viernes, 4 de octubre de 2013

Crítica de "Gravity"


Tengo un par de pegas gordas con Gravity pero entran en los campos “cosas mías”, “yo que sabré” y “también son ganas de tocar los cojones, ¿eh?”. Es un espectáculo maravilloso, y un correcto entretenimiento, profundamente sentimental, y cuyo pacífico sentido de la tensión aleja al film de lo que entendemos por “thriller palomitero”: está más interesada en fascinar que en extenuar (la verdadera olla a presión destroyer, ya os adelanto, se estrena el 18 de octubre). Estoy bastante seguro de que si creéis que Cuarón es un prodigio, esta película solo va a ratificaros en vuestra opinión: el realizador mexicano, primero, construye un film que a nivel técnico se acerca bastante al concepto que tengo de “revolucionario”, no tanto por el uso del 3D (modélico, por otro lado, y esto os lo dice alguien que nunca ha sido muy amigo de esta tecnología) como simplemente por el exquisito nivel del CGI, que en este film es el equivalente en películas de imagen real a lo que hizo Rango en animación: incomparable. Y además, es también una película artística, humana y sensible, muy bien llevada por una actriz principal que ya no necesita más reivindicaciones, y que sustituye sus limitaciones de trama con toques poéticos, naturalistas, y que por ello trasciende coon creces el género del thriller, insuflando pavor reverencial ante las maravillas y los sinsabores del Espacio.

Aunque Gravity incita sobre todo a ser valorada como un fantástico acontecimiento, se da la circunstancia de que si despojamos a la película de toda su capacidad de asombro (y, obviamente, ya no sería Gravity), lo que nos queda es una historia meramente pasable, meh, pero nunca problemática. No se complica la vida en ese punto: la doctora Ryan Stone (Sandra Bullock) y el veterano astronauta Matt Kowalski (George Clooney) quedan a la deriva tras un accidente espacial y quieren volver a casa. No son personajes tridimensionales, ya que se definen por características muy brutas: él es un veterano y jocoso lobo de mar, ella está marcada por una Gran Pérdida. Simplemente son personajes que están supeditados a un plan mayor y, como suele ser habitual en estos casos, la credibilidad depende del actor en sí. Tanto Clooney como Bullock están inmaculados en este sentido. El actor se divierte, mientras ella carga con la acción y responde apropiadamente en dos momentos aislados donde el peso de la historia recae enteramente sobre sus hombros. Nada nuevo para Bullock, de la que se podrá opinar lo que se quiera pero es una absoluta experta en interpretaciones sencillas, contundentes y campechanas en el mejor sentido de la palabra. Sirve, como servía Willis en Moonrise Kingdom, como ancla personal y cercana. Esta clase de interpretaciones hacen maravillas en películas donde la puesta en escena, como factor, es tan potente que el conjunto final corre el peligro de ser confundido con un espectáculo vacío.


En realidad, la película es de Cuarón. Más que ninguna otra hasta el momento. El mexicano no es tanto un narrador de historias como un creador de universos. Se ve en el México legendario de Y Tu Mamá También o en el futuro agotado de Hijos de los Hombres. Aquí, simplemente, adopta un paso lógico y toma la vía literal. Lo que vemos es la interpretación del Espacio según su director. Y el Espacio dista mucho de ser un lugar “vacío” –por mucho que la cortinilla inicial nos recuerde que la vida allí es imposible–: es hermoso por las cosas que contiene. Raro es el plano que no usa a La Tierra como referente. Atardeceres, amaneceres, continentes iluminados por las luces de las ciudades bajo el ojo del Chivo Lubezki es algo que hay que ver en cine (descomunal uso de la escala entre el planeta y nuestros protagonistas, por cierto). Rara es la vez que Cuarón fija a sus personajes sobre un fondo completamente oscuro. Todo es nítido. Todo está lleno de colores. Todo está magnificado. Y es este conjunto desde el que parte el realizador siempre, siempre, siempre para buscar conexiones humanas. Como el resto de sus films, nunca es una aventura enteramente solitaria. Gravity no ha nacido para ser un film agresivo o urgente, todo lo contrario, y eso inevitablemente choca con el componente de aventura que ocupa buena parte de la narración. Pero en modo contemplativo es absolutamente maravilloso.

La puesta en escena del director, de hecho, alimenta la sensación de fascinación, más que de tensión. El uso de los constantes planos secuencia priva a la película de buena parte del impacto que proporciona el montaje, pero confieren a cambio fluidez y relajación. La cámara virtual que emplea en estos casos es enormemente suave, nada de tembleques, nada agresiva. Sobre todo, es curiosa. Ejerce una función de acompañamiento. Es fácil confundir este estilo con un ataque de Director –de hecho, lo pensé un par de veces mientras veía la peli– pero conforme ha pasado el tiempo entiendo mejor su utilidad. Creo sinceramente que si Cuarón hubiera querido acercarse más a la acción no habría recurrido a este planteamiento, pero no está demasiado interesado en los pormenores (el film apenas hace uso de la maravillosa jerga aeronáutica de la que hacía gala Apolo 13) sino en el universo en el que transcurren.


Por muy entretenidos que sean los constantes golpes de suspense del film y la aventura que nos relata en general, en perspectiva ambos parecen secundarios, lo que no quiere decir que Cuarón no resuelva estos momentos con perfecta solvencia; otra ventaja de dilatar los cortes en el tiempo es que la acción está descrita de forma cristalina, incluso en los momentos más confusos, y los momentos de tensión cobran una fuerza especial en los planos fijos. Para todo lo sencillita que es en lo que a desafíos se refiere (nuestros protagonistas solo tienen que “pasarse dos fases del juego” –de dificultad endemoniada, eso sí– para volver a casa), la película nunca se olvida de principios básicos de estructura que compensan el hecho de que su director está más interesado en maravillarte. Los momentos más reflexivos transcurren en momentos de pausa obligada dentro de la misión, los objetivos están perfectamente claros, y Cuarón y su hijo tampoco se olvidan de meter una “bomba de tiempo”, recurso muy eficaz en el género, dado que nuestros héroes disponen de lapsos de tiempo hora y media para actuar con libertad antes de que la catástrofe (una nube de escombros que orbita en torno a la Tierra) vuelva a alcanzarles. No es, vale la pena insistir por última vez, un thriller como primera opción, pero cumple el mínimo que considero imprescindible.

Pero sí que veo innecesario el uso de la música. Me van a crujir los aficionados a las composiciones, pero tengo varios motivos: el primero y menos defendible es que es por momentos demasiado ostentosa e incrementa artificialmente la tensión. El segundo y creo que más válido es que rompe la propuesta sonora de su realizador. Los efectos de sonido en Gravity no proceden exactamente del exterior: están camuflados en forma de vibraciones que perciben los protagonistas a través de sus trajes. Dado este planteamiento sonoro, realista, choca la omnipresente banda sonora de Steven Price. Es sorprendente, y de ahí lo que decía de la pega gorda: acostumbrado como estás a la descripción del espacio que propone el director, muy “in your face”, es raro escuchar que hay algo que suena fuera de él. Es sorprendente la cantidad de veces que estuvo a punto de sacarme no solo de la aventura, sino del concepto general que me plantea su director, que entiende el espacio, en su máxima expresión, desde el silencio casi absoluto.

Autor: Rafa Martín (lashorasperdidas)

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