martes, 2 de abril de 2013

Crítica de "G.I. Joe: La Venganza"


Cuando Stephen Sommers decidió que la primera entrega de G.I. Joe tenía que reproducir la sensación de estar jugando con los moñecos en tu habitación, consiguió una cosa que su secuela necesita desesperadamente y no tiene: nuestra condescendencia. La primera entrega pudo ser mala, pudo ser buena, pero era inocente y completamente inofensiva (y eso que tenía a un Wayans). Por contra, G.I. Joe: La Venganza se mueve, durante la mayor parte de su metraje, en el tono militarista que ahoga nuestras aventuras infantiles en un mar de músculos, testosterona, banderas, y sustituye durante la mayor parte del metraje a héroes por macarras, que no soldados, con pistolas muy grandes.

Pero si queréis seguir con la tortura, acompañadme. Veréis, tengo muchos problemas con el concepto “nueve partes de Ejército y una de fantasía”, primero porque lo veo innecesariamente cruel y adulto para una producción de estas características; y además me parece contraproducente para la película en sí: transforma “perdonables” agujeros de guión –porque muchos de ellos dejan volar la imaginación– en verdaderos lastres para su desarrollo por la “seriedad y realismo” que se desprende tanto de la actitud de sus personajes como de la puesta en escena. Para seguir la tradición impuesta por Michael Bay (pero sin la pasión sociopática que distingue al director en este ámbito) y seguida en Battleship, G.I. Joe 2 es un espectáculo de montaje acelerado, claroscuros y colores saturados. Nada que ver con la limpia y fluida puesta en escena de Sommers, a la que nos recuerda un cierto tramo del metraje –el más memorable– que comprende una fantástica pelea en rappel por las laderas de una montaña coronada por un templo ninja. No solo es la escena de acción más espectacular y mejor rodada del film, sino que pone en juego al personaje más awesome, Ojos de Serpiente, los mejores secundarios, como RZA como maestro ninja, a los mejores especialistas del género y recupera brevemente el sentido de la aventura. 


La historia de Ojos de Serpiente y su rivalidad con su compañero de entrenamiento, Storm Shadow, no deja de ser, sin embargo, completamente accesoria para la trama principal de la película : The Rock aplasta cosas con una Browning del calibre 50 y conduce enormes cacharros que arrancan colinas a bombazos. Es, en definitiva, la parte menos imaginativa de G.I. Joe, que en esta ocasión es abordada con particular sosería (incluso el tebeo sacaba excelente partido de la temática bélica; intentad leer el fantástico Shakedown –AQUÍ EL ENLACE A LA SINOPSIS, OJO SPOILERS–). En esta parte –los Joe tienen que limpiar su buen nombre y desenmascarar al camaleónico terrorista Zartan, cómodamente instalado en la Casa Blanca como presidente de los Estados Unidos– el film adquiere un tono de película de acción pedestre que prefiere por defecto hacer estallar cosas antes que imaginarse siquiera un escenario atractivo para ello (enésimo bombardeo en el desierto), elaborar un desarrollo variado (se inventan una misión de infiltración para confirmar la identidad de Zartan, aunque ellos ya lo saben, y luego van a casa de Bruce Willis que tiene muchas armas; clímax final) o reconciliarse siquiera con la parte más fantástica que capitanea Ojos de Serpiente –ni siquiera se toma la molestia de enlazarla correctamente–, y con la que es absolutamente disonante, tanto en riqueza de ideas como puesta en escena y coherencia con los personajes: el Comandante Cobra, mente maestra y protagonista primordial de la primera entrega, disfruta ahora de siete minutos de tiempo de pantalla, reducido a un doctor Gang de pacotilla.


¿Tiene The Rock la capacidad suficiente como para levantar este desastre? No, y no lo hará mientras siga aceptando papeles que se emperran en mostrarle simplemente como un Buick con dos ojos y una boca. Solo tiene personaje durante los diez primeros minutos, acentuados por su cómoda interacción con Tatum, en los que le vemos como Dwayne Johnson: un padre, con dos hijas, convencido de que en alguna de estas misiones extraordinarias la va a palmar en algún momento. Johnson te vende esas cosas de maravilla. Pero una vez se transforma en protagonista, la película se olvida de estas características con una dejadez que, de verdad, da bastante asco. No me gusta hablar mucho del film en lo que actores se refiere: o son un vacío (D.J. Cotrona) o cobran alegremente el cheque (Jonathan Pryce) o no deberían ni cobrarlo (Bruce Willis, en su segunda no-interpretación bochornosa en otros tantos meses). Particularmente desagradable es hablar de Palicki, una competente actriz en Friday Night Lights que aquí es reducida a dos tetas y un culo, representante de la carga sexual pajeril que acompaña a G.I. Joe 2, cuando en la primera entrega disfrutábamos con las elegantes artes de seducción de la Baronesa. Palicki representa lo que simplemente asomaba en la primera entrega y que era innecesario llevar más allá: que la franquicia ha dejado de ser para los pequeños.

Autor: Rafa Martín (lashorasperdidas)

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