«Pacto de silencio» pretende poner al sol los
trapos sucios de la extrema izquierda militante de los sesenta. ¿Qué
quedó del idealismo que entendió el terrorismo como el brazo armado de
la utopía marxista? ¿Qué ha ocurrido con esos «fuera de la ley» que
asumieron falsas identidades para camuflarse entre la población y
convertirse en ciudadanos responsables? ¿Es posible empezar de nuevo
cuando se ha cometido un crimen en nombre de tus principios? Son
preguntas que se formula la nueva película de Redford, y que nos hacen
intuir que podría existir una verdadera reflexión sobre la muerte de las
ideologías en un sistema bipartidista como el americano. Símbolo de un
cierto cine, de corte liberal, que invadió la producción estadounidense
en los setenta, Redford, que aquí interpreta a un abogado cuya
respetabilidad enmascara su pasado de activismo político y su
(inexistente) implicación en un desafortunado homicidio (involuntario),
se erige en símbolo nostálgico de un modo radical de alzar la voz y
cambiar el mundo. El grave problema es que Redford no asume la posible
antipatía que podría generar un personaje que, en realidad, funciona
como perfecto falso culpable, o como chivo expiatorio de una causa
perdida, y que eso le exime de politizar en exceso su discurso, o de
hacerlo contemporáneo, y por lo tanto molesto. Es decir, lo que pesa en
el filme es su dimensión de «thriller» tedioso y convencional,
protagonizado por un fugitivo inocente y aderezado con un «revival»
amoroso, y no la complejidad de los dilemas morales de su planteamiento.
Autor: Segi Sánchez (Diario La Razón)
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