jueves, 2 de mayo de 2013

Crítica de "Tierra prometida"


Gus Van Sant es un estimulante enigma en movimiento. Con su Mala noche (1986) se situó a la vanguardia de la eclosión indie, pero cuando parecía encaminarse, sin remedio, hacia la integración, Gerry (2002) abrió una vía de radicalidad expresiva sostenida hasta la extraordinaria Paranoid Park (2007). Lo que vino después es una curiosa sucesión de problemas críticos, porque, incluso en sus propuestas en apariencia más mayoritarias, se detectan desafiantes singularidades: ni Mi nombre es Harvey Milk (2008) respondía mansamente al modelo del biopic oscarizable —en su seno se proponía un cristalino manual didáctico de estrategia ciudadana—, ni Tierra prometida es un rutinario ejercicio de estilo alrededor del cine liberal americano de los setenta.

A partir de una historia de Dave Eggers —autor en cuyo trabajo se armoniza la herencia del posmodernismo americano con las nuevas estrategias para el compromiso social y político—, Matt Damon y John Krasinski han escrito, en Tierra prometida, un guion que responde, de manera programática, al tradicional arco dramático de la toma de conciencia, pero incluye no pocas gratificaciones fuera de programa: desde el retrato de una comunidad donde la información googleada matiza la candidez de los habitantes hasta los ecos, levemente screwball, en la rivalidad que enfrenta a los personajes de Damon y Krasinski ante la maestra local. Un eficaz giro de guion y la capacidad del director para capturar ese limbo amenazado hacen el resto.

Autor: Jordi Costa (Diario El País)

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