jueves, 4 de julio de 2013

Crítica de "El hombre de acero"


Si esperan una propuesta de superhéroes marcada por la destrucción pongamos de Metrópolis, que es Nueva York, entonces el fresco y sugerente El hombre de acero, de Zack Snyder, cumple las expectativas y, a su manera, las supera. El renacimiento de Superman para el cine, en este sentido, es una típica película de acción de verano.

Desde Los vengadores y Transformers, desde mucho antes incluso, eso que podríamos definir como cine de cascote y demolición se ha convertido en un género en sí mismo. Una tendencia de un cierto cine de verano pomposo y rico, resultón cuando se hace bien, enraizado quizá en el deseo infantil de destripar las cosas y, luego, si es posible, volverlas a montar...

Volver a montar, precisamente: rearmar. Otra de las características de este Hombre de acero de Zack Snyder, director de aquella épica de la resistencia que fue 300, es reconstruir el mito de Superman de arriba abajo. Pero, en este caso, desde una perspectiva opuesta a la que el mismo Snyder siguió con Watchmen, su anterior película de superhéroes. Aquí no se hurga en la naturaleza humana del encapuchado; aquí Snyder explora las virtudes divinas del héroe. Estamos ante un Superman mesiánico, interpretado de forma fría y distante por Henry Cavill, perfecto en su papel. Un héroe con una misión: guiar a la humanidad hacia su salvación.

Se la ha encomendado su padre (Russell Crowe) y su padrastro terrestre (Kevin Costner) le ha enseñado, a su vez, el valor del sacrificio. Supermesías/Superman, pues, que ya no tiene una doble personalidad, al menos no al principio. Y donde la S de su iconografía no significa super sino esperanza (en el idioma de Kriptón).

Un superman que pasa sus primeros 33 años -¡33 años!- dedicado a buscarse a sí mismo, y a la vez, a aceptar su misión. Snyder, con el apoyo de Christopher Nolan, el de la trilogía de Batman, que firma la producción y también el guión, recurre a una realización centrada en el personaje y en sus dudas.

Superman distante que transita por su Getsemaní personal, separado de su entorno. En donde la acción imparable evita el anticlimax de la reflexión de unos Evangelios según Superman que, de alguna manera, es este El hombre de acero de Snyder.

La iconografía religiosa no es ajena al filme, y abundan las renuncias. El periodista/testigo que tradicionalmente ha sido Superman llegará: también llegará. Pero una vez que Clark Kent se acepte a si mismo.

El hombre de acero es, pues, la historia de una aceptación.

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