jueves, 23 de mayo de 2013

Crítica de "Iron Man 3"


Empecemos por retener un nombre: Shane Black. Él es el que firma la última entrega de 'Iron man', la tercera oficial y la cuarta (si incluimos 'Los Vengadores') de manera oficiosa, y, para evitar suspicacias innecesarias, nos cae bien. Suyos son los guiones de 'Arma letal', obra cumbre del peinado ochentero 'mullet', y en su corta carrera como director figura ese sorprendente delirio, entre la parodia y el simple frenesí, titulado 'Kiss kiss bang bang'. Para lo muy cafeteros, recordar simplemente que su anatomía desmadrada hacía acto de presencia delante de la cámara en, por ejemplo, 'Depredador'.

Más sencillo, no es familiar de Godard.

Pues bien, él es el encargado de convertir 'Iron man 3' en la mejor película de todas en las que Robert Downey Jr. ha aparecido enfundado en su traje de metal. Y lo es por mantener en equilibrio cada uno de los componentes que hacen que una cinta de superhéroes no resulte cargante: espectacular, irónica y lo suficientemente inteligente para no tomarse demasiado en serio. Si hubiese que buscar un referente, sin duda el viejo 'Superman' pop de Richard Donner, no por casualidad director de 'Arma letal'.

Últimamente, no me siento muy bien...

Situémonos, de un tiempo a esta parte, y por culpa de Christopher Nolan, no hay película con un tarado megalómano de protagonista que no padezca el conflicto interior digno de un monaguillo ateo. De repente, alguien perdió de vista que los superhéroes son por definición intrínsecamente ridículos. Y de este modo, hubo que soportar que se pusieran serios, sufrieran en silencio sus hemorroides anímicas y arrastraran todos ellos sin excepción un trauma infantil digno del monaguillo de antes.

La razón de tanto aturdimiento ético era hasta cierto punto comprensible. Los superhéroes son alérgicos al drama. Soportan mal que nadie les lleve la contraria. Les aburre discutir sobre cuestiones morales. Tienen claro que el que paga manda y el resto... literatura. Al fin y al cabo, su oficio no es otro que salvar al mundo enfundados en unas mallas y con los calzoncillos por fuera. Ridículo.

Dicen los expertos en la materia que fue en 1961, cuando, ante el acoso de los competidores DC Comics, Stan Lee recibió el encargo de hacer sujetos morales a esas extrañas y perfectamente arias máquinas de matar de la casa Marvel. Y justo en ese momento, ya saben, los superhéroes descubrieron su humanidad. Que es como la gente educada llama a la maldad, a la posibilidad de equivocarse. Porque, en efecto, sólo en la debilidad vive la posibilidad del drama.


Metáfora perfecta

No nos extenderemos, pero parece lugar común ya asumido que el momento cumbre de esta, digamos, 'tendencia' llegó en el cine de la mano de 'El caballero oscuro' que, curiosamente, no es Marvel y nada tiene que ver con Lee. De repente, el drama adquiría la condición espectacular de la metáfora químicamente perfecta. Los superhéroes, pese a su extravagante e irreal condición, hablaban de otra cosa: de nosotros.

Pues bien, hacía falta que, ante tanto hartazgo pseudo-metafísico-monaguillesco, alguien desdramatizara; que alguien recuperara el pulso de la comedia, la espectacularidad y la refriega como la forma menos tramposa de retratar la tragedia. Y aquí, sin duda, 'Iron man 3'. Robert Downey Jr. vuelve a ser él; regresa a su papel de bufón paliza, pero esta vez al servicio de una buena causa más allá de su ego disparatado. Tony Stark-Iron man es un millonario irresponsable que sufre ataques de pánico y que apenas es capaz de controlar un impulso irreflexivo y violento hacia el desastre. Es decir, como cualquier político español. Tan sencillo tan ridículo tan irreal (o no tanto).

A su lado (y aquí el gran logro de la película), Ben Kingsley se descubre como uno de los villanos más divertidos y ácidos que ha pisado una pantalla desde aquellos añorados tiempos en los que Bond era otra cosa. Mucho más pop y mucho menos autoconsciente de su musculatura. Si Heath Ledger, con su 'brandoniana' actitud en la intrepretación del Jocker en 'El caballero oscuro', ofrecía bríos renovados al papel de malo, ahora es Sir Ben el que, desde el lado completamente opuesto, retrata a la perfección la estupidez intrínseca de todo lo que nos rodea.

Y así, precisamente desde la nemesis del superhéroe, asistimos a la mejor refutación del superhéroe que vio desde hace mucho una película de superhéores. Y todo ello gracias a Shane Black. El monaguillo 'unamuniano' de arriba puede, por fin, descansar tranquilo.

Autor: Luis martínez (El Mundo)

 

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