Capitán Phillips es un pollazo en el cráneo y un Infierno
camboyano. Vaya eso por delante. Terminó el pase de prensa, me levanté
del sillón, salí a la calle y tuve que sentarme a fumarme un pitillo que
se convirtió en tres. Más finamente hablando, es una de las “obras
puras” de Greengrass, con Bloody Sunday y United 93:
una descripción pormenorizada de un hecho real, relativamente vacía de
contexto (el “relativamente” es importante, enseguida nos metemos con
ello), alimentada por un lenguaje cinematográfico orientado a
incrementar la tensión hasta convertir la película en un horno,
dominando absolutamente todo el espectro que ofrece el género del
thriller de acción, desde el suspense pausado hasta el espectáculo
total. Pero si algo hace que Phillips destaque especialmente
respecto a las dos primeras es la presencia de su actor protagonista,
Tom Hanks, asombrosa a nivel individual en técnica, empatía,
construcción de personaje y asombrosa a nivel colectivo al proporcionar
tanto el gancho emocional como el sentido completo a una película que
describe una odisea humana. La de Hanks es, simplemente y sin menoscabo
del otro intérprete principal del film (el debutante
somalí-estadounidense Barkhad Abdi), una de las mejores interpretaciones
que he visto jamás. No es una afirmación a la ligera. Llevo dos semanas
rumiando esta frase y la he escrito sin que me tiemble el pulso.
“Relativamente”, dijimos. El cine de Paul Greengrass es una propuesta
que, al menos en mi caso, despierta fascinantes preguntas sobre la
capacidad de un director para interpretar hechos reales a través de una
cámara de cine. Phillips nos cuenta el primer caso de secuestro
de un estadounidense por piratas somalíes. Es un incidente, a nadie se
le escapa, consecuencia de factores políticos y económicos globales. Y
Greengrass ni es el primer director que acomete esta clase de incidentes
haciendo uso extenso de la descripción fría de los hechos (sin ir más
lejos, el director es un devoto discípulo de Gillo Pontecorvo) ni
tampoco será el último. Pero lo que distingue al director de Sutton es
su extremismo; su amplio grado de autolimitación a la hora de
informarnos sobre el contexto, restringiendo el enfoque lo más posible.
Si La Batalla de Argel, del cineasta italiano, abarca un amplio
lapso de tiempo, el suficiente como para comprender la realidad en la
que transcurre el film (e incluso el Chacal de Zinnemann
dedicaba parte de su metraje a detallarnos el conflicto francoargelino)
Greengrass, por contra, prescinde activamente de cualquier referencia
externa que ayude a situar el film o a contrastar los acontecimientos
que nos narra con la realidad general de la piratería en Somalia. Se
limita a suministrarnos una multitud de pequeños hechos puntuales con
una ausencia total de reflexiones sobre la situación general. Como ya
hiciera en United, Greengrass encierra a la película en una caja con nosotros en ella.
Esta forma espartana de ver la realidad debería desembocar en un film
aislado y enciclopédico. Pero nunca sucede. Jamás. Porque Greengrass
parte de la premisa de que la mera situación no solo tiene elementos de
sobra para que el espectador comprenda sus antecedentes sin que se los
recuerden, sino que el espectador puede extraer una conclusión privada
de lo que tiene delante. Tal es su confianza en ti. Primero, es un robo
horriblemente mal calculado que desemboca en un secuestro tan
manifiestamente inepto que, paradójicamente, solo termina consiguiendo
que la situación sea aún más peligrosa. Segundo: este incidente es un
perfecto ejemplo de que en este mundo la gente se hace daño no
necesariamente por motivos personales, sino porque simplemente son
piezas de un mecanismo mucho más grande y absolutamente descontrolado.
Greengrass manifiesta una maravillosa capacidad para discernir entre lo
que es “humano” y lo que es “íntimo”. No hay nada de esto último entre
Muse y Phillips. Simplemente es el contacto entre dos personas, un joven
pirata y un capitán de barco que, con toda sinceridad, desearían estar
haciendo cualquier otra cosa menos violentar y ser violentado. Esta
diferenciación es peligrosa a nivel dramático porque los puntos de
agarre que proporciona al espectador parecen, en principio, poco
profundos. ¿Es el capitán Phillips un “Hombre Normal Obligado a ser un
Héroe”? Quizás, pero en manos de Greengrass y Hanks es un profesional
extremadamente competente al borde de la fractura mental bajo la
presión. ¿Es Muse un “Pobre Desfavorecido Víctima de las Circunstancias”
Quizás, pero en manos de Greengrass y Abdi es un hombre con un trabajo
que hacer so pena de muerte. Sin embargo, este distanciamiento es
engañoso. Que Greengrass no se acerque a él no significa que no exista.
Simplemente deja que salga en los momentos justos en forma en forma de
miradas y en forma de emociones extremadamente básicas: dolor y miedo (y
no os podéis ni imaginar cuánto de ambos hay en este film). “Quizás en
América” es el único momento del film en el que se nos recuerda
verbalmente lo que hay detrás de este incidente. Tres segundos de 130
minutos. No váis a tener nada más.
Perdonad por la chapa pero es importante comentar esta perspectiva porque Capitán Phillips
es un thriller al uso en el sentido de que es entretenida de cojones y
absolutamente espectacular pero al mismo tiempo goza de un espíritu
Wikipédico que teóricamente debería obstaculizar cualquier intento de la
película para llegarnos al corazón. Ese problema es indisociable de la
forma en la que el director aborda la película. No lo puedes impedir,
pero puedes salvarlo. Y Greengrass tiene cinco armas.
Sentido común, inteligencia emocional y habilidad cinematográfica,
para empezar. Por la primera comprende que esta película, en el fondo,
insistimos, ES un thriller. Puede que el inicio del film sea puramente
descriptivo –mientras Hanks mira documentos antes de zarpar, en la otra
parte del mundo se despiertan los piratas y sortean quienes serán los
responsables de llevar a cabo el robo– pero su propósito es el de
comunicarnos la ominosa sensación de que tarde o temprano ambos se van a
encontrar. Cada detalle está orientado a incrementar la tensión. Con su
percepción, Greengrass introduce conceptos que en una aproximación más
genérica serían errores de bulto, pero que aquí encajan como un guante.
Hay una sorprendente cantidad de decisiones estúpidas en Phillips.
Lo que en manos de cualquier otro cineasta serían agujeros de guión,
aquí son errores perfectamente humanos cometidos tanto por
secuestradores y secuestrados. Muchos tiros salen por la culata en esta
película y sin embargo, jamás afecta negativamente a nuestra comprensión
de los personajes, meros mortales en un mundo donde los planes nunca
salen bien. Finalmente, la habilidad como cineasta enlaza ambos
factores: además de la escalada de tensión mencionada, el film tiene
tanto empaque y tan poca “grasa” que parece transcurrir en tiempo real;
sabe perfectamente en qué escenas debe aplicar un matiz de suspense, y
en cuales debe sacarse la chorra y dejarte con la boca abierta. El
ejemplo es el asalto del esquife al barco. Para que os hagáis una idea:
está en el mismo pico de espectacularidad que Gravity pero en el opuesto
del espectro. Tenso, duro, arduo, de cuchillo en la boca, perfectamente
contado gracias al uso de planos largos en helicóptero combinados con
momentos en la sala de control donde Phillips contempla, cada vez más
desesperado, que sus esfuerzos para escapar caen en saco roto. Para todo
lo “confuso” que es Greengrass, la progresión formal es aplastantemente
sencilla: conforme pasan los minutos el director va cerrando
progresivamente el plano. El claustrofóbico último tercio del film, una
versión tan destilada de Tarde de Perros que convierte al film
de Lumet en un ejercicio poético, está compuesto de rostros. Y sudor, y
lágrimas. Y presión. Tres armas que demuestran que Greengrass no es
extraordinario por su propuesta: es extraordinario por la personalidad
que otorga a su propuesta y por el dominio de los matices que necesita.
La cuarta es Abdi, ejemplo del extraordinario casting del film
(cortesía de Francine Maisler), hombre delgado y de ojos vacíos quien
probablemente no ha tenido que interpretar nada y simplemente se ha
limitado a recordar lo que pasó cuando vivía allí. No es exactamente una
interpretación. Es una representación, como la del resto de sus
compañeros. Es muy complicado interpretar a muertos vivientes que ni
siquiera son villanos. Simplemente desempeñan una función. Si no tienen
éxito mueren; si lo tienen, también, probablemente. Los cuatro son
magnéticos e icónicos. Cualquier tipo de deficiencia técnica es suplida
con sus rostros.
La última es Tom Hanks. Vamos a contar qué hace Tom Hanks: total
integración con la difícil propuesta del film, insólita capacidad para
mejorar a compañeros de reparto, con solo cruzar la vista con ellos,
dominio físico del plano, control milimétrico de los gestos y de las
inflexiones de la voz que desembocan en una variedad de registros nivel
Pantone (el actor transmite pánico de ocho formas distintas, más o
menos), habilidad extraterrestre para transformar verdaderos morzongos
de líneas (su conversación inicial con su esposa, una explosión de
clichés) en simples aseveraciones de hombre maduro y señor con
fundamento, completa identifiación con el rol profesional de su
personaje (esto no sabría cómo explicarlo… Tom Hanks pasea por un barco
como pasearía un señor que lleva 35 años paseando por un barco) y
absoluta carencia de dificultades a la hora de representar lo que se le
pide, cuándo y cómo se le pide. El actor, a sus 57 años, está en nivel
Hackman. Hasta que sube un nivel. Dos planos. Quince minutos. Eso es el
tiempo que Tom Hanks mete la quinta en este film. La quinta es “nunca le
había visto así”. Es una versión del actor completamente descarnada y
caracterizada por puro desgaste emocional. Por agotamiento. Por
vulnerabilidad. Es un hombre cuyo sentido de la realidad ha dicho “hasta
aquí he llegado”. Es el momento en el que se despeja cualquier duda
sobre la implicación del actor en el film. Y el momento en el que Tom
Hanks, por pura fuerza de voluntad, contextualiza personalmente una
película entera, asumiendo control total y absoluto de la narración para
llevar la película a otro nivel. Antes, Captain Phillips es un
thriller sobrecogedor. Hanks y dos planos convierten la película en una
guerra trascendental y vuelven a recordar que hay demonios internos
(este actor los tiene, o de otra forma no podría llegar hasta donde
llega) que luchan por el Bien.
En fin. Puto peliculón. La tercera GRAN película de Paul Greengrass,
que por mí podría rodar así toda la vida, encasilladito y abriéndome los
ojos sobre cómo actúa la gente como nosotros en situaciones horrendas.
Es una Jungla de Cristal sin épica, sin amor, sin heroísmo y sin una
pistola pegada a la espalda para salvar el día. Es un ejemplo más de que
el compromiso de la cinematografía británica con la realidad se
mantiene inapelable, sin importar de qué estudio procedan las películas o
de intenciones más o menos palomiteras. Lo vimos con Lindsay Anderson,
lo seguimos viendo con Loach, y ahora lo vemos con Greengrass, un hombre
para el que la convención no significa nada, y solo le importamos
nosotros. Excepcional, sin más.
Autor: Rafa Martín (lashorasperdidas)
No hay comentarios:
Publicar un comentario