lunes, 7 de octubre de 2013
Crítica de "Gravity"
A pocos metros de la entrada del teatro Victoria Eugenia, y a falta de casi una hora para que empiece la siguiente sesión, se ha formado una cola quilométrica. Abundan las caras largas y el mal rollo se hace más latente a cada segundo que pasa. No es por las malas vibraciones que transmite la parrilla del 61º Zinemaldia (aunque también), es por el nerviosismo de ''la sala de espera'', que se está cebando de mala manera con el personal. A falta de una Sección Oficial a Competición decente, siempre queda el -peligroso- consuelo de las Perlas. La que estamos esperando ahora fue ni más ni menos que la encargada de abrir el último Festival de Cine de Venecia. Las buenas sensaciones cosechadas en la ciudad de los canales, más los primeros avances con los que nos ha deleitado la productora hacen que el hype -maldito monstruo- esté por las nubes, y que la impaciencia se apodere de los miembros de la prensa, que no ven el momento para que se abran las puertas. Pero éstas no se mueven ni un centímetro. Más ceños fruncidos... y más colones... y más broncas entre dientes...
La culpa es de la espera, sí... que se ha hecho insufrible, y que en estos momentos se está haciendo todavía más insoportable. Imagínense que en el año 2006 un director se la juega con un triple salto mortal (sin red de seguridad, por supuesto) y no sólo sobrevive al intento, sino que además se las ingenia para consagrarse como uno de los autores más sólidos y todoterreno del loco panorama internacional del séptimo arte. Después de esto, siete años alejado de las salas de cine. ¿Pero dónde demonios está? Escribiendo... ¿Y ahora? En pre-producción... ¿Y ahora? Rodando... ¿Y ahora? Peleándose contra los elementos ¿Y ahora? Igual... Y así hasta que no quedaron más uñas por morder. Alfonso Cuarón, después de añadir con la excelente 'Hijos de los hombres' otro éxito en su completísima carrera, decidió irse al espacio exterior (como suena)... y por poco que nunca más se sabe nada de él. 'Gravity' era su siguiente proyecto en la agenda... y por poco que no queda aplastado por su insoportable peso.
Después de la Mostra vino la siguiente parada obligatoria: Toronto. Ahí a alguien se le ocurrió disparar la pregunta más obvia (pero no por ello innecesaria): ''¿Por qué tardó tanto tiempo en hacer su siguiente película?'' La entradilla de la respuesta fue para enmarcar: ''Se me cruzó la vida.'' De nuevo en la maldita cola del Victoria Eugenia, la vida, en toda su plenitud, parece cruzarse también con nosotros. Falta un cuarto de hora para el inicio estipulado de la proyección y lo único que hemos obtenido por parte de la organización ha sido la malhumorada regañina de uno de sus encargados: ''¡Os advierto que si esto se desmadra, aquí no va a entrar nadie!'' Más madera... para seguir avivando el fuego, un poco de rumorología: ''Se ve que Cuarón está evaluando la copia que vamos a ver... asegurándose de que todo está perfecto.'' ''¿Y si encuentra que algo falla?'' '''Pues supongo que nos vamos a quedar con las ganas.''
Ríase usted de Beckett. 'Esperando a Alfonso' se ha convertido en una obra patéticamente insoportable. Por suerte, a falta de poco más de cinco minutos para la hora marcada, la estrella de la función finalmente hace breve -cómo no- acto de presencia. Su cara es el fruto de la mezcla del agotamiento y la satisfacción de quien ha logrado (ahora sí, al fin) la excelencia que se había auto-impuesto. Hasta aquí la previa, que nos deja en un mar de expectativas en el que parece demasiado fácil perder de vista la orilla... y por consiguiente, ahogarse. Hora y media después, al cuerpo, efectivamente, le falta el oxígeno. Los pulmones se contraen en sí mismos en busca de un aire que no llega, y el cerebro, privado de los soportes más vitales, cree estar hundido en un delirio del que jamás podrá escapar. Suena angustioso, y realmente lo es, pero hay que tener en cuenta que todo este sufrimiento forma parte del programa. No es la desilusión, ni mucho menos, es el embrujo de la ingravidez.
Volvamos a Toronto: ''¿Por qué tardó tanto tiempo en hacer su siguiente película?'' Porque los milagros (esto es lo que ahora nos ocupa), a veces, requieren de una eternidad para su gestación. Por el contrario, su degustación -que no digestión- respeta la proporcionalidad inversa, y exige un tiempo mínimo. A prueba de las vejigas más exigentes, 'Gravity' solamente robará hora y media del precioso tiempo del espectador. Noventa minutos, y ni uno falta o sobra. Casi todos (cincuenta de ellos casi seguro) a tiempo real; los veinte de inicio (y muchos más) en prodigioso (tramposo, sí, pero igualmente majestuoso) plano secuencia. Y ya que estamos con las concesiones a los amantes de las estadísticas, la acción del film se sitúa a una distancia de 372 millas de la Tierra, en un entorno en el que el vacío absoluto permite que el mercurio del termómetro oscile entre temperaturas infernales e inhumanamente gélidas. La vida (no hay que ser una lumbrera para darse cuenta), en el espacio exterior, es, directamente, imposible...
El cine-espectáculo, con el permiso de las grandes leyendas, hasta hace bien poco, también. Y es que es de justicia hacer una parada (aunque sea ésta breve) en todo lo que el ojo no ve de 'Gravity'. Con Toronto topamos una vez más: ''¿Por qué tardó tanto tiempo en hacer su siguiente película?'' Porque antes de que empezara el rodaje, la tecnología necesaria para rodar esta maravilla, sencillamente, no existía. Estaba por inventar. Afortunadamente, los genios (y Alfonso Cuarón, no les quepa la menor duda, lo es) se crecen ante la adversidad. No ceden ante los obstáculos y los derriban, permitiendo además a los que siguen su estela, disponer de un camino más allanado. Dicho de otra manera: ''La imaginación es la clave para activar el futuro... la tecnología, ya llegará.'' (Y llegó; se creó) Palabra del maestro Hayao Miyazaki, en su última (ultimísima) película. Dicho y hecho.
'Gravity' es la técnica más impresionante y puntera al servicio de uno de los cerebros más clarividentes y ambiciosos del cine mundial. A 600 quilómetros de nuestro planeta, imagínense, las fronteras han dejado de importar. Como el lenguaje que pone nombre a su productora, Alfonso Cuarón se contagia del esperanto, que tanto desconoce en lo que a práctica se refiere, pero que tan familiar le resulta en términos teleológicos. Al fin y al cabo, el que estemos ante uno de los pocos cineastas que ha logrado reivindicarse con tanta contundencia en tantos géneros distintos (incluso en el habitualmente neutro, y por esto peligroso cine familiar)... no debería interpretarse como una mera anécdota. Hasta en las franquicias donde el cine de autor parecía imposible se reconoció su magnífica impronta... quizás (y ahora todo parece más seguro) porque podríamos definir su arte como ''esperantiano'': una rareza a simple vista difícil de comprender (de nuevo: ''¿Por qué tardó tanto tiempo en hacer su siguiente película?''), pero, qué cosas, con voluntad, desde sus orígenes, de alcanzar una comprensión / impacto universal. De afectar a todo el mundo por igual, como hace, por ejemplo, la mismísima gravedad.
Cuando el concepto ''tour de force'' se queda corto, cuando hasta Sandra Bullock parece una buena -incluso excelente- actriz, cuando el 3D se descubre como una herramienta imprescindible para apreciar la magnitud de la propuesta... parece que no vaya a haber criatura en todo el cosmos capaz de resistirse al encanto de semejante monstruo. Éste, en apariencia, sólo vive noventa minutos, sí, pero a fin de cuentas nos zarandea con tanta intensidad que su efecto se alarga durante horas. No es para menos, desde los títulos iniciales ya se nos advierte de lo que va a suceder: el hiperrealismo se va a apoderar de la fantasía de la última frontera. De repente, se rompe una de las normas no-escritas más básicas de la historia del género. El sonido, a priori imprescindible para lograr el impacto en la audiencia, se amortigua en una serie de efectos que ponen los pelos de punta... y el silencio del vacío espacial se muestra más espectacular que nunca. En el espacio, nunca está de más recordarlo, nadie puede oír tus gritos.
Como en los mejores episodios de aquel ave fénix llamado Futurama (descanse en paz... de momento), en los que la diversión iba de la mano de la asombrosa difusión de los principios científicos más increíbles, 'Gravity' apuesta fuerte por el respeto sin fisuras para con un entorno complejísimo en su comprensión (y fascinante en su navegación), y la jugada le sale redonda. Cuarón se sumerge en la nada y da gusto verle efectuar cada patada, cada brazada... cada pirueta. La cámara lleva a otro nivel las virtudes de la agilidad y la gracilidad y nos hace olvidar que cada uno de sus movimientos está (re)calculado al milímetro. La secuencialidad marca de la casa, si normalmente quitaba el hipo, aquí también va más allá para convertir al espectador, literalmente, en el tercer astronauta (¿se acuerdan de las gafas polarizadas?). El punto de vista subjetivo viene y se va con la misma naturalidad que los pulmones atrapan y sueltan el aire... y la inmersión es total. El espectáculo, cimentado en unas mil y una trampas mortales (que a su vez confirman un deliciosamente agotador y en constante crescendo más-difícil-todavía), también. Si ha experimentado usted una experiencia más trepidante en una sala de cine, mis más sinceras felicitaciones. Y toda mi envidia. Para los que no, bienvenidos a la odisea en el espacio de Alfonso Cuarón, donde la sobredosis de adrenalina se mezcla con la épica espiritual, donde el género renace convertido en bestia de apabullante belleza visual y conceptual. Abróchense los cinturones: se acabó la espera; hora de volver a casa.
Autor: Víctor Esquirol Molinas (El Séptimo Arte)
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