Con 'Blue Jasmine' estamos ante una de las películas más
vivas, afiladas y lúcidas de Woody Allen. Cuenta la historia de una
acomodada ama de casa neoyorquina que, de golpe y porrazo, se encuentra
sumida en una crisis familiar, económica, mental y vital de enormes
proporciones. Sobre todo cuando su marido, un sujeto al estilo del
corrupto multimillonario Bernard Madoff, es detenido y acusado de
fraude. A partir de ahí, presente y pasado se entrecruzan en esta
comedia con fuertes acentos dramáticos, al tiempo que Nueva York y San
Francisco son las dos ciudades donde se desarrolla una historia que se
puede extrapolar a otros ámbitos, incluido el nuestro.
Ausente esta vez del plantel estelar, más próximo a la
dureza de 'Match Point' (2005) que a la fantasía de 'Midnight in París'
(2011), Woody Allen extrae todo su jugo interpretativo al vibrante
trabajo ante las cámaras de una excepcional Cate Blanchett, arropada por
los aquilatados fotogramas del singular imaginero eibarrés Javier
Aguirresarobe. En todo caso, se trata de una película sobre la felicidad
imposible, sobre las decepciones de la vida cotidiana y acerca de una
especie de descomposición ética y moral, tanto a nivel personal, como a
escala universal.
Ninguna secuencia del filme se escora a la blandenguería,
ni se refugia en el lamento. La protagonista, una mujer entre perro y
lobo, hace recapitulación de su vida íntima, seleccionando sólo los
momentos a los que puede adherir un sentido que, no obstante, el tiempo
ya ha convertido en marchitos. El esfuerzo por extraer de la
desesperación, del fracaso, un espacio que no esté vacío, dota al
personaje de un magnetismo sobrecogedor. En realidad, la película habla
de la dificultad de conocer, de saber quiénes somos y quiénes son los
otros, y de cómo se borran en el aire los rostros amados, mientras la
memoria edifica palacios de niebla con las ruinas desenterradas del
pasado.
Autor: Anton Merikaetxebarria (Diario El Correo)
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