viernes, 15 de marzo de 2013

Crítica de "Anna Karenina"


La novela de León Tolstói Anna Karenina ha tenido un sinfín de adaptaciones, ya sean teatrales, cinematográficas o televisivas. En la gran pantalla, las legendarias Greta Garbo y Vivien Leigh han dado vida a este personaje literario. El británico Joe Wright asume una ambiciosa adaptación que ha sido escrita por el dramaturgo y guionista Tom Stoppard, ganador del Oscar por Shakespeare in Love.

La acción de Anna Karenina se desarrolla en la Rusia imperial de 1874. Anna es una mujer casada con un hombre muchísimo mayor que ella y que es un alto funcionario del gobierno. Ella es muy apreciada por la alta sociedad rusa y lleva una vida recta, hasta que conoce a un joven y apuesto oficial, el conde Vronsky, por el que comenzará a sentirse atraída.

Joe Wright optó por rodar Anna Karenina en un teatro porque considera que la sociedad, la de la época y también la actual, es testigo de los escándalos de alcoba como si fuese el espectador de un espectáculo teatral. Toma como referentes a Lola Montès de Max Ophüls, El Arca Rusa de Aleksandr Sokurov, El Gatopardo de Luchino Visconti y la puesta en escena estilizada de Meyerhold. Wright se desata como nunca, tanto que se convierte en la versión 2.0 de Baz Luhrmann, pero consigue rodar escenas muy poderosas y hermosas, como por ejemplo el baile que se convierte en un juego de seducción entre Anna y Vronsky.

Lo que menos me interesa de la Anna Karenina de Joe Wright es la relación entre Anna y el conde Vronsky por un error garrafal en el casting de la pareja, que tiene menos química que un par de lechugas mustias. El realizador confió una vez más en su musa, la actriz Keira Knightley, a quien dirigió en sus mayores éxitos cinematográficos como fueron las magníficas Orgullo y Prejuicio y Expiación, y por mucho que se esfuerce la intérprete británica en ningún momento llega a estar a la altura del personaje, es más, cada vez que tiene una escena con otro actor que no sea Aaron Taylor-Johnson, es devorada sin piedad. Pienso en otra actriz dotada de mayor talento, como puede ser Romola Garai, y probablemente el resultado habría sido más satisfactorio. Eso sí, la Knightley sigue demostrando que nadie mejor que ella para lucir vestidos de época, está guapísima.

En el pasado el personaje del conde Vronsky fue interpretado por John Gilbert, Sean Connery, Christopher Reeve o Sean Bean, actores con un gran talento y con un indiscutible físico de galán. Ver a Aaron Taylor-Johnson en Anna Karenina es como ver a un hipster en el cuerpo de baile de un antiguo espectáculo de Lina Morgan, no pega ni con cola. No creo que sea mal actor, en Nowhere Boy y Kick-Ass lo hace bastante bien, pero en el film de Joe Wright ni huele al personaje.


El resto de actores está muy por encima de la pareja protagonista. Jude Law que probablemente en la pasada década no habría desentonado nada si fuese seleccionado para encarnar a Vronsky, sobre todo si lo comparamos con Taylor-Johnson, asume a la perfección el rol de marido engañado. Viendo el film me dio la impresión de que Matthew Macfadyen se lo ha tenido que pasar bomba en la piel de Oblonsky, cada vez que aparece en pantalla la película sube. Cosa que también sucede con Alicia Vikander que interpreta a Kitty que junto a un magnífico Domhnall Gleeson protagoniza algunas de las escenas más bonitas que tiene el film. También están espléndidas Ruth Wilson, Kelly Macdonald, Michelle Dockery, Olivia Williams y Emily Watson, estas dos últimas funden a Knightley con un leve pestañeo.

Visualmente Anna Karenina es un espectáculo, los 35 millones de Euros que ha costado esta producción lucen el triple. El film se rodó en un solo set, en un teatro construido expresamente para la producción, y para simular los escenarios se utilizaron casas de muñecas y trenes de juguete. El diseño de producción de Sarah Greenwood es soberbio y tenía que haberse llevado el Oscar. Quien sí que se llevó la estatuilla fue Jacqueline Durran por su precioso diseño de vestuario. La fotografía de Seamus McGarvey es hermosa. Y el italiano Dario Marianelli vuelve a componer para Joe Wright y al igual que sucediese con Expiación, experimenta con la musicalidad de los sonidos, como por ejemplo el de un tren, y de nuevo consigue hacer un score con momentos bellísimos.


 Reconozco que le tenía muchísimo miedo a la Anna Karenina de Joe Wright pero a pesar de no ser un film redondo me resultó una grata sorpresa. Aunque después de su visionado sufrí mareos, me vi afectada por el síndrome de Stendhal cinematográfico.

Autor: Mary Carmen Rodríguez (lashorasperdidas)

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