jueves, 10 de octubre de 2013

Crítica de "Zipi y Zape y el Club de la Canica"


“¡Valores de producción!”, exclamaba el gordinflas aspirante a cineasta de Super 8 cuando se encontraba con un accidente que hacía que su película pareciera una de verdad. Cualquiera que haya estudiado el cine comercial y juvenil de los 80, de Los Goonies a Cuenta conmigo, entenderá que películas así, dotadas de un impresionante factor empático con sus audiencias, nunca se pueden hacer confiando en las casualidades. Por suerte, el director Oskar Santos, que debutó con la irregular y shyamalanesca El mal ajeno, ha hecho los deberes. Hablar de Zipi y Zape y el club de la canica como una actualización es quedarse más cortos que las mangas de un chaleco. Esto es una creación en toda regla, un trabajo de ingeniería digno del mejor diseñador de montañas rusas. 

Zipi y Zape apuesta por la aventura sin coartadas, evitando la moraleja y el guiño referencial para enterados. En otras palabras, no está hecha para antiguos niños, como pasaba por ejemplo con Super 8, ejercicio de nostalgia. Si J. J. Abrams se recreaba, Santos baja al recreo sin preocuparse de lo que piensen los adultos.

Algún defectillo de fábrica —ay, esas interpretaciones adulteradas de algunos de los chicos— o préstamos descarados de La invención de Hugo —¿los autómatas son tendencia?—, no ensombrecen en cualquier caso el resultado final. Ya lo podemos decir con la cabeza bien alta: en este país se saben hacer películas de aventuras como las que nos gustaba ver de pequeños.

Autor: Manuel Piñón (Cinemanía)

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