miércoles, 29 de mayo de 2013

Crítica de "La venganza del hombre muerto"


Cada día tenemos casos similares en los medios de comunicación y, con toda probabilidad, también entre sus amigos o sus vecinos. Sucesos luctuosos que provocan la gran pregunta: ¿será capaz la justicia de resarcir a la víctima superviviente o a la familia del fallecido con una pena proporcional al delito cometido? Una cuestión tan antigua como el Derecho Natural y que, en los últimos años, ha venido tratando el cine, con más trazo grueso que complejidad, en películas como La extraña que hay en ti (Neil Jordan, 2007) o Un ciudadano ejemplar (F. Gary Gray, 2009) y en la que reincide La venganza del hombre muerto, primera experiencia americana del danés Niels Arden Oplev, director de la primera entrega nórdica de la saga Millennium, aunque esta vez desde una perspectiva algo distinta, pues más que reflexionar sobre el concepto de justicia, lo hace desde la casi más trascendente órbita del descanso moral del afectado. En otras palabras: ¿acudir no ya a la ley del Talión sino a la aún más desorbitada venganza privada, antecedente romano del ojo por ojo, calma la sed de venganza? ¿O esa sed lo que acrecienta es la imposibilidad de salir de un túnel en el que nos han metido otros, pero en el que no dejamos de cavar hacia dentro en lugar de hacia fuera?

Con un muy buen reparto, comandado por Colin Farrell y Noomi Rapace, y en el que la presencia casi testimonial de secundarios como Isabelle Huppert o F. Murray Abraham avala el interés inicial del proyecto, La venganza del hombre muerto discurre por el tortuoso universo de unos seres a la deriva que, laminados por el dolor, no encuentran acomodo en un mundo que ya no les pertenece. Oplev casi siempre encuentra el tono intimista, el color fotográfico (ocres, principalmente) y la calma narrativa perfectos para relatar el clima de desesperación de los personajes. Sin embargo, el guion de J. H. Wyman, forjado en la serie de televisión Fringe, se empeña en cierta espectacularidad de la parafernalia vengativa, en perjuicio de la verosimilitud y, sobre todo, de la trascendencia de cada uno los actos. Lo que lleva a que, frente a un desenlace excesivamente estrambótico en lo físico, aunque muy acorde en el plano moral, los mejores momentos del relato se encuentren en la profundidad de la mirada de dos sombras derrotadas, a las que se les niega la esperanza de la paz, hagan lo que hagan, ellos y la justicia.

Autor: Javier Ocaña (Diario El País)

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