jueves, 4 de abril de 2013

Crítica de "Efectos Secundarios"


Steven Soderbergh sigue estrenando películas como quien estrena ropa, un par de veces al año, y en esa velocidad de crucero creativa, reforzada quizás por una necesidad de que el tiempo no se le escape de las manos sin ser productivo, no todos los trabajos del director consiguen llegar al excelente nivel que muchas veces nos ha mostrado. Da la sensación de que a veces prima más la cantidad que la calidad y no por falta de ambición, sino quizás de tiempo y calma para encontrar la voz de cada película y poder pulir cada historia hasta dejarla lo más libre de aristas e impurezas posible.


En el caso de Efectos Secundarios Soderbergh nos adentra en el mundo de la industria farmacéutica, pero a diferencia del enfoque dado en Contagio, escrita también por Scott Z. Burns, aquí se centra en el mercado de los antidepresivos a partir de una historia mucho más íntima que aquella película coral. Ese punto de vista no es nada desafortunado, ya que nada mejor para hablar de la depresión que tratar de introducirnos en la dinámica autodestructiva de una persona que la sufre.

La primera mitad del metraje se centra en la depresión y en los métodos utilizados para salir de ella, que pasan casi siempre por el obligado peaje de los fármacos. Unos fármacos cuyos efectos no son siempre los deseados y tras los que se ocultan muchos intereses económicos. De manera más o menos acertada y con una creciente calma chicha vamos siendo testigos del complicado proceso para superar una depresión y de la incomprensión generalizada del entorno del enfermo por mucha empatía que uno trate de tener.

El problema de la película llega en la segunda mitad, que se convierte en una película radicalmente distinta. Hay cambio de protagonista, de género, de tono e incluso de argumento. El drama íntimo da paso a un enrevesado thriller que, quizás por el descoloque de un cambio tan brusco y palpable, resulta forzado, retorcido y donde se percibe una especie de urgencia por darle la vuelta a toda la película. Una vuelta que no sería posible sin haber recurrido al burdo truco de engañar al espectador de la forma más chusquera posible, es decir, poniéndonos en la piel de un protagonista cuyas motivaciones y acciones reales se nos ocultan premeditadamente para favorecer la sorpresa efectista de la trama.

De alguna manera esos efectos secundarios a los que hace referencia el título se convierten en parte de la estructura de la propia película, una película donde, viéndolo con cierta distancia, cada una de sus mitades funciona relativamente bien por separado, pero que en conjunto sólo consiguen la unión gracias a la trampa y al engaño. Un problema que surge esencialmente del guión de Scott Z. Burns que falla allí donde acertó en Contagio. En ambas películas hay más de un protagonista, pero si Contagio conseguía funcionar bien por ser una película coral, estructurada en torno a un eje central (la evolución y erradicación de una epidemia vírica mundial), donde cada personaje mostraba una faceta distinta del problema, en Efectos Secundarios es imposible encontrar el punto de unión de dos historias más allá de la intención última del guión, que no es hacer llegar una idea, sino metérsela doblada al espectador.


La labor del director trata de jugar todas las buenas bazas de la película a su favor, dando al personaje de Rooney Mara el peso que merece, construyendo entornos propios del personaje que nunca dejan de resultar fríos e incómodos para el mismo, haciendo de la depresión una sensación muy presente pese a ser algo tan complicado de reflejar y que casi siempre se ha mostrado en el cine por cómo reaccionan las personas del entorno, no haciendo reales las sensaciones del enfermo. Juega fuerte por esa puesta en escena a sabiendas de que los derroteros de la historia no van por ahí y que no mucho después deberá traicionar todo lo mostrado. Así que sólo nos queda preguntarnos si, con una filmografía tan prolífica, realmente Soderbergh tenía necesidad de rodar esta película tan poco cuidada en su aspecto más básico y esencial.

Autor: Javier Ruiz de Arcuate (lashorasperdidas)



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