miércoles, 31 de julio de 2013

Crítica de "Expediente Warren: The Conjouring"


-y a uno ya empieza a molestarle, al menos- esa necesidad de justificar el terror de las posesiones infernales y de las casas embrujadas con el sambenito de "basada en una historia real" ¿Real? ¿Puede ser real la presencia de un espíritu maligno como ocurre en esta Expediente Warren? Un filme que, por otra parte, es una apreciable propuesta de terror inesperado. ¿Puede ser real y dar miedo un espíritu al que, para definirlo, el demonólogo de turno, su archienemigo, lo compara con un chicle? "Porque se engancha y luego no hay manera de sacártelo de encima". Será real, quizá. Pero desde luego no es serio. Que para chicles ectoplasmáticos ya están Los cazafantasmas. Pero una vez puesto entre paréntesis el término verdad, volvamos al terror cinematográfico: al terror de ficción de este notable filme del que apenas hay que contar nada para saber de qué va: de familia amenazada y casa poseída, de eso.

Cómo se construye el horror es lo importante. Primero Wan, el director, se ha rodeado de grandes intérpretes. Vera Farmiga, siempre efectiva, y Lili Taylor, la musa del cine independiente de los noventa, recuperada aquí como sufrida madre. Porque sabe Wan que ellos, los intérpretes, son el mejor efecto especial.

Abandonada ya la sangrienta aproximación a lo insoportable que utilizó en los primeros Saw, de los que fue responsable, Wan retorna al espacio cerrado de la casa poseída. Un género en sí mismo que ya exploró el joven director en Insidious (2010). Se podría decir que, con Insidious, Wan se licenció en el terror geométrico propio del hogar amenazado, donde importa cada rincón de cada espacio. En Expediente Warren, Wan se doctora.

Entiende también mejor el valor de la música de una cajita de música, de una sombra, de un rumor, del silencio premonitorio. Película de terror a golpes más que atmosférico, se pierde tan sólo en esos momentos de chicle innecesarios. Más de risas nerviosas que de espantos, Expediente Warren profundiza en el mecanismo clásico del terror.

Autor: Salvador Llopart (La Vanguardia)

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