lunes, 7 de octubre de 2013

Crítica de "2 guns"


Las gallinas en el cine son territorio de Sam Peckinpah. También de Buñuel, pero como hay disparos de por medio habrá que apartar la influencia de don Luis. Y si además de las gallinas y las pistolas aparece por ahí una cabeza humana metida en una bolsa de deportes, pues ya tenemos la crítica hecha. O casi. Porque en realidad 2 guns, nuevo trabajo americano del islandés Baltasar Kormákur, puede ser muy Peckinpah, pero solo en la superficie. La esencia, en cambio, quizá esté en el Tarantino más juvenil, el guionista de Amor a quemarropa.

Hay en 2 guns mucho de esa efervescencia juvenil, quizá un tanto vacua, pero muy reivindicable de cierto cine de los ochenta, aunque estemos ante una película plenamente consciente del siglo XXI en su ejercicio de memoria del cine de los setenta. Semejante paradoja, y embrollo de décadas, viene a cuento porque todo ello unido conforma la salvaje inmediatez de 2 guns, un divertimento tan sólido en su producción como en su contagio del buen rollo. Sus tarantinianas charlas sin sentido, pronunciadas con la sorna del que sabe que está haciendo un ejercicio de traviesa intrascendencia, copan una película que, a pesar de tratar la presunta connivencia de autoridades y organismos oficiales estadounidenses con los carteles mexicanos de la droga, nunca hace uso de una falsa trascendencia a la que no aspira. Aquí está el cine fronterizo de Sam, el de La huida, Grupo salvaje y Quiero la cabeza de Alfredo García, pero solo como referente estético, nunca como referente ético porque no hay ni rastro de su ambigüedad respecto de la condición humana, su lírica de la violencia o su mito crepuscular. Basada en una novela gráfica de Steven Grant, 2 guns es puro estribillo, como el de la canción de su final.

Autor: Javier Ocaña (Diario El País)


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