lunes, 2 de diciembre de 2013

Crítica de "Frozen: El reino de hielo"


Antes de entrar en este último Disney, que mete en la licuadora a Andersen, la magia, la desolación del «mutante», el beso de amor y el superhéroe a su pesar, se tendrá la impagable (va con la entrada) ganga de ver el corto Get a horse, una fiesta para y con Mickey que es tan magistral y tan revitalizante que le dan a uno ganas de ir a sajar de un tajo su plan de pensiones: lo viejo y lo nuevo en un 3D que es un masaje en las cervicales del alma.

De inmediato, Frozen, el reino del hielo" te resitúa en tu lugar de la butaca, y del mundo. Un cuento de princesas magníficamente estampado en la pantalla por Chris Buck y Jennifer Lee, que levantan una espectacular escenario en el que el hielo, producido por la mutación o maleficio de una de las princesitas, se convierte en lo más agresivo y atractivo de la historia.

Como siempre en Disney, uno puede advertir el nivel de nobleza del producto fijándose exclusivamente en el grado de apertura de la boca de sus hijos, pero también en ese territorio entre líneas y actitudes que trazan los personajes; en Frozen, los personajes transmiten esa idea de que la fatalidad es combatible y que la magia es algo manejable en tu favor. El impresionante alarde técnico de la película y su intensa voluntad de cuento y de aventura trufada de canciones y de chispas, románticas y de ingenio (el muñeco de nieve será la estrella de estas Navidades), garantizan tal grado de apertura que el puñado de palomitas ni siquiera rozará los labios. Quien quiera podrá echar de menos el peso y la grandeza de otras cumbres de la animación, pero en otra sala, por favor.

Autor: E. Rodríguez Marchante (Diario ABC)

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