lunes, 11 de marzo de 2013

Crítica de 'Oz, un mundo de fantasía'


Aunque sólo lleve aquí una semana, los debates internos que se han ido generando entre los redactores de este vuestro espacio de cine durante estos últimos siete días me han dejado en no pocas ocasiones patidifuso por su profusión, elocuencia y variedad argumentativa. En uno de ellos, establecido a dos bandas entre Pablo y Mikel, el primero comentaba que “cada vez estoy más en contra de hacer crítica convencional con las grandes producciones destinadas a los niños”. Como quiera que fue un diálogo que se estableció a altas horas de la madrugada del viernes y que yo acababa de llegar del cine después de ver este ‘Oz, un mundo de fantasía‘ (‘Oz, the great and powerful’, Sam Raimi, 2013) con un tremendo dolor de cabeza —más acerca de esto, en breves momentos—, no añadí nada al respecto, reservándome para esta crítica que aquí arranca el abundar sobre una afirmación para la que la cinta de Sam Raimi viene como anillo al dedo.

De un tiempo a esta parte he decidido someter mi natural curiosidad cinematográfica a un duro experimento y, a no ser que sea estrictamente necesario, intento acudir al cine a ver tal o cual producción sabiendo lo mínimo acerca de ella y con la expectación inalterada en uno u otro sentido. En este estado que podríamos definir como “cuasi virginal” he ido observando como la ausencia de toda la información que uno puede encontrar disponible a un clic de una parte, y la de una disposición previa, ya sea negativa o positiva, por la otra, ayudan sobremanera a que el visionado de una película sea algo mucho más cercano —por supuesto, salvando las distancias— a cómo acudíamos al cine a ver el superestreno del mes cuando éramos pequeños.


Así las cosas, ¿qué sabía de ‘Oz’?. Pues poco más que el hecho de que venía dirigida por Raimi, que era una suerte de precuela de la magistral ‘El mago de Oz‘ (‘The wizard of Oz’, Victor Fleming, 1939), que venía protagonizada por James —nuncadeberíahaberpresentadolosOscar— Franco y mi adorada Rachel Weisz y que, horror, era una cinta de “los productores de Alicia”. Aun sabiendo esto, y detestando como detesto la absurda e infumable adaptación que Tim Burton y Disney perpetraban hace tres años, decidí no hacerme ninguna idea preconcebida y acometer esta superproducción sin prejuicio alguno.

Desafortunadamente, y aunque lo intenté con ganas y durante la primera hora de metraje confié una y otra vez en que Raimi sería capaz de arreglar el cenagal en el que se iba hundiendo a cada minuto de proyección, me fue imposible evitar terminar profiriendo sonoros bufidos y ahogados bostezos que eran compartidos no ya por la pareja que me acompañaba a verla —que salió de la sala tanto o más cabreada que un servidor— si no por la parte más cercana a mi butaca de la sesión en la que me encontraba; finalizando, como decía más arriba, con un horrible dolor de cabeza —también compartido— provocado en buena parte por un 3D “incómodo” que se desenfocaba en no pocas ocasiones a la que la cámara hacía un barrido rápido por los coloristas escenarios virtuales creados para la ocasión.

Retomemos ahora el comentario de mi compañero Pablo y arrojemos algo de luz sobre mi opinión acerca de él. Si por crítica convencional entendemos aquella que maneja los valores habituales en los que solemos fijarnos a la hora de sopesar si una cinta “es buena o no”, ya se sabe, dirección, interpretaciones, banda sonora, diseño de producción, fotografía, montaje… entonces tengo que admitir que voy a ser tremendamente convencional en lo que resta de discurso para con esta entrada.



Resulta tremendamente sencillo etiquetar a una producción Disney como infantil y pretender así que no pueda medirse por el mismo rasero que, por ejemplo, la última cinta de Terence Malick. Está claro que un porcentaje altísimo del público que irá a ver la primera nada tiene que ver con el que acudiría a ver la segunda. Pero habrá un sesgo que sí lo haga, y es precisamente para estos para los que entiendo que escribimos estas líneas, para unos lectores que suponemos tienen cierta formación cinematográfica. Y me parece que no recurrir a discretizar lo que funciona o no de cierto tipo de producciones por el mero hecho de pertenecer a un género concreto o ir orientada a un grupo muy específico de público sería limitar de forma drástica la labor del crítico y, por ende, lo que podríamos ofreceros.

No creo que por el mero hecho de ser una cinta de fantasía, la valoración de ‘Oz’ deba quedar exenta de acercarse a lo irregular de la dirección de un Raimi que, conforme pasan los años, va acusando más y más su mal acomodo a las superproducciones, obcecado como sigue en adaptar aquellos tics que ya mostraba en ‘Posesión infernal‘ (‘Evil dead’, 1981) a una cinta con necesidades completamente opuestas —la escena del camino del bosque oscuro es claro ejemplo de lo mucho que sobra aquí—.

Dudo que vuestra opinión hacia nuestro trabajo fuera la misma si, llegado el caso, no pudiéramos sacar a relucir lo inane de la partitura de un Danny Elfman que se limita a repetir los mismos patrones orquestales que ya le hemos oído incontables veces, no encontrando aquí ese motivo con el que sí ha logrado otras veces insuflar vida propia a títulos como ‘Eduardo Manostijeras‘ (‘Edward Scissorhands’, Tim Burton, 1990) o ‘Big fish‘ (id, Tim Burton, 2003). O que, porque son argumentos que una cinta de este género no necesita valorar, nos viéramos obligados a evitar apuntar las pobres interpretaciones de la práctica totalidad del reparto, empezando por un James Franco con cara de alucinado al que le viene grande, muy grande, el papel de Oz —quién sabe lo que Robert Downey Jr, originalmente elegido para este papel, habría hecho con el personaje— y terminando con una Rachel Weisz que está completamente fuera de lugar.


Si algo dejó bien demostrado la trilogía de ‘El señor de los anillos‘, es que la fantasía es un género tan legítimo como cualquier otro y que, aún rodeada de todo el esplendor técnico y todo el despliegue de efectos visuales que se quiera, se puede contar una historia del mismo calado humano que cualquier drama “serio” sin que por ello la hondura y validez del mensaje que se pretende transmitir quede diluido lo más mínimo, siendo susceptible por tanto de una crítica que pondere con parámetros habituales su validez.

Las pretensiones de ‘Oz, un mundo de fantasía’ no van, lamentablemente, en la misma dirección que las cintas de Jackson, y este circo de cinco pistas no pasa de ser un grandilocuente decorado incapaz de ocultar que su base sólo queda articulada por unos endebles mimbres. Unos cimientos que no servirían ni para poner en pie esa feria ambulante que abre un metraje que carece de momentos memorables, que discurre entre la incómoda barrera que separa el homenaje sentido y consciente de la burda copia y que plantea, ahora más que nunca, la imperiosa necesidad de que los grandes estudios decidan de una vez abandonar todas aquellas políticas empresariales que han terminado convirtiendo el sesgo más llamativo de este arte en la recurrencia de ciertas fórmulas “infalibles” destinadas a sacar dinero.

Resulta dolorosamente obvio el hecho de que por mucho que patalee desde este pequeño rincón de la blogosfera nada cambiará mientras este tipo de cine siga consiguiendo taquillajes millonarios, más, a este respecto, quisiera terminar apostillando mis serias dudas acerca de que, aunque ya se haya dicho por ahí que el guión de la secuela ya está en marcha, ‘Oz’ consiga recaudar los 650 millones de dólares que la “harían rentable”. ¿Me equivocaré?

Autor: Segio Benítez (Blog de cine)

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