viernes, 6 de septiembre de 2013

Crítica de "Riddick"


¡Cómo mola la buena serie B y cómo se echa en falta! En los últimos años, quizás por una mezcla entre la necesidad de dar a las pelis la intensidad que no tienen a veces nuestras vidas semivirtuales, la lúgubre seriedad derivada de un mundo en crisis, y la desconfianza de los estudios en pelis de entretenimiento de presupuesto medio (todas las que no sean un “evento” que atraiga a la gente en masa), en el cine de género se nota la ausencia de un cine de “clase media” ligero y puramente ocioso. La serie B de toda la vida. No digo que no la haya, pero creo que ha ido a menos. Y el futuro, con la incertidumbre derivada de la crisis mundial y la de los cines en particular, no pinta mucho mejor.

Recuerdo que el primer año que me vine a Madrid a estudiar empecé a ir al cine entre dos y tres veces a la semana. La oferta de este tipo de pelis era mayor aunque te comías algún que otro mojón. Ahora bien, qué grande era encontrarte con esa peli de la que no esperabas mucho más de lo que habías visto en un trailer resultón y que te divertía de principio a fin y te ganaba con algún personaje de los que se te quedan en la memoria para siempre. Pitch Black fue, seguramente, la sorpresa inesperada de ese año.


La gracia de Pitch Black era que, quizás con cierto paralelismo con Alien, lo que te vendían como una “peli con bicho” acababa siendo la presentación de un antihéroe de la leche. Vin Diesel debutaba como protagonista después de unos pocos secundarios menores y prestar su voz en El Gigante de Hierro. El tipo se comió la pantalla entre su contundente presencia y ese personaje tan cojonudo que era Riddick, un badass de los que hacen honor al término. Superviviente, carnicero sin escrúpulos, sarcástico y con un concepto del honor que no queda del todo claro hasta el final, donde descubríamos que detrás de ese hijoputa había algo parecido a un corazón. Todo en una peli, como digo, “de bichos”, y donde este mamón se veía obligado a colaborar con aquellos que pretendían mercadear con su vida. La excusa ideal para un buen surtido de peleas, disputas, jugarretas de zorro viejo, sacrificios necesarios (y otros que lo pedían a gritos)… supervivencia.

El éxito de la película animó a Diesel y David Twohy a convertir el personaje en el prota de una saga mucho más épica y aquí llego el problema. Las Crónicas de Riddick, la primera secuela, sin estar mal, se pegó una leche considerable, amén de un presupuesto muy superior. Seguramente parte del problema fue que se cogió lo más básico de la primera parte y se mezcló con una mitología épica, con ideas interesantes pero explotadas de forma muy genérica. Una especie de huevo sin sal con ganas de trascender, despojando a Riddick de su esencia más hijaputa para convertirlo en una especie de héroe atormentado marcado por el destino (de los que hay muchos y mejores). Un cambio demasiado brusco que dejaba por el camino lo que más molaba del protagonista. Así que no es de extrañar que en esta tercera parte Twohy y Diesel, enamorados del personaje de Riddick y decididos a darle una nueva oportunidad, hayan vuelto a los orígenes, a la esencia del personaje. Ni crónicas, ni pollas en vinagre, Riddick a secas.

La película arranca poco después de donde nos dejó la anterior, con Riddick abandonado y herido en medio de un planeta desértico donde, como dice en una escena, todo ser vivo está intentando matarle. Así que la idea es salir de ese planeta hostil a la vieja usanza, haciéndose con una nave ajena. Desde luego que Riddick no ha acabado ahí así como así, la película tarda no más de 5 minutos en despachar la trama de los necróferos e ir a lo que mola: Riddick, el asesino y perro viejo, contra nuevos bichos y nuevos cazarrecompensas.


Quizás, cierto es, la película vaya tanto a las bases que la repetición de esquemas resulta inevitable. De nuevo se dan obligadas alianzas de conveniencia con sus enemigos para salir de un sitio chungo de narices plagado de bichos con mucha hambre. Los bichos, de hecho, sin ser los mismos, funcionan de forma muy similar (llegan con la oscuridad y, en este caso, el agua) y más allá del diseño de los mismos, que sí que es distinto, no cumplen ninguna función diferente. Son una amenaza imposible de combatir por fuerza y número. Hasta uno de los personajes importantes, el Jefe Johns interpretado por Matt Nable, está ahí para dar continuidad y unión directa con lo sucedido en Pitch Black, prolongando uno de los conflictos de aquella, que versaba sobre la parte más “seria” de la película, el honor.

Lo bueno es que han sabido compensar compensar esa falta de originalidad en la trama con altas dosis de duelos de “a ver quién la tiene más grande”, un poquito de tensión sexual, algunas escenas de acción decentes, mucho humor negro y alguna muerte memorable, todo ello aderezado con one-liners pronunciados por la cavernosa voz de nuestro protagonista. Diversión pura.

Entre los puntos de peso de la peli está el casting, sobre todo de dos de sus personajes. Por un lado Jordi Mollà, que tiene barra libre para convertirse en Johnny Tapia 2.o y deleitarnos con un recital de sobreactuación que en esta película se agradece como agua de Mayo. Por otro, un placer personal y una actriz a reivindicar con urgencia, la tremenda Katee Sackhoff. El carisma que derrocha esta tía es brutal, cualquiera que haya visto Galáctica lo sabe. Aquí vuelve un poco a ese perfil muy Michelle Rodríguez, de mujer con más pelotas que un campo de golf, pero a diferencia de aquella (y sin querer menospreciarla, que también me mola mucho), creo que Sackhoff es capaz de dar muchos más matices y alternar esa dureza con una gran sensibilidad. Aquí, obviamente, está en modo “tipa dura”, pero es lo que le piden y le sobra para comerse en escena a cualquier actor que se le ponga delante. Entre Diesel, Mollà y Sackhoff gira casi toda la parte puramente humorística de la película y funciona muy bien.


Así que el gran acierto ha sido el de abrazar la serie B sin complejos y dejarse de las ínfulas megalómanas y las ganas de trascender de la segunda entrega. En una saga como ésta, donde tu protagonista es casi un serial killer y donde su universo es muy cercano al terror y al western (aunque nunca haya terminado de abrazar del todo ninguno de los dos), lo que la peli pide es la ligereza necesaria para desencorsetarse y dar vía libre a la violencia y el humor negro. Aquí lo han hecho y el resultado es un Riddick bien destilado y de alta graduación. Una fiesta.

Autor: Javier Ruiz de Arcuate (lashorasperdidas)


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