martes, 19 de marzo de 2013

Crítica de 'Amor y letras'


Pongamos que este viernes llega a nuestra cartelera una comedia romántica. Otra. La enésima. Pongamos que en su cartel promocional aparecen dos jovencitos de buen ver que lucen, tanto él como ella, una cara de enamorados que podría provocar el ataque a cualquier diabético que posara su mirada en dicha imagen. Los presuntos protagonistas se violarían mutuamente, porqué la atracción sexual, se entiende, es insostenible. No obstante, como las cámaras -y los censores- están mirando atentamente, se ven obligados a maquillarlo todo con un paripé digno de la época más endulzada de la Disney, productora que, por cierto, no hay que descartar que esté moviendo los hilos detrás del telón. Ya se sabe, los peces gordos van hacia el dinero como los tortolitos van hacia las tarjetas de felicitación en el día más romántico del año.

Qué asco... Pongamos que este viernes podemos comprar entradas para una película titulada 'Amor y letras', título que, por supuesto, poco o nada tiene que ver con el original (en este caso, 'Liberal Arts') y que en su póster podemos a dos estrellitas emergentes del panorama... Hollywood? ¡No! ¡Esto jamás! Mejor dicho: ''Esto, de momento, no.'' Cierto que él ha debido romper incontables corazoncitos de niñitas en todo el mundo; cierto que ella ha debido alimentar más de una sesión de onanismo intensivo por parte de mandriles de todas las razas y procedencias... pero sus caritas angelicales siguen sin estar estrictamente vinculadas a un nombre que venda portadas de revistas. Lo que es seguro es que todavía no se les relaciona con un nombre real. En efecto, todo apunta a que vamos a oír hablar más de ''Ted Mosby''que no de Josh Radnor, quien vuelve a la gran pantalla, después de 'HappyThankYouMorePlease', y repite como protagonista... y como guionista... y como director.

Así pues, no estamos en las soleadas colinas hollywoodienses... pero casi, aunque esto último no pueda decirse, o sí, pero con la boca muy pequeña, para que apenas se oiga. Dejémoslo en que estamos en aquellas latitudes del indie donde no se sabe del todo bien si los que se busca es lo -como dictan los cánones- ''alternativo'' o, y esto a algunos les duele, lo ''comercial''. El debate estrella en el seno del cine independiente, tan necesario como evitado, entra de nuevo en escena. Lo peligroso es que en el intercambio de argumentos hay mucha pose camuflada; mucho atrincheramiento previo que se corresponde única y exclusivamente al hecho de mostrar una imagen pública, pero lo cierto es que dicha discusión no es snobismo, ni mucho menos, es la quizás demasiado dolorosa constatación de una realidad.

En otras palabras, y retomando la película que ahora mismo nos concierne, ¿es posible hacer una comedia romántica (con toda seguridad, el género cinematográfico actualmente más pervertido) yendo en dirección contraria del tan putrefacto mainstream? ¿Alejarse de la citada corriente principal es la única manera de salir de la experiencia conservando algo de dignidad? Si la respuesta es sí, entonces ¿cuál es el camino para manufacturar un producto que, siendo distinto, pueda seguir siendo accesible al gran público? Las respuestas, y más preguntas, en 'Amor y letras', película que, como todas en las que se deja ver Radnor (un autor, por cierto, muy en la estela de todo lo que implica Zach Braff), desprende el inconfundible carisma del indie más acomodado.

Esto es, aquel en el que la reivindicación de lo diferente se encuentra donde la gente presta más atención: en la superficie. La elección de la música, de los actores (simpáticas estrellitas quizás no de primera división, pero sin lugar a dudas con proyección-a), así como el de los escenarios en los que se desarrolla el enamoramiento de turno, se aleja de la mayoría de las elecciones y los lugares comunes tan visto en este tipo de escenario, pero a la vez cae en la trampa de asentarse en un terreno que, curiosidades de la industria -sí-, empieza a resultar demasiado familiar. Si dicha circunstancia no se interpreta como un handicap insalvable, entonces y solo entonces puede descubrirse la verdadera y fresca -pero no tanto- esencia de un filme que no inventa ni tampoco ofrece alternativas serias, pero sí tiene la sincera voluntad (más importante aún, la firme convicción) de hacer pasar una buena hora y media al espectador ofreciéndole algo más que la ración habitual de fast-food.

De ahí al filete hay una distancia insalvable, al menos para Mr. Radnor, pero la química que éste muestra con el resto del reparto a sus órdenes (no solamente con su pareja oficial de baile, una muy entonada Elizabeth Olsen, sino también con secundarios de lujo entre los que encontramos desde el siempre eficiente Richard Jenkins al sorprendentemente divertido Zac Efron), el ingenio y agudo sentido de la comicidad de los diálogos y la contundente conclusión de que la obra magna de Stephenie Meyer sea con toda seguridad la mayor basura en toda la historia de la literatura, muestran el suficiente buen gusto y, por supuesto, encanto quizás para que el salto de fe imposible entre la hamburguesa pre-cocinada y el plato de cinco estrellas sea, esto sí, muy agradable. Lo seguro es que, visto lo visto, el susodicho filete a precio popular tiene un aspecto muy aptetitoso.

Autor: Víctor Esquirol Molinas (El Séptimo Arte)

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