lunes, 16 de septiembre de 2013

Crítica de "La Gran Familia Española"


Si algo caracteriza el cine de Daniel Sánchez Arévalo es esa constante de retratar a los seres humanos como individuos emocionalmente torpes, especialmente los hombres. Como en todo habrá excepciones, pero hay que reconocer que ese mezcla entre cierta inmadurez que lleva a la idealización de determinados amores (sean de pareja, familiares o de amistad) y el miedo a estropear lo que uno quiere es muy de tío. Si cada una de esas cosas ya es mala, juntas nos condenan al desastre y al final sólo queda lidiar con ello de la forma más positiva posible.

La Gran Familia Española es, por decirlo así, la forma de reconcentrar esa visión en sus diferentes variantes masculinas en una sola unidad familiar. Una familia liderada por un patriarca entrañable que vive aferrado a un amor que se separó de él hace ya bastantes años. Un amor y una visión del mismo, que ha marcado a todos sus hijos, especialmente al más joven, que desde pequeño sueña con casarse con su amor de toda la vida y que, cumplidos los 18, está a punto de hacerlo. Para él es la forma de cerrar un círculo con la esperanza de que eso arregle todo. Para colmo la boda coincide con la final del Mundial de 2010, con España a un tris de convertirse en campeona del mundo. Si un hombre español medio es torpe emocional, con fútbol de por medio…


De todas formas lo del fútbol es más una excusa que adorna el contexto de la historia que un recurso realmente relevante. Tal y como ha comentado el director en más de una ocasión, esa victoria sirvió de alguna manera para infundir esperanza y hacer ver que las ilusiones pueden no ser reales, pero en ocasiones se cumplen, y sólo por eso merece la pena alimentarlas. Aunque quizás es también un placebo para paliar el deplorable estado de un país y de esta familia en particular. Una familia desastrosa, con cinco hermanos que da penica verlos y que sobrevive gracias al cariño y a esa visión idealizada e inocente de determinadas realidades emocionales.

Esa concentración de elementos es una idea válida pero algo forzada. El hecho de poner en marcha los conflictos y resoluciones de los mismos en a las poco más de dos horas que dura el partido, implica jugársela bastante y formar un batiburrillo de tramas que no siempre van en armonía aunque todas impliquen a personajes superando barreras emocionales. En los anteriores títulos también estaba presente ese baño de realidad que derivaba en un aprendizaje vital, pero era algo que respiraba más en el universo de la propia película y los acontecimientos tenían un desarrollo más orgánico.

También hay una secuencia, la de la propia boda, que imagino que va a polarizar al público. Sánchez Arévalo se marca un homenaje a la peli que ha marcado a esta familia a modo de videoclip con una boda más cool que una reedición de unas Air Jordan. Todo al ritmo de la canción de Calvin Harris que hemos oído hasta la saciedad en la publi de Vodafone. Una puesta en escena y un montaje tan distintos al resto de la película, que por un momento parece que sea una ensoñación del novio. Pero no, es la boda y chirría mucho, en serio.

Ahora bien, estos problemas de saturación y elementos disonantes no arramplan con las virtudes de la película. Como en toda buena comedia, la acumulación de tensión y el puteo y ridículo de los protagonistas es algo que juega siempre a favor, y aunque esa situación sea pelín inverosímil por excesiva, a nivel cómico funciona como un reloj suizo. El manejo de los tiempos para ir dando mayor intensidad tanto al lado cómico como al dramático conforme nos acercamos al final es estupendo. Como ejemplo, la estupenda secuencia de montaje en paralelo de la segunda mitad, que se resarce del patinazo de la de la boda y que sacará la carcajada de la sala.


Luego está el apartado actoral. No sorprende nada ver a gente como Quim Gutiérrez, Verónica Echegui, Antonio de la Torre o Roberto Álamo clavar sus papeles, pero la buena mano de Sánchez Arévalo con los actores, hace que, por ejemplo, los cuatro actores más jóvenes, Patrick Criado, Sandra Martín, Arantxa Martí y Sandy Gilberte, brille con luz propia a la altura del resto. También en este aspecto hay algunos secundarios como la abuela en silla de ruedas o la prima chony, personajes muy de boda, que sirven como alivios cómicos cojonudos en el momento perfecto.

La película va remontando y la torpeza del comienzo se va puliendo hacia el final. Cuanto más están al borde del desastre los protagonistas más natural fluye todo, más divertida resulta y más se gana los galones. Es como esa final contra Holanda en la que la épica se impone a las hostias y, aunque haya que llegar a la prórroga, el triunfo sabe a gloria. Aunque le cueste, la película te hace reír, te toca la patata y respira una verdad emocional que poquitas consiguen. Una estrellita más para la camiseta.

Autor: Javier Ruiz de Arcuate (lashorasperdidas)

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