lunes, 21 de octubre de 2013

'Capitán Phillips': Toma aire. Mucho


Hay una escena en particular que define la grandeza -han leído bien- de 'Capitán Phillips': allí donde las producciones más convencionales suelen cortar Greengrass añade un pequeño epílogo. Esta pequeña escena, nada sutil por otro lado, tiene poco que ver con el clásico final hollywoodiense en donde el héroe se abraza a su familia o posa frente a la bandera mientras, de fondo, los figurantes de una sala de crisis aplauden y se abrazan entre ellos como si les hubiera tocado el Euromillones. Para nada. Sin entrar en detalles, por mucho que me duela morder mis labios, esta escena que en apariencia puede interpretarse -erróneamente- como caprichosa es la que convierte a 'Capitán Phillips' en una auténtica gozada. Pero al revés.

Aunque podría, especialmente en esta ocasión en la que hay coartada, no voy a tomarme la molesta libertad de escribir como si todos conocieran la historia en la que se inspira 'Capitán Phillips'. Es algo que me molesta, personalmente, porque por mucho que algo se inspire en un hecho, evento, suceso o situación real, ya sea reciente o no, no tiene por qué ser conocido por todos o cualquiera, especialmente cuando hay tantos y tantos productores al acecho de una historia que dispare el share por encima de la media, como para que seamos nosotros los que estemos atentos. Y como supongo que a la mayoría, el secuestro del Maersk Alabama les sonará tan "de oídas" como a un servidor, a lo bruto; como cualquier otra historia que nos llega por fascículos a través del programa de ficción más longevo de la historia de la televisión, el telediario.

'Capitán Phillips' es, ante todo, puro nervio y tensión. No es para menos ni cabe esperar menos. Tras las cámaras el que posiblemente sea el realizador más influyente del cine de acción contemporáneo, Paul Greengrass, cuya energía canalizada a través de Jason Bourne convirtió a este en el John McClane del siglo XXI. Todos quieren ser como Bourne, pero pocos hay que puedan ser como Greengrass, y si no que se lo digan a su reemplazo en la otrora reverenciada franquicia. El realizador británico, fiel a sí mismo y a su estilo cual reportero de guerra, nos ofrece aquí otro trepidante thriller de suspense endiabladamente dinámico en donde apenas si hay margen para coger (algo) de aire. Más de dos intensas horas durante las cuales Greengrass acorrala al espectador en una esquina para propinarle, golpe tras golpe, una paliza con propensión a dejar exhausto a quien pille por delante.

No obstante Richard Phillips no es Jason Bourne. No es un "hombre de acción" ni su historia es una "historia de acción". De la misma manera que ya hiciese en la soberbia 'United 93', Greengrass centra su mirada en una serie de personas ordinarias envueltas en una situación extraordinaria, todo ello a favor de una fascinante crónica en donde la emoción brota de la sensación de veracidad que rezuma cada fotograma. De lo tangible, físico, de una propuesta que no sólo se inspira en una historia real, además luce como (si fuera) una historia real a la que rinde pleitesía de manera cruda y directa. Se trata, en suma, de una historia amparada en lo emocional que envuelve a personas de carne y hueso. Greengrass, con poco pero a la mínima, aprovecha para definir incluso a unos piratas somalíes a los que, dejando irrelevantes consideraciones morales/políticas al margen, la situación (y el punto de vista) les convierte en villanos, más no porque se definan como villanos per se.

Prueba de ello es que a pesar de que Tom Hanks se reivindica de nuevo como el excelente intérprete que siempre ha sido, sin embargo destaca la genuina presencia del desconocido Barkhad Abdi como el líder de los piratas. Entre ambos "capitanes" se establece esa relación humana sobra la que orquestar esta, vaya por delante, magnífica "olla a presión" que exprime cada instante para sumergirnos bajo el sudor que aflora de los sobacos de Hanks. Y eso es algo que, precisamente, se pone de manifiesto en la citada escena que mencionaba al principio, cuando para entendernos toda la tensión acumulada se desborda de forma arrolladora. Ese es el momento, con suerte (y buen gusto), en el que seremos conscientes de que nosotros también hemos estado ahí, cuando se nos pongan los pelillos del cogote de punta y brote algo de líquido de nuestras cuencas. El tipo de apunte que, al igual que el año pasado ocurría con 'La noche más oscura', marca la diferencia entre lo bueno y lo notable. 

Autor: Juan Pairet Iglesias (El Séptimo Arte)

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