lunes, 14 de octubre de 2013

Crítica de "Prisioneros"


Lo primero que se escucha en Prisioneros es un padrenuestro y, en el contexto de este supuesto thriller, esa oración funciona como una decisiva clave para entender la totalidad, porque este primer trabajo en lengua inglesa del canadiense Denis Villeneuve no es tanto un ejercicio de género como un ambicioso trabajo que se atreve a mirar de frente el tema de la espiritualidad, sus mutaciones y sus derrotas. Tras la llamada de atención sobre una carrera con ya cuatro largometrajes en su haber que supuso Incendies (2010), su intensa adaptación de la obra teatral de Wadji Mouawad, Villeneuve lleva ahora a la pantalla un guion de Aaron Guziokowski, un autor que hasta el momento solo había firmado el texto de Contraband (2012), remake americano de Reykjavík Rotterdam(2008), y que aquí se revela poseedor de una pericia narrativa y una capacidad de caracterización de personajes complejos y problemáticos cercanas a lo asombroso.

Prisioneros es una de esas películas que trascienden con creces su punto de partida: durante la celebración de un banquete del Día de Acción de Gracias desaparecen las hijas menores de los dos matrimonios reunidos. Tras los primeros pasos de la investigación policial se identifica a un culpable de libro, alguien que parece encajar a la perfección en el paradigma del pedófilo. La falta de pruebas sustanciales que refrenden la acusación obliga a dejar al sospechoso en libertad, pero, en un giro que abrirá el potencial más perturbador del relato, uno de los padres intentará tomar sus propias cartas en el asunto.

Los laberintos que la película usa como insistente motivo visual resumen la naturaleza del pulso entre los personajes de Hugh Jackman y Jake Gyllenhaal, cada uno de ellos encerrado en su propio dédalo privado, y también sirve como metáfora del gran tema de Prisioneros: la guerra contra Dios que emprende quien ha visto traicionada su fe, la sutil conversión de todo ángel en potencial demonio.

Autor: Jordi Costa (Diario El País)

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