lunes, 27 de mayo de 2013

Crítica de "The Trip"


Yo pondría cómodamente a The Trip en el Top 3 de Michael Winterbottom, de esta magnitud estoy hablando. Vamos a ahorrarnos el ridículo de recordar demasiado que esta verdadera maravilla de film, una de los retratos más poderosos, entrañables, divertidos y jodidamente amargos sobre la crisis de la mediana edad que me he comido en años –y que me hace de una vez por todas querer acompañar a Steve Coogan al Infierno porque, según Courtney Love, es ahí dónde va a ir– se estrena tres años después, con frialdad, en silencio, y totalmente desconectada de la actual línea narrativa de su director. Encima vamos a tener que dar las gracias.


Hay una supuesta cita, nunca confirmada, de Jennifer Lee sobre su marido, Richard Pryor. “En un primer momento querías salvarle hasta que te dabas cuenta de que era él quien te estaba salvando a ti”. Otra, de Carrey sobre Pryor, también sin confirmar: “Hay gente que nace con una bota de hierro. Son los que echan las puertas abajo y entran en lugares antes de que siquiera hayan sido tocados por la luz. Y es una misión llena de soledad y huesos rotos”.

Todo lo dicho se aplica a Steve Coogan, uno de los individuos más mezquinos, zafios y odiosos sobre los que jamás he tenido la desgracia de leer. Porque Coogan va a salvarnos a todos de nuestros demonios, haciéndolos propios.

The Trip es la historia de un viaje gastronómico que emprenden Coogan y su amigo en la vida real, Rob Brydon, quien paradójicamente es uno de los cómicos más queridos por el pueblo británico. El viaje sucede en un momento no muy ajeno a Coogan: en mitad de una relación a un paso de la absoluta catástrofe, un escenario que a sus 45 años el actor contempla con cierta sensación de hastío, secundada por un terror subterráneo de que ese estado va a ser una constante en lo que le queda de vida, y, aún mucho peor, que él y solo él es el responsable de la situación. Un hombre que causa daño emocional de manera completamente voluntaria y que acepta esta situación desde la madurez: es la vida, soy como soy. Y soy un peligro.

Así que cuando Coogan va a recoger (no con muchas ganas) a Brydon y ve como este último se despide de sus hijos y de su esposa como si se fuera a la guerra, Coogan se da cuenta de que es rico, es hilarante, y no es nada más. Y Brydon, que de alguna manera siempre termina encontrando en su compañero a su complemento ideal –supongo que está relacionado con yings, yangs, polillas y llamas o algo así– inicia a lo largo del viaje, nunca de forma completamente consciente, nunca de forma involuntaria, un intento para salvar a su amigo, con el margen particular de “vive y deja vivir” que se imponen los hombres desencantados, en particular cuando las tentaciones (una fotógrafa cocainómana y hedonista) se ponen en el camino. El escenario es la campiña inglesa, la tertulia tras la comida, y la sutil competición entre dos consumados especialistas en el arte del humor.

Pongamos como ejemplo la escena más memorable del film –ni mucho menos la mejor, o la más compleja, pero sí la más admirable–. Es tan conocido el combate de imitaciones de Michael Caine entre Brydon y Coogan que el propio Michael Caine provocó la hilaridad de una audiencia televisiva imitándose a si mismo. Es una más de las decenas de escenas improvisadas (no hay guionista acreditado; el director se habrá limitado a proporcionar guías de comportamiento, todo lo más, con suerte) que recurren por necesidad a la personalidad íntima de los actores para terminar de llegar al espectador de la forma más sutil imaginable (como apunta maravillosamente Joe Williams en el St. Louis Post Dispatch: “Las imitaciones de Brydon siempre son ligeramente mejores… y Coogan lo sabe”).


Winterbottom se limita a viajar con nosotros y su única intervención palpable es la que desarrolla como descubridor turístico, como degustador gastronómico y como viajero de pro. Las conversaciones de Brydon y Coogan van acompañadas de exquisitos planos fijos en los platos, con una cámara que siempre destaca los espacios de los restaurantes, hostales, pequeñas casas rurales y los prados de la campiña, los lugares secretos y los puentes recónditos. El resultado final capta (y depura) la cada vez más irreconocible sensación de tránsito que percibimos cuando cogemos el coche y hacemos kilómetros; cuando pateamos colinas. En paz, relajados, uno/a con el paisaje, mientras dejamos que nuestro cerebro perciba cada vez pequeños aspectos nuevos, sin importar las veces que hayamos recorrido el camino.

Para Brydon el viaje ha sido un descanso del paraíso, al que no veía la hora de regresar. Para Coogan, puede que algo más. Quizás haya cambiado algo que puede parecer muy pequeño, y que puede agrandarse con el paso del tiempo. Una pieza de información vital sobre sí mismo tras un inesperado período de reflexión personal, suculentos platos, combates dialécticos, contacto con sus semejantes y perspectiva de su persona en relación con el planeta. The Trip es el viaje de un hombre que que adquiere una porción de sabiduría. Es un film que, en su pequeñísimo mundo, es absolutamente perfecto. Una de las mejores, más distintivas y más delicadas películas que váis a ver este año. Buen provecho.

Autor: Rafa Martín (lashorasperdidas)

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