jueves, 27 de junio de 2013
'El hombre de acero', vitaminada y supermineralizada
Es la película de la temporada, para bien o para mal. ‘El hombre de acero’ (‘Man of Steel’, Zack Snyder, 2013) es el tema de conversación cinematográfico en estos días, hasta que llegue el nuevo juguetito de turno de Hollywood y cambiemos de película/tema. Mucho se ha hablado ya, mucha tinta se ha vertido y las opiniones varían de un extremo a otro sin compasión, como debe ser. Que tras varias series de televisión y cinco películas sobre el personaje —una de ellas relativamente reciente, la de Bryan Singer del 2006— hayan decidido darle un nuevo aspecto a todo, adaptando al personaje a los nuevos tiempos, ensuciados por una crisis económica a nivel mundial, no es en absoluto criticable y tampoco creo que deba usarse como argumento para su defensa.
Efectivamente el film de Snyder es novedoso en muchos de sus aspectos, pero eso no significa que sea bueno, o malo o regular. El intento es loable. La presencia de Christopher Nolan en la creación de la historia la emparenta de lejos, muy de lejos, con su trilogía sobre el hombre murciélago; hay un intento de profundizar más, de hacer menos todopoderoso a Superman, de acercarle como otro ser humano con sus problemas, sus inquietudes y sus dudas existenciales. Aún con cosas interesantes, creo que es un intento fallido en muchos aspectos, aunque la palma se la lleva esa acentuación a lo bestia de todas y cada una de sus herramientas, tanto de forma como de contenido. Olvidémonos de lo que hicieron Richard Donner o Richard Lester con el personaje, y aunque como películas evidentemente pueden compararse —negarlo es de necios— el film cae por méritos propios.
(From here to the end, Superspoilers) Por mucho que haya querido adaptarse el personaje a los nuevos tiempos el esqueleto de la historia es evidentemente el mismo de siempre. Krypton, un planeta muy, muy lejano, está a punto de explotar en millones de pedazos. Jor-El —un Russell Crowe en plena forma, aunque a veces parece que lleva puesto el piloto automático de “puedo con cualquier personaje“— decide que para salvar a sus habitantes debe enviar a su hijo recién nacido, por métodos tradicionales, al planeta Tierra donde la raza kryptoniana podría sobrevivir. Al mismo tiempo que el niño es enviado, el general Zod —un Michael Shannon que nunca deja de gritar, llegando hasta extremos casi paródicos— es ajusticiado por sus crímenes contra el planeta. Obsesionado por encontrar al joven Superman sigue las miles de sondas espaciales enviadas a explorar mundos y cuando llega a la Tierra donde el joven kryptoniano, bajo la identidad de Clark Kent, tiene unos problemas personales de órdago, se lía una buena. Muy súper.
El prólogo ambientado en Krypton destaca por su diseño de producción, tiene el suficiente interés, queda claro desde el inicio que la historia será mostrada de otra forma, y casi convence, si no fuera porque al complicar más la trama de lo necesario surgen contradicciones de diversa índole y todo empieza a ser muy atropellado y oculto bajo un fastuoso despliegue de medios que para colmo no están bien utilizados. ¿Luce bien en pantalla ‘El hombre de acero’? Sí y no. Sí porque el avance en el campo de los efectos visuales es tal que hoy día no parece que haya nada imposible de filmar. Y no, porque el film, en su ansia de sorprender al público opta por la aparatosidad olvidando Snyder que el espectáculo es otra cosa. Darse de hostias con el enemigo y para ello destrozar toda una ciudad es algo que no vemos por primera vez, pero aquí, falto de una progresión dramática que lo apoye, resulta cansino y hasta aburrido tanto destrozo. Por no hablar de que las escenas de acción parecen filmadas por el peor Michael Bay en lugar de Zack Snyder.
La estructura fragmentada a base de flashbacks rompe con el ritmo interno de la historia y algunas decisiones, como la de que Lois Lane conozca con mucha antelación la identidad de Superman, estropea de golpe y porrazo la evolución/relación de ambos personajes, con el detalle de que los actores Henry Cavill —¿soy yo o este tío tiene los brazos demasiado cortos?— y Amy Adams —el trabajo actoral más desaprovechado de la función, el que más molesta de hecho— no poseen ni la más mínima química. La historia de amor no es que sea previsible, es que no tiene la más mínima chispa, ni siquiera una latente tensión sexual, que sería lo apropiado. También tenemos las enseñanzas de papá Kent —un Kevin Costner tan carismático como frío—. No pelearse, no salvar a la gente que podría morir en un accidente, en definitiva no darse a conocer hasta tener la edad de Jesucristo para luego sí, salvar a todo bicho viviente. El tufillo religioso es algo que no me esperaba, creía a David S. Goyer con más huevos que eso. Ver a Kent consultando con un cura, el cual no le soluciona absolutamente nada, o esa pose de cristo renacido cuando va a salvar a Lane, chirrían en un conjunto desequilibrado y al borde del ridículo.
Snyder no parece Snyder, lo que en un principio me gusta. Pasa de los efectitos a cámara lenta, típicos en sus dos anteriores y laureados trabajos, pero en lugar de optar por la sobriedad narrativa, que no está reñida con el gran espectáculo, se dedica a extraños zooms digitales —a mí me recuerdan a los de la serie ‘Battlestar Galactica’— y a filmar acción atropellada con una trascendencia que anula cualquier atisbo de épica y emoción. Los actores están todos desaprovechados y en algunos casos duele más que en otros. Henry Cavill es un buen Superman, pero ver a Shannon haciendo el tonto, a Adams perdida, a Laurence Fishburne como complemento casi episódico, o a la maravillosa Diane Lane como madre adoptiva, cumpliendo con sus roles cual obrero de fábrica cumpliendo con su deber como un robot, entristece un poco en una película con tantas posibilidades abiertas.
Lo que más me ha convencido de ‘El hombre de acero’ son sus momentos íntimos, esos en los que mucha gente menta a Terrence Malick no sin razón. Curiosamente Snyder demuestra algo de mano en esos momentos, dotar al film de la esencia y trascendencia que los diálogos o acciones de los personajes no tienen. Esa escena del final con Costner mirando a la distancia a su hijo jugando con una capa es probablemente la mejor de la película —junto con la secante conclusión de la pelea entre Zod y Superman—, aquella en la que el mito se desconstruye para nacer de nuevo de cara a los nuevos tiempos tan necesitados de la figura de un héroe. Y aunque Hans Zimmer se lo curra bastante para que no nos acordemos de John Williams, no llega.
Autor: Alberto Abuín (Blog de cine)
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