viernes, 19 de julio de 2013

The Conjuring (Expediente Warren)


The Conjuring es una exhibición de sentido común y savuafer. El contraste se acentúa en verano, territorio natural de películas en las que uno se pregunta si la gente que las hace es aficionada a conducir 500 kilómetros desde el centro solo para acabar cagando en la playa. En un primer nivel, The Conjuring es divertida de cojones. En un segundo nivel, por debajo, está extraordinariamente bien dirigida y finalmente, al fondo del todo, hace bien una cosa que no tendría por que hacer… y va y lo hace: emocionarme. Así que para quitarme lo gordo de encima, felicidades mil a James Wan, que ha realizado su mejor película sin discusión –en opinión de un servidor– y acudid al cine con la conciencia tranquila.

El film nos lleva a 1971. Es la historia de la familia Perron –el padre, Roger, (Livingston), la madre Carolyn (Taylor), cinco hijas– cuya nueva residencia está poseída por un espíritu demoníaco. Tras una serie de incidentes, el padre decide ponerse en contacto con Ed y Lorraine Warren (Vera Farmiga y Patrick Wilson), los demonólogos más importantes del país, para intentar sacarles del brete. Las diferencias más sustanciales comienzan aquí: mientras otro film de baja estofa se habría contentado en presentar a los Warren como un par de idiotas, The Conjuring nos muestra a profesionales en acción. Los Warren entran en esa casa a decir a la supuesta presencia con quién se están jugando los cuartos, resuelven el misterio en diez minutos, ponen un cohete en el culo al film, y dejan a James Wan una hora y cuarto para pasárselo como un completo enano.

Esto sucede porque The Conjuring hace gala de economía narrativa, que es una propiedad que tienen los directores de cine que tienen un perfecto concepto del film que te van a plantar delante. Wan es consciente de que quizás tiene ocho, diez minutos para dedicar a sus protagonistas. El director decide exprimir cada uno de esos segundos para conseguir que te impliques emocionalmente a sabiendas de que para el film no es prioritario. No tendría que hacerlo, en realidad: al fin y al cabo, es una de susteques. Decide hacerlo de todas formas y el resultado es espectacular, hasta el punto de que todos los puntos de giro del film dependen de factores emocionales y personales, en lugar de seguir las tradicionales reglas por las que es hay que combatir a la amenaza usando el Papiro de Anubis y la Caja de Dontgivafak. En lugar de eso, selecciona a sus ventajas más importantes, Taylor y una sensacional Farmiga, y tiene los huevos de permitir que escenas cruciales del film caigan sobre los hombros de estas actrices.

Protagonistas activos. ACTIVOS, gente. Ed Warren es una enciclopedia de casos raros, Lorraine es una extraordinaria y útil clarividente. Ambos se quieren y a pesar de su aspecto cripi, su profesionalidad y buen hacer inspiran automáticamente confianza en la familia –por norma, las interpretaciones mejoran ostensiblemente cuanta más interacción y dependencia hay, una regla capital que el género suele olvidar– Y donde muchos films del género presentan a su protagonistas papando moscas a la espera de que la guillotina les rebane en el cuello, The Conjuring destila verdadera sensación de enfrentamiento contra el terror, proporcionando al film interés y dinamismo. incluso los temibles hermanos Hayes (los del bodrio de La Cosecha) se reservan un interesante desarrollo por el que la amenaza termina afectando a los Warren de forma más íntima de lo que cabía esperar –es decir, encima no solo se preocupan por la familia, sino que ellos mismos están en peligro, por lo tanto las apuestas suben. Fantastischen–.


El interés de Wan por sacar a relucir aspectos personales proporciona al film un fondo especial. The Conjuring es un film muy femenino: ni los personajes de Wilson ni Livingston tienen tanto peso espcífico en la película como sus mujeres, ni su relación es tan profunda como la que une a Lorraine y a Carolyn (que Wan puntualiza en una sola escena, el único uso del flashback en el film, una herramienta muy bien utilizada que cala en el espectador por su novedad dentro del desarrollo). Ambas están confusas, y ambas están heridas. Las virtudes de Taylor residen en la sencillez y en el aspecto más físico –es el papel más exigente en cuanto a expresividad–. Pero Vera Farmiga es simplemente una máquina, moldeando a su gusto a Lorraine en los pocos minutos de los que dispone para configurar su personaje: al principio parece una señora traumatizada chunga de 80 años en cuerpo de 40 (fantástico vestuario, por cierto), y conforme pasa los minutos y nos acostumbramos a su presencia, la actriz va eliminando sus ojos de cordero degollado y acercándose a nosotros. El de Farmiga es un papel muy, muy emotivo, y es clave en la resolución del film, que consigue integrar a todos los elementos y a todos los personajes que nos han presentado hasta el momento. Cosa que, insisto, no tendría por qué hacer. Pero hete aquí que al film le gusta hacer las cosas bien. Yo no me voy a quejar.

Y por si fuera poco, se da la circunstancia de que James Wan alcanza, al margen de su habitual fetichismo por JUGUETES MALROLLEROS, un pico técnico dentro de su filmografía (parece una conjunción astral, en serio). Es un film de terror en formato 2.35 con una fotografía atmosférica, con cuerpo, difusas fuentes de luz, y espléndido uso de las sombras. En principio es fácil atribuir su estilo al hecho de que Wan quiere proporcionar a la película un aire setentero pero el contemporáneo uso de la cámara en mano también nos permite apreciar que las influencias visuales de Wan son más actuales de lo que parece: el film recuerda muchísimo a lo que hacía Tak Fujimoto y Shyamalan en El Sexto Sentido o El Protegido y, especialmente, a esta nueva ola de terror clasicista que abanderan promesas como Ti West, que aprovechan todo el ancho del encuadre y buscan siempre la elegancia, la claridad y el orden en la composición. Tanto mejor a la hora de inquietarnos: los sustos son el doble de eficaces porque no dependen del montaje sino de lo que sucede dentro del plano. Cualquier elemento extraño –re: fantasmas– resulta aún más incómodo, por romper el apacible orden de las imágenes. La estructura visual de Wan, ya completamente alejado del extremismo de su antiguo socio, Darren Lynn Bousman, sirve para diferentes modalidades de terror: el más pausado del inicio, y el más acelerado de los últimos minutos, más dependiente de la edición. La foto de Leonetti sirve para unir ambas mitades sin un salto notorio.

¿Qué le falta? Una gran hiperescena para el recuerdo (el film se conforma con cascarse secuencias de 8,5/10 en el Acojonómetro, que ya es) y resonancia, es decir, la cualidad superpersonal y largoplacista que imprime un creador a una obra para que perdure en el tiempo y pase de ser un gran ejemplo a convertirse en una guía a seguir. ¿Alguna vez se propone la película hacer semejante movida? Jamás. ¿Me importa si lo hace o no? Pues un huevo. The Conjuring es un film excelente, es entretenido, bien rodado. Ideas, criterio. La culminación actual de un director en evolución y un gesto de respeto al aficionado. El genero de terror, como todos, necesita de sus pasos adelantes y de sus pilares. James Wan ha hecho uno de estos últimos en 2013. Coged la sábana y el oso peluche. Y a pasarlo bien.

Autor: Rafa Martín (lashorasperdidas)

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