José Coronado su capacidad para componer personajes de una pieza, tipos a los insufla de carisma con o sin peinados imposibles. Sin embargo, esta vez no es suficiente con eso. La falta de sintonía con Quim Gutiérrez, que definitivamente no es un actor transgénero, hace que lo increíble no sea ese síndrome hikikomori que sufren. "Lo imposible" es creerse en sus bocas unos diálogos repletos de lugares comunes, de frases vistas en otras películas tras las que no hay ni un ápice de verdad. No se les puede culpar a ellos: cuando llegaban ya estaba escrito así. Y en el caso de Gutiérrez, quizá ni siquiera debería haber llegado a leerlo. Su elección es un error de cásting de libro. Del final, a medio camino entre la oda new-age y el anuncio de las mochilas Perona, es preferible no hablar demasiado y considerarlo un pecado de autoindulgencia buenrollera.
VEREDICTO: Buen punto de partida y gran factura técnica, pero no es suficiente para convencer al reparto de que… ¡el mundo se acaba!
Autor: Manuel Piñón (Cinemanía)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario