jueves, 23 de mayo de 2013

Crítica de "Combustion"


No habiendo sentido jamás la necesidad o el placer de aprender a conducir un coche, desconociendo el presunto subidón de adrenalina, el sentimiento de libertad y el adictivo vértigo que al parecer proporciona la velocidad y su riesgo, no disfruto especialmente con un género cuyos mayores éxitos están asociados en la memoria colectiva a sus espectaculares carreras o persecuciones de coches. Me interesan o me apasionan películas como Bullit, Rebelde sin causa (a pesar de James Dean, ese niñato gesticulante y siempre en trance), French connection, la saga de Bourne, Driver y Drive, pero no especialmente por el virtuosismo técnico que desplegaron sus creadores filmando coches que hacen maniobras portentosas, utilizados en duelos letales y en los que los héroes o los villanos que los conducen se juegan la supervivencia o la libertad. Son otras cosas las que me fascinan en ellas, pero han pasado a la historia por el legendario rugido de sus motores y por el circense más difícil todavía que realizaban sus milagrosos vehículos.

Los personajes de Combustión utilizan los coches para expresar lo más profundo de su personalidad, como forma de vida, como suprema afirmación. También les sirven para su delincuente profesión, para apuestas en las que te puedes jugar algo más que dinero, para exorcizar fantasmas y superar viejos traumas. Y les va razonablemente bien atracando las casas y los negocios de gente rica, preparando el escape definitivo después de ese último golpe que les solucionará la existencia a perpetuidad, compitiendo en carreras ilegales. Hasta que se líen las cosas al aparecer los dilemas del corazón y del deseo entre la mujer fatal de ese grupo, que ejerce de gancho para seducir a las futuras víctimas, y un hombre que ha pretendido olvidar su tormentoso pasado buscándose una novia y una vida que le proporcionen cierta estabilidad emocional.

El director Daniel Calparsoro parece sentirse a su aire con esta historia de sentimientos broncos, situaciones extremas, actitudes complejas, desgarro y violencia. Y no es un impostor ni sigue una moda. Es lo que lleva contando con mayor o menor fortuna desde su primera película, Salto al vacío. Y rueda con poderío visual esos argumentos protagonizados por gente que vive o sobrevive en el límite.

Combustión persigue legítimamente el éxito comercial. Busca fundamentalmente a un público juvenil y palomitero que frecuenta los multicines de los grandes centros comerciales. Alguien muy informado me comenta que la principal referencia de Combustión es la serie de películas de Hollywood titulada A todo gas. No he visto ninguna. La publicidad que la rodea me provoca infinita pereza, mi experimentado olfato ya solo se expone a perder el tiempo con las tonterías justas.

Pero la película de Calparsoro me ha entretenido, me parece digna, logra lo que pretende. Y hay tópicos en ella y cosas que relaciono con la odiosa estética del videoclip. Y la protagoniza Álex González, un actor joven que me intriga, veraz, con personalidad. Y Adriana Ugarte, que no es un pibón, despliega una sensualidad y un poder de seducción muy creíbles.

Autor: Carlos Boyero (El País)

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