viernes, 24 de mayo de 2013

Crítica de "Un Amigo para Frank"


Agh. AGH, maldita sea. Hay cierta clase de persona que pondría a parir a esta película: escatima propinas, ocupa dos plazas de aparcamiento y usa como posavasos los juegos originales de la XBox que le prestan los colegas. Por el amor de Dios, leed esta sinopsis: Frank es un viejo ladrón de guante blanco con Alzheimer (FUCK Alzheimer) y su mejor amigo es un robotito a-do-ra-ble que ni siquiera es CGI, sino una señorita (Rachael Ma) dentro de un traje de plástico que probablemente ha acabado con agujetas en las agujetas al término de cada día de rodaje de tanto imitar los movimientos de un androide. Es, se mire como se mire, un papelón de Frank Langella. El enésimo de una carrera permanentemente subestimada. Muy cabrón y muy malparido habría que ser, voto a Bríos, para ir a la yugular de esta película, que encima tiene el valor de obligarte a que descubras su corazón en un mundo lleno de pasteles, imposturas, falsedad, cinismo, hipocresía y tronistas.

Y sin embargo, hay películas encantadoras que están muy cerca de agotar la paciencia del espectador y esta es una de ellas y el motivo es este: tiene miedo de hacerte daño. Todas las grandes películas familiares tienen algo en común. En algún momento de su metraje, van a coger tu corazón y te lo van a estrujar. No me refiero solo a los grandes clásicos; casos menores pero absolutamente ejemplares, como Nuestros Maravillosos Aliados, no tenían miedo de poner el amplificador hasta el “once”. Un Amigo para Frank, aun conociendo exactamente el momento y el lugar en el que arrancar, aun teniendo un actor absolutamente perfecto, no llega principalmente por la dirección, más distanciada de lo que debería, más fría de lo necesario, de Jake Schreier.

Con todo, sus intenciones son maravillosas porque su rigor a sus premisas –concentradas en la relación entre nuestros dos protagonistas– es admirable, para bien y para mal. Ni intenta incitar en nosotros una falsa piedad para Frank, ni quiere –prestad atención a la amable pero monocorde voz de Saarsgard en la V.O., reduciendo al mínimo sus matices– humanizar fácilmente a Robot (trampas válidas que solo cuelan si eres muy, muy, MUY bueno). Schreier y su guionista, Chris Ford, eligen alejarse del camino impuesto por Cortocircuito o Inteligencia Artificial. Según el film, la tecnología no sustituye al contacto humano, pero es un contacto de todas formas, y es mejor que ningún contacto en absoluto. Y el film demuestra que se puede sacar algo bonito (por triste) de ahí. De hecho, lo hace en su extraordinario momento culminante, muy al final, y muy bien ganado. No habría puesto ninguna pega que el film se hubiera soltado el pelo en ese momento. Schreier y Ford renuncian a ello. Habría roto el tono del film. Pero en manos de alguien con más sangre y, desde luego, con más experiencia –primer largo de guionista y director, hay que decir– habría puesto la película en órbita.

Esta aproximación está alimentada por la contenidísma interpretación de Langella. Qué actor. Los actores veteranos terminan haciendo de su persona cinematográfica un arte y suelen, a veces por pura diversión, soltar un guantazo en mitad de una escena –cosa que hacen cuando “no sucede nada” y de la forma menos contraproducente posible; es como cuando Jordan se cascaba un tiro libre con los ojos cerrados cuando sus Bulls ganaban por 20–. El arte de Langella, sin embargo, consiste en volar bajo el radar. Controla a la perfección un personaje moralmente ambiguo, e imprime una dignidad encomiable a la lucha contra la enfermedad incluso en los peores momentos –que vienen con la confusión, con la soledad, con el pánico–. Langella no solo decide como vemos a su personaje, sino que define a su hierático compañero mecánico. Jamás, ni por un momento, se para a decir “soy jodidamente bueno” ni nos recuerda lo bueno que es. Se expone a ser históricamente subestimado (él, uno de los Drácula más memorables de la historia del Cine) y se prepara para vivir con ello.


Las consecuencias negativas de semejante brutalidad están fuera del alcance del actor, y son un problema que el director tendría que haber previsto. Ningún otro personaje está tan bien escrito. Hay en el film una enorme carencia de secundarios excepcionales descontando, por supuesto, a Sarandon. Ojalá pasara mucho más tiempo con Langella; su silenciosa historia de amor es otra de las grandes bazas donde quizás habría sido necesario más arrojo. El problema, realmente, se ve cuando Langella comparte pantalla con Marsden y Tyler quienes resultan, por ponerlo de una forma educada, completamente aniquilados sin compasión, porque ninguno consigue salir de los cuatro trazos de sus personajes (“¡hijo disciplinado, hija jipi!”) y dado que se están enfrentando con un padre particularmente combativo, el veterano (y recordemos: 1,90 metros de altura y una mirada de tiburón que clava tachuelas) está obligado a darles cera. Y lo hace. Jesús, si lo hace.

Y aquí se acaba mi modo cabrón. Un Amigo para Frank es sensible, tiene el corazón en su sitio.Trabajada y para que la trabajes. Es clase de película buenrollista que no tiene especial prisa por serlo. De hecho, y para mérito suyo, ni siquiera estoy seguro de que lo sea. Este contexto complejo cae en manos de un director que decide apuntar un poco demasiado bajo y el resultado no es algo especialmente memorable, pero en honor al espíritu luchador de nuestro fantástico protagonista, es algo que no se olvida muy fácilmente.

Autor: Rafa Martín (Blog de cine)

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