miércoles, 27 de noviembre de 2013

'Los juegos del hambre: En llamas': Mis queridos vasallos


Algo pasa en Panem. Inesperadamente, la -absoluta- felicidad de la gente del Capitolio no se ve correspondida por el estado de ánimo de la mayoría de los doce Distritos. Cuando la audiencia adicta a los Juegos del Hambre todavía está reponiéndose de las emociones fuertes brindadas por la inolvidable 74ª edición (y mientras sigue regodeándose en las reminiscencias dulzonas-empalagosas de los trágicos amantes vencedores) el resto de mortales se empeña en mostrar una inquietud que ya le ha (re)abierto más de una úlcera al pobre Presidente Snow. El pueblo raso está descontento y los agentes de la paz se ven obligados a recurrir a métodos cada vez más desagradables para que el caos no se imponga definitivamente en las calles. Tener que recurrir a la fuerza jamás ha despertado excesivos problemas morales en la clase dirigente, pero la persistencia en determinadas actitudes rebeldes empieza a ser demasiado engorrosa.

La civilización más poderosa que jamás se haya dejado ver por el planeta Tierra sigue empeñada en creer que todo sigue bien, que nada escapa a su implacable control... y cuando el hormigueo en la nuca hace el amago de extenderse por el resto del cuerpo, siempre le queda el infalible refugio producido por fascinación de los fastos, de los grandes monumentos y celebraciones. Del circo. No obstante, los gobernantes más avispados, aquellos que a lo largo del tiempo han logrado mantener su puesto de privilegio, fruncen el ceño y empiezan a maquinar. A darles vueltas a cómo aquello de ''Cambiar para que todo siga igual'' puede aplicarse para tratar de resolver esta situación tan peliaguda. La solución, si es que realmente existe, se resiste, así que, mientras la mano dura proporciona un poco más de tiempo, tocará andar con pies de plomo, pues cualquier paso en falso podría hacer estallar el polvorín sobre el que parecen estar caminando.  

La -maldita- chispa. A veces sólo se requiere esto para que un sistema entero, por muy poderoso que parezca, se derrumbe sin dejar rastro. La -bendita- chispa. A veces la audiencia sólo necesita esto para engancharse, sin curación a la vista, a una nueva droga. Aunque tampoco está de más recordar que ni la chispa más potente es capaz de prender en lugares poco abonados al encanto de las llamas. Suzanne Collins no desaprovecha ocasión alguna para demostrar que tiene la lección bien aprendida. Como sucede con la mayoría de autores en total sintonía con el gran público, sus méritos, no se sabe del todo bien si tienen que atribuirse a la genialidad o a la idiotez... o a la perfecta conjunción de ambos golpes de suerte. A Collins pueden recriminársele muchas decisiones y detectársele muchas carencias literarias, pero para ser justos, se le tiene que reconocer el don por meterse en terrenos empantanadísimos... y salir de ellos sin apenas despeinarse (y dicho sea de paso, sin que su intromisión haya apenas dejado huella en ellos).

En un futuro distópico, a los chavales se les obliga a luchar a muerte mientras el mundo entero observa, deleitándose -u horripilándose- con la sangre vertida en la arena. ''Best show on Earth'', dirían algunos, porque sin el poder atroz adquirido por los medios de comunicación (en perfecta simbiosis con los miembros de las altas esferas políticas, totalmente desvinculados del mundo real; obnubilados por su propio teatrillo grotesco), la ecuación no acaba de cobrar el sentido pretendido. Las cartas sobre la mesa y bocarriba desde la primera jugada. Quien quiera quedarse en el trasfondo filosófico, es libre de acomodarse (a pesar del poco espacio que encontrará aquí) y montarse las historias que más se adecuen a las inquietudes que en el momento del visionado pasen (para irse poco después) por su mente. Quien por el contrario se sienta más atraído por la promesa de ver satisfechas necesidades mucho más primarias, encontrará en la saga de 'Los juegos del hambre' un buen hogar. Provisional, tal vez, pero plenamente funcional. Imposible pasar hambre.

 
Para todos los gustos. De lo que se trata aquí es de amenazar y/o insinuar un gran espectáculo de fuegos artificiales, disfrutable / apto para todas las audiencias. Cuando más se amplíe el espectro de consumidores, mayor será la recaudación. Elemental. Así, aunque la gran traca prometida no acabe de concretarse, las explosiones multi-color siguen tiñendo el cielo, y el tiempo pasa volando. Lo fue tanto el primer libro como la primera película, y lo es también la segunda entrega (tanto en formato papel como en celuloide): 'Los juegos del hambre: En llamas', ante todo (y por favor, no le den más vueltas) es un entretenimiento mínimamente inteligente y altamente efectivo. A pesar de depurar alguno de los errores de Gary Ross, el nuevo ''Vigilante Jefe'' sigue arrastrando varios tics de su antecesor (el desaprovechamiento, en lo que a intensidad se refiere, de los teóricos grandes momentos, la gestión atropellada de los tempos narrativos...), aun así, casi todos ellos se convierten en excusas bien aprovechadas para engrasar, más si cabe, la maquinaria.

De nuevo nos vemos obligados a tratar de comprender la extraña naturaleza del best-seller, tarea en la que cuesta horrores separar los defectos de las virtudes, aunque ésta sea quizás la mejor arma con la que cuenta el contendiente. Los tropiezos se tapan rápidamente con piruetas de buen nivel estético... y el juez, que ya no sabe si puntuar al alza o a la baja, sólo puede asegurar que se lo está pasando bien. No es poco. Como ya hiciera Suzanne Collins en sus novelas, Francis Lawrence pule el arte del skip (a saber, saltarse, a las buenas o a las malas, cualquier indicio de paja) y hace de lo -insultantemente- obvio una simpática herramienta para que el sentido del dinamismo y de lo inmediato (ambos factores igualmente desbocados) no entorpezca la comprensión de una historia que sabe vender con mucha gracia casi todo su potencial. Que respiren tranquilos los fanáticos de la novela: el filme que se disponen a devorar, en cuanto a adaptación, roza el diez. Ni el más listo de los sinsajos hubiera transmitido mejor las páginas (ni una se escapa; ni una se filtra de los demás libros), las apariencias y el mensaje del original.

Para acabar de captar a los pocos que a estas horas puedan seguir considerándose ''infieles'', el binomio Lionsgate & Color Force se abona definitivamente a la fórmula de la infame franquicia 'Crepúsculo': Poco hay que hacer para que los ya practicantes sigan acudiendo a misa (en otras palabras, para que sigan pasando por caja); donde realmente hay que sudar es a la hora de captar nuevas almas. Es por esto que no hay que extrañarse ante las muestras puntuales de dejadez tanto en la dirección como en el montaje (algo de lo que debe excluirse, una vez más, la estupenda partitura de James Newton Howard), o ante el despliegue técnico más bien discreto del filme, pues el músculo de producción se sitúa en lo más alto y ahora se deja ver más en ''periféricos'' tan cruciales como puede serlo la tracklist (la lista de músicos involucrados en estas dos primeras entregas fílmicas de 'Los juegos del hambre' es, ciertamente, para caerse de culo). Con todo, el coste de oportunidad se minimiza hasta casi desaparecer, y la calidad del producto (la comercial, al menos) se ve reforzada en este ejercicio de vasallaje bilateralmente rotundo.

El alma, que también hay que contabilizarla, corre a cargo de una de las estrellas del firmamento Hollywood actualmente más on fire. Jennifer Lawrence, ya más metida en el papel de heroína rebelde, desborda carisma y engrandece un show que, con el encanto de la serie B y el sadismo -light- de genios de las mega-trampas como, por ejemplo, el mejor Vincenzo Natali (¿se acuerdan?) se mueve hábilmente entre la balada romántica y los temas cañeros... y siempre a ritmo de desenfrenado (y, mejor, desacomplejado) pop. El -amargado- enemigo, admitámoslo, es seguramente quien no ha sabido / querido sobreponerse a sus prejuicios previos. Al fin y al cabo, uno de los logros más importantes de 'Los juegos del hambre: En llamas' es el de saber reflejar las mejores cualidades de sus dos protagonistas principales. Y es que por mucho que se quiera mostrar tan peleona como Katniss Everdeen, en realidad lo suyo es encandilar como Peeta Mellark. Estas llamas iluminan pero no queman. Así, ¿quién busca enemigos?

Autor: reporter (El Séptimo Arte)

No hay comentarios: