miércoles, 14 de agosto de 2013

Crítica de 'Pacific Rim'


Señoras y señores; damas y caballeros, bienvenidos a la Grand Arena de Anchorage. Les pedimos, por favor, que tomen sus asientos y que desconecten sus teléfonos móviles: el espectáculo está a punto de empezar. El programa de hoy, que les recordamos que es apto para toda la familia, empezará con una breve introducción; un impresionante repaso histórico de la sangrienta rivalidad entre nuestros gladiadores favoritos. Reviviremos los espantosos episodios de San Francisco y Manila e indagaremos, muy brevemente (y por imposición de las autoridades) en los extraños fenómenos registrados en las profundidades del Océano Pacífico. Un pequeño descanso antes de pasar al plato fuerte de la noche. El evento principal, aquel por el que ha estado ahorrando durante los últimos meses: el combate del siglo. 

La batalla que tanto tiempo llevábamos esperando. Se acabó el mirar continuamente al reloj del fin del mundo, pues los contendientes, todos ellos en pleno estado de forma, ya aguardan ansiosos en sus posiciones. En la esquina roja, con 79 metros de altura, 1980 toneladas de peso y cinco aplastantes victorias consecutivas en su hoja de servicios, el terror de la costa oeste de los Estados Unidos, el huracán metalizado, una de las más valiosas perlas del Jaeger Team... Gypsy Danger! En la esquina de color azul, y en representación del equipo Kaiju: Knifehead! El aspirante de categoría 3 más grande que jamás hayan visto. Conocido popularmente por los pescadores de los mares helados como el ''tsunami de Alaska'', este monstruo surgido de las profundidades de la Tierra hará todo lo posible para revertir la desastrosa dinámica derrotista en la que lleva sumida su especie desde hace meses. Tanto un luchador como el otro saben que la única norma vigente será la del ''último-hombre-en-pie''. Ganará quien sobreviva al otro, sin importar las armas, artimañas y ayudas externas de las que haga uso. Por cierto, la organización no se hace responsable de los destrozos ocasionados por el espectáculo. Una vez aclarado esto: Ladies and gentlemen... let’s get ready to rumble!

Showtime. Que no confunda el tono épico con el que haya podido venderse el producto. La mística epopeica realmente está presente en 'Pacific Rim', sin embargo ésta se encuentra en las antípodas de la que pregonan gurús como, por ejemplo, Christopher Nolan. Seriedad la justa. De lo que se trata aquí es de servir a un propósito tan sencillo como noble y, en esencia, puro: el de hacer que el circo de tres pistas sea, si cabe, todavía más impactante, más colosal, más impresionante. Guillermo del Toro se desquita del maleficio que venía cebándose con su carrera desde después del estreno de 'Hellboy 2: El ejército dorado', su última película hasta la fecha. Tras aproximadamente un lustro rebotando de un sitio a otro, se sacude los fantasmas (en forma de problemas legales, rodajes marcados por fatalidades de todas las índoles, cancelaciones traperas por supuesto solape entre proyectos distintos...) que le acosaban de la única manera que a estas alturas podría considerarse como ''satisfactoria'': a lo grande.

Tanto como todo lo que implica el muy ilustrativo (una vez analizado en detalle) título 'Pacific Rim', sorprendentemente -y afortunadamente- exento de traducción garbancera para nuestro territorio. Este anglicismo corresponde al término usado para referirse a todo el territorio, que no es precisamente pequeño (continentes, archipiélagos, países, ciudades y un larguísimo etcétera), bañado por el Océano Pacífico. Navegando por esta inmensa masa de agua, a Guillermo del Toro se le reactiva (si es que alguna vez le dejó de funcionar) el chip aventurero-explorador, con que decide hacer parada en cuantos puertos se crucen en su itinerario y asimilar todos los inputs que allí se le presenten. Desde las soleadas playas de California le llegan las inconfundibles grandes magnitudes hollywoodienses; de las cálidas aguas de su México natal importa la marrullera y muy lúdica lucha libre, en la que parece que todo vale; mientras, en los mares libres de ballenas de Japón, se deja empapar por las holocáusticas olas propiciadas por la adoración profana a un particularísimo Olimpo poblado de divinidades con exoesqueleto de acero.

Así es el retrato robot de la bestia, suficiente para hacerse a la idea de por dónde y cómo nos va a atacar, pero al mismo tiempo no todo lo acurado como para poder predecir con exactitud todos sus movimientos. Y es que identificar y contabilizar las series, películas, libros, cómics, videojuegos y novelas gráficas sobre los que se levanta esta película es casi como ponerse a contar las gotas de agua que componen el Océano Pacífico. Será, tal vez porque el híper-prolífico (en todos los niveles) país del sol naciente se lleva la palma a la hora de proveer influencias. Ultraman, Mazinger Z, Godzilla, Gamera, EVAs, Ángeles y, como suele decirse, ''muchos más''. Rarillos de todo el mundo, regocijaros, ésta es la película que os merecíais, la que hará enarbolar por todo lo alto el orgullo nerd que, en mayor o menor medida, reside dentro de cada uno (no en vano, ya es parte de la intra-historia twittera la entusiasta reacción de Hideo Kojima, tras salir de su primer, y probablemente no-último visionado). En este sentido, la primera conquista de del Toro consiste en la nada fácil labor de erigir, en medio de la sala de proyección, un templo marciano cuyo barroquismo arquitectónico se oculte detrás de una fachada relativamente (sobre todo por lo que cabía esperar a priori) libre de filigranas. La aglomeración convertida en pura fluidez.

Llegados a este punto, y por insistente petición de las autoridades, no está de más recordarle al espectador que, mientras pierde el tiempo leyendo, una inmensa brecha ubicada en el fondo del mar conecta dos mundos teóricamente destinados a destruirse el uno al otro. Una vez puesta sobre la mesa la mayoría de antecedentes (como se ha dicho, es técnicamente imposible detenerse en todos), ya puede pasarse a hablar del principal rasgo distintivo de 'Pacific Rim', que es a la vez su principal -y obligadamente arriesgada- apuesta para alcanzar el éxito: su naturaleza bidimensional. Consciente de que con estos referentes la conquista de la taquilla (no olvidemos que estamos hablando de una superproducción) es poco más que una quimera, buena parte de los esfuerzos del cineasta mexicano (que contrariamente a lo que apuntarán sus detractores, no sólo se vuelcan en el, por otra parte, asombroso, como cabía esperar, diseño de producción) se focalizan en tratar de conciliar y complementar las dos caras que, por capricho y por pura necesidad, se muestran al público.

Así, la mejor manera de sintetizar la propuesta de 'Pacific Rim' es la de dibujar una criatura con la estructura interna del clásico ''mecha'' nipón (en su vertiente más descaradamente Serie B), pero con el empaque de lujo de los mejores manga / anime. Lo mismo que un robot gigante con el cerebro de Kamen Rider y las armas más avanzadas de la corporación Nerv. Supongamos que Shotaro Ishinomori y Hideaki Anno se fusionan, bajo la atenta mirada de un extranjero plenamente conocedor de la causa, en pos del ennoblecimiento del tokusatsu. La lástima es que en este logrado proceso de lavado de cara no se haya logrado la universalización del ''género''. Para entendernos, ¿es lo nuevo de Guillermo del Toro una sólida Meca para su target? Sin duda. Lo que está por ver es si el espectador ''profano'' va a salir del cine con la misma sonrisa que la de su amigo el friki.

En este sentido, y siguiendo con el estudio de la anatomía bicéfala del filme, a pesar de que Travis Beachman y del Toro describan y respeten unas reglas de juego lo suficientemente atractivas como para ''terraformear'' un universo entero (que por si fuera poco tiene las puertas abiertas a futuras entregas), la verdad es que, al menos de momento, los refugios para la audiencia poco iniciada / predispuesta, son más bien ineficaces. Es por esto que los tramos más convencionales de 'Pacific Rim' pueden malinterpretarse como tiempos muertos, por encima de todo aburridos e insustanciales. Minutos de la basura, para emplear la jerga deportiva, que descompensan al conjunto y en los que el ''hijo de la anarquía'' Charlie Hunnam intenta reivindicar sin demasiado acierto un factor humano que si acaso hay que atribuir al gran Idris Elba, así como a la habitual ráfaga de pinceladas / números cómicos a manos de los también habituales secundarios roba-escenas.

A pesar de las cojeras mencionadas, es reconfortante comprobar la capacidad de la cinta a la hora de recomponerse y reivindicarse, cuando más falta (le) hace, en una colosal película de destrucción masiva. Su trepidante recta final (aplastante razón para agrrarse bien a la butaca) está sustentada principalmente por un tremendo set piece en Hong Kong, colorista y espectacular balón de oxígeno para el cine de acción a gran escala, cuya deslumbrante y sesuda utilización de CGIs (por petición expresa del capitán del barco no se echó mano de la captura de movimiento) redunda de nuevo en las tesis de del Toro sobre la dualidad, demostrándose así que la realidad y la fantasía pueden coexistir en plena armonía. Del mismo modo, mientras los monstruos creados por el hombre intercambian puñetazos, patadas voladoras y mordiscos con los leviatanes de inspiración lovecraftiana (tarde o temprano, los genios siempre se las ingenian para sacarse, de un modo u otro, las espinas que tenían clavadas), el cinéfilo de pura cepa entiende que esta tempestad de apariencia digital tiene en realidad espíritu analógico. Por si fuera poco, mientras la cámara se planta en un ascensor que desciende hasta laboratorios subterráneos donde aguarda pacientemente una troupe compuesta por científicos locos, frascos llenos de formol y amiguetes de toda la vida (por supuesto, ni Ron Perlman ni Santiago Segura faltan a la cita), y mientras dentro del Jaeger se escucha la voz de GLaDOS (mítica cyber-villana de la saga Portal, seguramente la gema más reluciente de la factoría Valve), el espectador con un mínimo de educación fílmica, congenie o no con el freak show, se da cuenta de que tiene ante sí, y ahí es nada, a un señor blockbuster de autor en plena cruzada para reventar el box office -esperemos- sin necesidad de perder la personalidad

Autor: Víctor Esquirol Molinas (El Séptimo Arte)



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