Se pueden colgar muchos adjetivos a ‘Ayer no termina nunca’ (2013), la nueva propuesta de Isabel Coixet, pero creo que los únicos que nos pondrían a todos de acuerdo son: personal y arriesgada. Cualidades valiosas y reivindicables —hay tanta necesidad de gustar al mayor número posible de espectadores que se pierde el atrevimiento a ser diferente— que no están relacionadas con la calidad del producto final. De hecho, ésta es una de las películas más tediosas que he visto en los últimos meses. Sin embargo, no me arrepiento de haberla visto, me alegra que se haya hecho y que se haya estrenado.
Lamentablemente, es un film tan simple, singular y deprimente que está condenado a pasar de puntillas por la cartelera, como si su misión estuviera cumplida con haber hecho ruido en festivales —se presentó en Berlín y triunfó en Málaga—. Aunque ambas han tropezado en taquilla, es un caso totalmente opuesto al de la descaradamente comercial ‘Combustión’ (Daniel Calparsoro, 2013), la otra producción nacional que se estrenó el pasado 26 de abril. Basada en la obra teatral ‘Gif’ de Lot Vekemans, ‘Ayer no termina nunca’ son dos personajes lanzándose reproches durante cien minutos en apenas un par de escenarios. Coixet ha hecho lo que le ha dado la gana, sin importar si iba a interesar o no, y ha recogido los frutos.
Conste que rechazo el encorsetamiento o la limitación de una película para intentar satisfacer a un público masivo —a menos que la intención sea llenar salas en todas partes, claro—, aprecio ante todo la mirada del autor. Lo que falla en el último trabajo de Coixet no está relacionado con su escaso éxito en cartelera, pero lo comento porque, como se suele decir, no está el horno para bollos, y quizá no era el mejor momento para estrenar algo así. Una sensación que no pude quitarme de la cabeza mientras veía ‘Ayer no termina nunca’ es que era un ensayo filmado. Material por perfilar, por rematar, poco reflexionado y toscamente elaborado, pero aun así aprovechado, como si el esfuerzo y la búsqueda por crear algo tuviesen finalmente más importancia que ese algo.
Una crisis (íntima) dentro de otra crisis (nacional)
Imagino que no fui el único que recibió con sorpresa la noticia de que Coixet tenía entre manos una historia de ciencia-ficción. Así se etiquetó el proyecto, sin concretar mucho más aparte de que la trama giraría en torno a una pareja y que se reflejarían las circunstancias actuales, porque la directora catalana decía que hoy en día vamos al cine con demasiada información —lo cual es cierto—. Realmente, hay muy poco del género en ‘Ayer no termina nunca’ y lo que hay resulta intrascendente. Podría estar ambientada en este año y sería lo mismo. Puede que solo fuera un cebo… En cualquier caso, el film tiene lugar en el año 2017. Dos personas se reencuentran después de cinco años. ¿Qué les dividió? ¿Por qué se han vuelto a ver?La excusa es lo de menos, lo relevante son las intensas y contradictorias emociones que despiertan la situación, así como el dolor y el sufrimiento de unas heridas que no han cicatrizado. Poco a poco descubrimos el origen de la pareja y su crisis —enmarcada en la que destruye España, una referencia obligada—, cómo lo afrontó cada uno y qué ha sido de ellos desde que se separaron. Un problema es que las revelaciones son tópicas y previsibles, pero la mayor torpeza es que el film se centra demasiado en escarbar en la amargura de la mujer y su rechazo al hombre, quedando éste un tanto desconectado —Candela Peña está sensacional, eclipsa a un forzado Javier Cámara que solo al final se adueña de su personaje—.
La simplicidad del planteamiento hace que la película se estanque enseguida y reincida sobre los mismos temas en un intento por desarrollar un conflicto que podría haber dado mucho más juego si los personajes abarcaran más tiempo y espacio, en lugar de quedarse anclados en ese extraño recinto de cemento, repitiendo lo ya expuesto. A menudo los diálogos suenan a poesía barata y filosofía superficial, con el añadido de que ‘Ayer no termina nunca’ es visualmente aburrida —al inicio molesta el nerviosismo de la cámara, que intenta reflejar el ánimo de los protagonistas—, aunque al final hay una escena maravillosa centrada en el rostro de ella. Supongo que los seguidores de la cineasta saldrán encantados; a los demás les aconsejo cautela e ir al cine bien descansados.
Autor: Juan Luis Caviaro (Blog de cine)
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