jueves, 4 de julio de 2013

'Star Trek: En la oscuridad', entretenimiento y diversión de primera categoría


Nunca he sido un gran seguidor del universo Star Trek. Lo intenté repetidas veces durante mi adolescencia, pero jamás logró transmitirse esa sensación de magia que sí desprendía cierta trilogía salida de la mente de George Lucas. Puede que no estuviera preparado —es muy difícil calibrar cuál es el momento ideal para ver una película— o simplemente que el mundo creado por Gene Roddenberry no fuera para mí —es imposible contentar a todo el mundo—, pero todo cambió cuando hace cuatro años se estrenó ‘Star Trek’, el entretenidísimo reboot liderado por J.J. Abrams.

Está claro que ‘Star Trek’ que bebe mucho de Star Wars en su intento de hacer llegar la franquicia a un público más amplio, una brillante decisión que no iba en contra de conservar la mitología de la saga, llegando a vincularla de forma directa con la notable presencia de Leonard Nimoy dando vida de nuevo al mítico Spock. Eso me hizo tener muchas ganas en que se pusieran manos a la obra con la secuela lo antes posible, pero el tiempo pasaba y ésta no terminaba de concretarse por la indecisión de J. J. Abrams para volver a sentarse en la silla de director. Fue en verano de 2011 cuando salimos de dudas al confirmar éste su regreso y este viernes 5 de julio al fin llega a nuestro país esta estupenda secuela que viene a recordarnos lo que es pasárselo en grande en una sala de cine.

El trabajo en equipo


La principal condición que puso Abrams para encargarse de ‘Star Trek: En la oscuridad’ (‘Star Trek: Into Darkness’, 2013) fue que no había que acelerar más de la cuenta el proceso para poder estrenarla lo antes posible, sino que había que prestar especial mimo al desarrollo de los personajes y la historia sin importar el tiempo que hiciese falta para ello. Muchas dudas despertaba en este apartado el hecho de que el temible Damon Lindelof se uniese a Roberto Orci y Alex Kurtzman, el dúo responsable del guión de la primera entrega —y de varias películas de Michael Bay—. Pero ha sido algo que no ha tenido especial trascendencia en el resultado final.

La necesidad de sacrificio en aras de un bien mayor y la importancia del trabajo en equipo —y la amistad como extensión de esto último— son los ejes que vertebran ‘Star Trek: En la oscuridad’ desde ese prólogo —espectacular también el uso de los colores durante el mismo— digno de un arranque de una cinta de James Bond, pero con un vigor más exacerbado por la brillante y apabullante utilización de los efectos visuales sin que éstos se coman en ningún momento el interés humano de la situación con la que han de lidiar nuestros protagonistas. Ésta será la tónica que dominará el resto de la función, donde abundarán las escenas de acción encaminadas a mantenernos en tensión en nuestras butacas, pero estando todas ellas al servicio de la progresión dramática plasmada con una impecable claridad y fluidez expositiva por el trabajo de dirección de Abrams.

Este aspecto se traslada a un compacto reparto que ya había sobradas muestras de su carisma —es increíble el que demuestra aquí Chris Pine, muy en la línea de Han Solo, y luego casi parece una nulidad en otras cintas— y química para dar forma a un equipo y no una nave en la que dos personajes —Kirk y Spock— sobresalen en exceso sobre el resto. Todos cumplen una función específica y tienen su oportunidad de lucirse al mismo tiempo que ayudan a la evolución. Más allá de los protagonistas de la función —Zachary Quinto consigue transmitir lo indecible teniendo en cuenta las limitaciones propias de Spock, aunque llegue un punto en el que las deje de lado— serían Simon Pegg —muy agradecida su aportación cómica—— y Anton Yelchin –maravillosa la voz y el acento que tiene—, pero lo más justo sería reconocer el gran trabajo de todos ellos.

El inmejorable villano de ‘Star Trek: En la oscuridad’


No hay palabras suficientes para definir la extraordinaria actuación de Benedict Cumberbatch dando vida al gran villano de la función. Lo cierto es que ya sabía de sobra de lo que era capaz, pero es que consigue que el notable trabajo de Eric Bana en la primera entrega quede a la altura del betún —y yo siempre me he reconocido fan del enemigo de ‘Star Trek‘—, y además lo consigue sin dejarse llevar por la peligrosa tendencia a la sobreactuación mal entendida tan extendida en los últimos años en las grandes producciones.

Cumberbatch compone un villano que consigue transmitir sensación de poderío y letalidad únicamente a través de su presencia y el tono amenazante de su impresionante voz. Además, eso es algo que no pierde cuando toca recurrir a la violencia física, donde se revela como un villano implacable y sin piedad alguna para conseguir sus objetivos. Impresionante trabajo el suyo que debería recibir un mayor reconocimiento del que seguramente acabe teniendo, ya que, como mínimo, debería ser su último paso hacia al estrellato y como máximo, bueno, soñar con un Oscar sí que puede resultar un tanto exagerado.

Tal es el impacto de Cumberbatch que éste acaba ensombreciendo a Peter Weller y Alice Eve, las otras dos grandes adiciones al ya de por sí extenso reparto de la saga. El primero se muestra cómodo en la ambivalencia que caracteriza a su personaje, sabiendo estirar al máximo la verdadera naturaleza de sus motivaciones, mientras que ella no va más allá de la mera corrección, protagonizando una escena —esa en la que aparece en ropa interior al cambiarse de ropa estando Kirk en la misma estancia— que ha generado mucho polémica pese a no ser más que una simple anécdota que no durará más de dos segundos.


Me sorprendería mucho que en lo que queda de año se estrenase una película capaz de ofrecer la misma dosis de satisfactorio entretenimiento que nos regala ‘Star Trek: En la oscuridad’, y contando además con un guión muy por encima de la media en este tipo de producciones. Todo un regalo para los que siguen considerando que el cine debería seguir siendo diversión antes que cualquier otra cosa y que, como yo, estaban empezando a perder la esperanza que eso fuese posible en el caso de los últimos estrenos. ¡Aleluya!

Autor: Mikel Zorrilla (Blog de cine)

 

 

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