viernes, 24 de mayo de 2013

Crítica de "La Mula"


“Vi entonces convertirse en comunistas fervorosos a muchos reaccionarios y en anarquistas terribles a muchos burgueses acomodados. La guerra y el miedo lo justificaban todo”, escribió Manuel Chaves Nogales en su clarividente prólogo de A sangre y fuego. Contienda, miedo, mentira. Algo de eso hay también en La mula, novela de Juan Eslava Galán que habla de humanismo y también de absurdo; de piedad y terror; de violencia y amistad; de ideales y confusión, de españoles convencidos con su causa y de otros que simplemente pasaban por allí y que, obligados por las circunstancias, actuaron según su modo y manera, con la fuerza del sentido común.

Comienza la película y, desde sus trincheras, cada bando grita las excelencias de la comida de la noche anterior. ¿Es La vaquilla, de Luis G. Berlanga? No, es La mula, de Michael Radford, alias Anónimo por culpa de otra guerra incruenta, esta económica y artística alrededor de la producción. En principio, sorprende que las dos películas arranquen exactamente igual. También que tengan a un animal como metáfora de una España apaleada. ¿Qué las separa, que las iguala? Las iguala su capacidad para reírse, a pesar de todo, y el rechazo de cualquier maniqueísmo. Las separa que el humor de Berlanga es ácido, atroz, punzante, negrísimo, y el de Eslava es más amable, más compasivo, de sabio del terruño. Así, La mula entronca con aquellas maravillosas películas alrededor de la guerra y el fascismo creadas en Italia por gente como Mario Monicelli o Luigi Comencini, a La gran guerra, Todos a casa y La marcha hacia Roma, a aquellas historias de cobardes y descaminados, de falsos héroes, de supervivientes que a veces eran más honorables que cualquier orgulloso guerrero.

De ambientación primorosa y meritorio trabajo con el acento jiennense, casi siempre conseguido por el trío protagonista, con vocales muy abiertas y destierro de eles, eses y eres finales, La mula probablemente tiene otra película dentro de la película. Y sin embargo, a pesar del desbarajuste fotográfico (secuencias nítidas mezcladas con otras de grano durísimo), hubiese sido una pena que este trabajo de Radford quedara en el limbo. Porque, como dice el estupendo Mario Casas en un desgraciado momento, lo que queda al final es el absurdo: “¡Me cago en la puta guerra, Chato!”.

Autor: Javier Ocaña (El País)

No hay comentarios: