martes, 24 de diciembre de 2013

Crítica de "Lluvia de albóndigas 2"


Adaptación –tan libre que solo se fijaba en el concepto del título- del homónimo libro infantil de Judi Barrett, con ilustraciones de Ron Barrett, publicado en 1978, Lluvia de albóndigas (2009) destacó entre otras competidoras más hipervitaminadas por la extrañeza de su planteamiento y por algunos diseños de personajes que esquivaban el modelo Pixar para fijarse en la síntesis gráfica del viejo estudio UPA o de la animación publicitaria de los años 50 y 60. En esta secuela, el libro original ya no es ni un referente lejano, pero las virtudes de la primera película se han intensificado a través de la búsqueda de una identidad gráfica tan vigorosa como original. La temprana aparición del villano de la historia –Chester V, un científico visionario, situado entre el recuerdo de un Steve Jobs de plastilina y una clonada mascota de cereales- anuncia al aficionado a la animación que, a partir de ese momento, va a estar en buenas manos.

Fijándose quizá en el planteamiento de El mundo perdido, la secuela de Parque Jurásico, Lluvia de albóndigas 2 aborda el control de un ecosistema desmandado. La isla poblada de alimentos mutantes podría competir en exuberancia visual a la fértil prehistoria de Los Croods (2013) y casi se diría la respuesta orgiástica a un recordado concepto disneyniano: el del mágico mundo de colores. El poder de seducción visual del conjunto es tal que incluso resulta perdonable la incongruencia que sostiene el conjunto: en la película uno tiene que interrogarse por la vida emocional de cheeseburgers, marshmellows y otras sustancias alimenticias, pero a nadie parece preocuparle la suerte de un pez en su anzuelo.

Autor: Jordi Costa (Diario El País)

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