lunes, 9 de septiembre de 2013

'Cruce de caminos': El triste destino del motorista


El motorista, más guapo, apuesto y chulo que nadie, entró por fin en la carpa. El público entró en éxtasis. Las chicas seguían atentas cada paso de su héroe, con los ojos bien abiertos, con la esperanza de que su amor platónico les devolviera la mirada... ni que fuese durante una milésima de segundo. Los chicos también babeaban, tomando buena nota de cada gesto; de cada frase que salía de la boca de aquel coloso. Era primordial cazar cada gramo de esencia si algún día querían llegar a ser la mitad de hombre que aquel fenómeno de la naturaleza. Así, con los ojos de cada espectador clavados en su cogote, el misterioso motorista subió a su vehículo y empezó a calentar el motor. Estaba a pocos segundos de -intentar- realizar el salto de su vida, aun así no le templaba el pulso. Por delante, catorce autobuses y cinco aros en llamas. Tremendo. Inigualable. Y él sin tan siquiera parpadear. Como no le gustaba hacer esperar a la muerte, abrió gas y enfiló la rampa que debía catapultarle hacia la inmortalidad. Entonces, cuando la tensión se hizo insoportable, cada uno de los asistentes, sin excepción alguna, cerró los ojos... para abrirlos justo en el momento en que aquel temerario aterrizó en el tramo final de su fatal recorrido. Justo en el momento en que la rueda de atrás de su motocicleta perdió la trazada... dando así muerte a la leyenda.

Exactamente así estaba planteada la película con la que Derek Cianfrance se dio a conocer, y así empieza, más o menos, su siguiente trabajo. Por partes. 'Blue Valentine', notable y devastador drama romántico, era la historia del despegue y el aterrizaje forzoso de un romance condenado al siniestro total desde el mismo instante en que el chico conoció a la chica. Lo que pasara cuando el amor supuestamente estaba en el aire, poco o nada importaba. De modo similar a aquella atemorizada audiencia, que no pudo evitar taparse los ojos cuando más tocaba contener la respiración, el director apartaba la vista cuando la moto sobre la que había puesto a Ryan Gosling y a Michelle Williams, estaba suspendida en el aire. Omitía esta parte seguramente porque creía (y de hecho, sigue creyendo) en la -casi- ineludible fuerza del destino. En otras palabras, no le interesaba ver cómo éste ejecutaba sus macabros planes; era mucho más interesante tanto la preparación como el golpe de gracia que oficialmente diera por finiquitado el complot. No hacía falta más, porque los ánimos ya estaban por los suelos (de esto se trataba).

Dos años después de dar la campanada, vuelve el famoso motorista, solo que ahora de forma literal. 'Cruce de caminos' (la película que te descargaste hace tiempo y que, a pesar de ti, finalmente llegará a los cines) empieza con lo que seguramente ya se ha convertido en una exigencia del contrato: el imponente torso descamisado de Ryan Gosling. Sus brazos, igualmente musculosos, juegan con una navaja mariposa. Después de un par de movimientos que atentan potencialmente contra la integridad de sus dedos, el apuesto personaje se enfunda en una chaqueta que por muy poco no tiene un escorpión dorado bordado en la parte posterior, y se dispone a llenar con su presencia un escenario circense lleno hasta los topes. Allí va a ejecutar una de sus peligrosísimas funciones. Sin casi darnos cuenta, la presentación se ha saldado en un portentoso plano secuencia con truco pero sin truco; una auténtica declaración de intenciones por parte de Cianfrance, que va a repetirse posteriormente desde el punto de vista estrictamente formal (esa impresionante persecución en la que se hace imposible respirar), y que de algún modo va a marcar el tono de la obra.

'Cruce de caminos' (en la versión original, 'The Place Beyond the Pines'... las licencias de los traductores atacan de nuevo), como si de una novela se tratara, no tiene prisa alguna en sacarse de encima las presentaciones. Es más, las alarga (porque las degusta) y las mezcla con las demás etapas de la narración. Prólogo(s), introducción(es), nudo(s), desenlace(s) y epílogo(s) configuran un inmenso río propicio para otra historia de vidas cruzadas... solo que ésta no es otra historia cualquiera de vidas cruzadas. Más allá de la impactante reivindicación de la modernidad -estilística- hecha desde una América que parece reacia a este concepto (por cierto, 'Mud', del gran Jeff Nichols, sigue en cartel), el factor que resulta más atrayente de este filme es que es plenamente consciente de su naturaleza suicida, aun así no hace ademán de luchar contra ella, sino todo lo contrario. La abraza y, como sabe que está maldita desde su concepción, al menos intenta sacar el máximo partido a la situación.

Traducido en términos de ficha técnica: más de dos horas y media en las que la densidad y gravedad del relato ni tan siquiera se conceden el amago de bajar la intensidad. La culpa, la identidad, la perdición, la familia, el perdón... así como muchos más temas de igual trascendencia, se conjugan en un entorno visualmente maravilloso y en espectacular continuidad elíptica (o elipsis continua, como se prefiera), escribiendo un relato que, para mayor alivio de los amantes de la ligereza, puede seguirse igualmente bien con la excusa -fluvial- de ver cómo van evolucionando y sucediéndose entre sí los distintos personajes. Cosas de tener, detrás de las cámaras, a un cineasta que sabe lucirse en cada una de las funciones en las que se le requiere. Lo mismo puede decirse de su última creación, que logra la proeza de mostrarse totalmente satisfactoria (y mucho más) en cada terreno que visita: el drama toma el camino del romance, del policiaco, de la familia, del criminal... y al final de cada uno, la sensación de plenitud es casi total.

A pesar del riesgo, más que manifiesto, de quemarse con algún que otro ejercicio de masturbación mental, a Cianfrance le cuadran todos los cálculos (cuyos resultados son preciosos, emotivos, sinceros y sorprendentes). Hace alarde de una encomiable sintonía con su -magnífico- reparto, resuelve con pulso firme las -apasionantes- encrucijadas del guión y, por encima de todo, se alza como una de las voces imprescindibles para entender y volverse a enamorar (si es que en algún punto nos desvinculamos) del cine americano. Se ha confirmado una estrella que parece que, de momento, tan solo podrá ser aplastada por su propia ambición. Y aunque el bravo motorista acabe cruelmente estampado en un muro de seguridad, siempre le quedará el consuelo de haber sido capaz de efectuar algunos de los saltos reservados sólo para los mejores del circuito. Y cuando el destino nos alcance, al menos podremos decir que le miramos a los ojos y nos reímos en su cara. Bonito final.

Autor: Víctor Esquirol Molinas (El Séptimo Arte)

No hay comentarios: