viernes, 13 de septiembre de 2013

Crítica de "Asalto al Poder"


Supongo que Anonymous fue la gota que colmó el vaso. Quicir: cuando tu filmografía desciende a un nivel en el que páginas de mierda deciden reírse de tus películas remodelando el guión original y lo rematas poniéndote finolis y alienando a tus aficionados más irredentos, la mejor solución es volver a las bases. Asalto a la Casa Blanca no es el Emmerich de 2012 o, Dios nos libre, 10.000 B.C. Ni siquiera es el de Independence Day. Habría que trasladarse a los tiempos de Soldado Universal para encontrarnos con la versión remotamente cercana al momento en el que este director se encuentra ahora: formal, y con salidas de tono las justas. Un nombre más en los créditos de una más en el canon Jungla de Cristal, con la salvedad de que meses antes se ha estrenado una igual, más pequeñita, pero más bestia, más directa, y que sabía mejor a lo que jugaba.


Asalto al Poder es una película de acción que se queda en mi memoria por despilfarrar treinta minutos llenos de cosas inmensamente aprovechables, comenzando por su protagonista, John Cale (Channing Tatum, quien debería ser el último en salir escaldado de este film), y terminando en el hecho esperanzador de que por primera vez en mucho tiempo un film de acción elude empezar a hostias. Asalto al Poder tiene el valor de pasarse veinticinco minutos sin pegar un solo tiro. Prefiere pasarse ese tiempo acompañando a un personaje que promete ser, por fin (y porque servidor simplemente se agarra a un clavo ardiendo con estas cosas), el auténtico heredero de John McClane. Cale es un joven veterano de guerra, divorciado, que medio malvive haciendo de guardaespaldas de un alto funcionario de la Casa Blanca, quien decide aprovechar para pedir trabajo en el Servicio Secreto en el día que acompaña a su hija a la Casa Blanca para hacer una visita. El mismo día en el que el presidente anuncia un plan de paz para Oriente Próximo, momento en el que malvados terroristas hacen terroristadas.

Podré decir misa del film, pero que me den bien duro si la mencionada secuencia no es una gozada. Cale, con la cabeza gacha pero erguido, no demasiado listo, tampoco demasiado tonto, se convierte en un chaval de nuestra edad mendigando un trabajo ante una pareja de pijos del Servicio Secreto sin perder lo que le queda de honra con su hija en la habitación de al lado. “Salvaste a tu compañero de un Humvee en llamas”, le dicen. “Pasaba calor, y tal…”, responde entre constantes bufidos de sorna de uno de los entrevistadores, a sus espaldas. El remate final de la humillante conversación es una puñalada trapera: simplemente no es lo suficientemente bueno. Y ahí va Cale: haciendo de tripas corazón, recoge a la niña, la suelta una mentira piadosa, y a terminar el tour por el sitio con una sonrisa, porque para la chavala esa visita es lo mejor que le ha pasado en la vida. En resumen: potencialmente, estamos hablando de un big, damn hero.


Pues bien. Sesenta minutos después, no hay ni rastro absoluto de ese personaje y su entrañable hija ha transmutado en una de las grandes lacras del género: el personaje conocido como LA PUTA NIÑA, capaz de desarticular ella solita aspectos del plan no tan perfecto del grupo de asaltantes con ayuda de su teléfono móvil y dotada de un valor inusual (y por inusual queremos decir “Sarah Connor”) para mantenerse con la cabeza fría ante la perspectiva de recibir un balazo en la cara, cosa que está a punto de suceder en más de una ocasión (mientras la audiencia cruza los dedos en espera de esa pequeñiiiita concesión, solo eso). Mientras, Cale está despachando terroristas con una habilidad francamente inaudita en relación a lo que el film nos había dado a entender al principio, ayudado por el presidente de los Estados Unidos (Jamie Foxx), quien va de pacifista al principio del film hasta que se cepilla a un tío y se pilla unas Jordan. La acción alterna entre la Casa Blanca y, por no faltar, el habitual centro de mando habitado por “la agente que siempre sabe cuál es la mejor opción pero nadie la escucha”, “conjunto de tecleadores anónimos”, y el siempre fascinante personaje que es el “General Kaboom”, quien descartará cualquier opción inteligible porque se muere de ganas de lanzar un pepino y mandarlo todo a tomar por el culo. Los terroristas, por su parte, son una extraña jerarquía formada por “líder militar siniestro inicialmente competente interpretado por actor badass pero luego es un ñapas” (Jason Clarke), “lugarteniente terrorista imbécil”, y “final boss en la sombra” cuya identidad se desvela en el momento en que ves al actor en pantalla. Y un HACKER EXPERTO, aficionado a la música clásica, embutido en cuero y enormemente cripi.

Es decir. Lo habitual. El problema es que White House Down comienza en sus propios términos y luego pasa de ellos, aniquilando escena a escena sus posibilidades. Se convierte en genérica, cosa que es más sorprendente que imperdonable, porque es un film de acción contemporáneo de gran presupuesto y estas cosas pasan. Pero es genérica, inhumana Y aguada, y por ahí ya no trago. No tiene que ver tanto con su contenido –la industria armamentística MALA, superpatriotas MALOS– como con su desarrollo: prácticamente ninguna de las escenas de acción sirven para avanzar el film. Las apuestas suben a través de secuencias de destrucción como la del Air Force One, momento visto en el trailer y en todos los carteles de España, ante las que nuestros héroes tienen poca o nula capacidad de respuesta. Y los enfrentamientos de la película, como la persecución de coches por el jardín de la Casa Blanca, chula de ver pero de consecuencias más bien nimias, se ven lastrados porque jamás tengo una sensación clara de antagonismo entre los dos personajes que me importan porque son los que se zurran: Clarke y Tatum. El resto es pose y discursito. Gerard Butler, en Olympus, salva a civiles y militares él solito gracias a su iniciativa, sus conocimientos, su barba y a sus inmensas y escocesas pelotas. Cale se pasa disparando todo el rato a patos de feria a un ritmo tan infernal que solo falta que salga la puntuación iluminada en verde fosforito encima de sus cabezas. Jamie Foxx debería ser el contrapunto cómico/intelectual pero es el Presidente y puede ser gracioso pero no un payaso y además qué van a pensar los fans del actor. Cita a Lincoln, con lo cual entendemos que es muy listo. Fin. Por lo demás, la habitual interpretación completamente insolidaria de Foxx, y representante del estado de ánimo que termina afectando a la práctica totalidad del reparto, que confiere al film un carácter soso. Lo peor que le puede pasar a una peli de acción. Sosa.

Sosería que Emmerich no intenta arreglar en ningún momento. Hasta qué punto afectó el rodaje el brutal adelanto de su estreno (cuatro meses) ordenado por Sony es algo que nunca se sabrá, pero desde luego no es la clase de decisión que revierte en beneficios. Los sets son absolutamente impecables, los efectos digitales no tanto: las restricciones habituales de rodaje en la Casa Blanca obligan al film a tirar de cromas y multitudes generadas por ordenador, y a veces se nota. Bastante. Hay un par de chispazos de humor y patrioterismo marca de la casa que no funcionan ni por el contexto –la película intenta moverse en la fina línea de aventura de acción para adolescentes AMERICA FUCK YEAH con picos de madurez AMERICA NO TAN FUCK YEAH de vez en cuando, así que no sabes dónde encajan– ni porque me hagan maldita la gracia. Asalto al Poder simplemente “está”, y confía en que su pompa y circunstancia y sus megaplanos de helicópteros explotando acaben por conseguir que el pase listón. Emmerich comete algo impensable tratándose del tío que hizo Soldado Universal: subestimar el sacrosanto (HE DICHO) género de acción como una excusa intrascendente y anémica. Y cuando lo haces, el género se da la vuelta y te muerde los cojones. Y aprieta.

Autor: Rafa Martín (lashorasperdidas)

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