Crítica de "La mula"
Un 'MacGuffin' berlanguiano, el oxímoron perfecto de la guerra ¿civil?
De tanto retratar la posguerra, el cine español se había olvidado de la guerra.
De la mera contienda, de la sangre y los tiros, de los cabos furrieles y
los alféreces provisionales. Y resulta que, disculpen la osadía y la
provocación guerrera, casi se agradece un poco de trinchera desnuda, con
la mala hostia al raso y los bandos cara a cara, ante tanta represión,
tanto sufrimiento (a veces muy mal contado), tanto olor a habitación
cuarenta años cerrada y tanto debate político interesado alrededor de
nuestras películas.
La mula intentó no apelar a las
excusas presupuestarias y logísticas que han dificultado en España el
enraizamiento de un género tan clave en la historia del cine como el
bélico, pero se topó con otros problemas que retrasaron, lastraron y
dejaron la película inacabada primero y parcheada después. Sin
embargo, la decisión de hacer un montaje único con del material original
y el añadido es respetable. Y acertada. Valiente, incluso. Porque los
problemas técnicos son evidentes, llamativos: el raccord, la
concordancia entre planos, la continuidad espacial, las diferentes
texturas e iluminaciones… Y aun así, La mula funciona. En su esencia, con ese MacGuffin berlanguiano, casi un oxímoron a la medida del filme: un animal con ecos a La vaquilla y paridad argumental, que no real, con el War Horse de Spielberg. Y
desde el principio, en un campo de batalla rastrojero pero intenso, que
se nos abre a un pueblo (un escenario espléndido, por cierto, sin
recreaciones rancias, verosímil) donde tras el baile siempre anochece,
que no es mucho.
Todo bien apoyado por la fuerza del batallón de
secundarios en grupo que rodean a un Mario Casas como nunca le habíamos visto antes. Su mejor trabajo, a la altura de María Valverde en un registro nuevo, regalo de la novela de Eslava Galán,
que escribió una de esas historias de la Guerra Civil que no van a
gustar a nadie. Excepto quizá a este crítico. Porque no se señala al
malo con el dedo facilón, sino que se deja que las imágenes (con una
musiquilla cargante, eso sí) demuestren, como en el avance final por el
páramo de las tropas nacionales, la miseria moral que se avecinaba tras
una guerra insoportable.
Autor: Carlos Marañón (Cinemanía)
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