sábado, 2 de febrero de 2013

Crítica de "El vuelo"


El Vuelo es un film extraordinariamente coherente con la filmografía de Robert Zemeckis en modo “Oh, Dios, ¡tengo un Oscar!”. Como Contact y Náufrago, El Vuelo está protagonizada por un individuo enormemente capacitado y enormemente aislado. Hablamos de tres films dominados por actores de superprimera categoría (Foster, Hanks, Washington) que realizan una interpretación a la altura de lo mejor de su filmografía –y que en el caso que nos ocupa, y por tratarse del actor que nos ocupa, adquiere un matiz excepcional–. Tres films que emplean las set pieces, las secuencias extraordinarias y distintivas, tanto a nivel narrativo como técnico, como detonantes de la historia que sigue a continuación. El género es un factor diferenciador. Contact era ciencia ficción, Náufrago era aventura, pero El Vuelo es la más difícil de todas: es Gran Drama Americano (en la misma liga, conceptualmente, que Los Descendientes o Young Adult por poner un ejemplo cercano), personal, íntimo, complejo, IMPORTANTE, real, adulto, incómodo. Sobre el papel, El Vuelo quiere ser eso, y le va muy bien cuando es eso –con un clasicismo envidiable–. Y entonces deja de serlo.


La película narra la historia de la lucha de un piloto de avión para salvar su alma después de que un accidente aéreo, y las consecuencias que de él derivan, empezando por la investigación posterior, sacuden su concepto de sí mismo hasta los cimientos. Denzel Washington ES el capitán Whip Whitaker. Es un drogadicto, es un alcohólico, es un padre de mierda y a estas alturas de su vida sigue convencido de que todo lo malo que le sucede es responsabilidad exclusiva de terceras personas. Cualquiera menos él. Si el accidente no deviene en tragedia es porque posiblemente se trata del mejor piloto jamás visto en una pantalla de cine, lo que le parece excusa suficiente para cubrir sus defectos. ¿Por qué, entonces, se siente culpable? ¿Qué tecla ha saltado en su interior después del evento? ¿Hasta donde es capaz de llegar Whitaker para proteger la mentira en la que vive? El Vuelo plantea extraordinariamente bien preguntas difíciles, y sus mejores escenas son aquellas en las que no se nos proporcionan respuestas sencillas, aquellas en las que Whitaker, a través de sus diferentes encuentros con las personas relacionadas con el accidente, a las que intenta convencer para que testifiquen a su favor –desde su asistenta de vuelo hasta su cristiano copiloto– encuentra inesperadamente un pedazo de verdad sobre sí mismo. Y nosotros con él.

Por qué El Vuelo decide sacarme de ese escenario y narrar una historia de amor entre Whitaker y Nicole, una ex adicta completamente ajena al suceso es algo que no me termino de explicar…o sí, porque es EXACTAMENTE la misma cagada que Náufrago. Es simple: si no me estás hablando de “El Vuelo”, lo siento, pero no me importa. Es sintomático de un mal mayor. Cualquier secundario que aparece con relativa asiduidad en pantalla acaba por cansar porque parecen convidados de piedra al viaje interior de Whitaker (y en buena medida porque el actor principal es quien es). Zemeckis y Washington te meten tan dentro del personaje que nada de lo que hay fuera de él está a la altura. Así, la narrativa funciona de maravilla en incursiones esporádicas de actores que aparecen, destrozan a nuestro personaje en dos minutos, y se largan. La mejor prueba de ello es John Goodman, camello y mejor amigo ocasional de nuestro protagonista. Aparece dos veces, las dos con el Sympathy for the Devil sonando de fondo, y ayuda a nuestro héroe de la peor manera posible con una sonrisa en los labios –alerta simbolismo!!!–. Por eso hace tanto daño al film que la película se convierta, muy al final, en “una de juicios”. Desde luego que es lógico y consecuente, dado que gran parte del film gira en torno a la investigación, pero ¿es realmente necesario que nuestro protagonista sea validado o invalidado ante un tribunal? Al fin y al cabo, El Vuelo y su actor me han presentado un recorrido íntimo y solitario. Por lo tanto, cuando Whitaker se “desnuda” ante la fría luz pública, tengo la sensación de que la película me ha puesto los cuernos en un gangbang. Justo en su clímax. En el peor momento posible.

Es mejor dejar a Whitaker solo, y cuantas menos explicaciones de su comportamiento mejor. Whitaker hace de ser gilipollas una entelequia. Sabiendo esto, Zemeckis necesita un actor capaz de transmitir esta carga de forma instintiva, necesita un intérprete conocido por su necesidad de dominar, de aplastar, de demostrar que es el más chulo, el más guapo, el más negro… exactamente. Denzel Washington ha nacido para ser Whip Whitaker y el resultado, más que una interpretación, es un autoexorcismo y un repaso a su legado cinematográfico. ¿A cuántos actores habrá masacrado Washington a lo largo de su carrera? ¿Cuántos intérpretes de igual talento se han visto obligados a quedar por debajo, en lugar de a la par? ¿Cuántos personajes se han mordido la lengua para dar la última palabra a Frank Lucas o Alonzo Harris? Esta temporada no me va a dejar nada más gratificante que ver a este egotista reconocer sus propias debilidades. Por primera vez veo a Denzel, la persona y como tal, es compleja y memorable. Además, Washington lleva, él solo, la película a un terreno adulto: un film sobre un cabrón y un drogadicto funcional contento de serlo. Culpable, pero no responsable. 


Zemeckis aporta a Washington cierta orientación –del resto se ocupa el actor– y al resto del film, entrega una concepción del mundo en blanco y negro, un clinic de composición cinematográfica y una ESCENA para el recuerdo, la del accidente (un par de apuntes: Zemeckis solo saca la cámara del avión cuando es imprescindible y la escena está tan calculada al milímetro que el diseño de sonido acompaña hasta el más mínimo cambio de ritmo narrativo, como el silencio que precede al choque). Su renuncia a los artificios y a la exageración, en general, es admirable. Es un señor director de cine que va a dar de sí lo que le permitan tres factores: oportunidades para hacer lucir su técnica, el libreto que tiene en las manos y la implicación del superactor que tenga a su disposición en esos momentos. Aquí tenemos una buena película partiendo de un buen material. Simplemente. Si me preguntáis si Zemeckis está para cascarse una última maravilla siempre que tenga una base a la altura, mi respuesta es “sin ninguna duda”. Porque aquí va sobrado.

Autor:Rafa Martín (lashorasperdidas)

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