viernes, 21 de junio de 2013
Crítica de "El Hombre de Acero"
POPQUIZ, HOTSHOTS: ¿Qué es El Hombre de Acero? ¿Un conjunto de premisas inconclusas, vagas, difícilmente relacionables, y directamente chorras, salvadas por un descomunal y portentoso delirio visual, tangible, grave, dinámico? ¿O es quizás un íntimo viaje personal, rico en ideas sobre la educación, el poder, la moralidad y la herencia, coartado por un genérico espectáculo de acción dominado por la tradicional estructura Pitote Inicial, Objeto Clave, Secuencia de Acción, Explicar, Secuencia de Acción, Clímax de Megadestrucción Total, Select, Start?
¿Ein?
Yo no termino de aclararme y he visto la película hace dos días. ¿Cómo puedo hacerlo, si se trata de un film capaz de juguetear durante media hora con el experimentalismo (¡montajes fragmentados! ¡Kansas, según Malick!) y, minutos después y sin solución de continuidad, pasar a explicarte el origen de su protagonista DOS VECES? No puedo reconciliarme con un film con frases tan interesantes como “La moralidad es una desventaja evolutiva” y que abraza de manera declarada el género de la ciencia ficción, expandiendo sus horizontes, cuando media hora antes he sido testigo del despegue de siete naves con forma de polla –símbolo constante en la filmografía de su director–, en un Krypton tan reminiscente de Pandora que Cameron no sabe si meter una demanda o enviar un ramo de flores. ¿Qué demonios, en definitiva, hago ante una película con las pelotas de presentar una de las concepciones más complejas, dramáticas, razonables, violentas y arriesgadas de un personaje con 75 años de historia pero renuncia a explorar completamente, y como se merecen, las consecuencias de sus actos?
Tratándose de un film plagado de momentos de “esto es la hostia” seguidos de “sí, pero”, El Hombre de Acero casi me pide que tire una moneda al aire para decidir con qué me quedo. Lo que sí tengo claro es lo siguiente: la propuesta de DC, Warner Bros y Syncopy para el género de superhéroes es tan sofisticada, tan artística y autoral (y tan bonita) que implica, por cojones, honrosas derrotas que sus responsables no están dispuestos a asumir. La primera es el sacrificio del gran espectáculo en favor de alimento para nuestras almas, la elevación del género a un nivel prácticamente inalcanzable y digno de la herencia de su editorial madre. El precio a pagar es la marginalidad. Héroes verdaderamente alejados del gran público. Requiere narración sutil, delicada, DIFÍCIL, que se traduce invariablemente en menos dinero. Y no están dispuestos a aceptarlo, porque el precio es demasiado alto.
El Hombre de Acero es un film sobre la educación relacionada con el uso y ejercicio del poder, y la historia de un hombre cuya integridad, cuya capacidad legendaria para discernir el bien y el mal, están en proceso de desarrollo. Conocemos a Clark Kent/Kal-El (Henry Cavill), “último hijo de Krypton” como un vagabundo enfrentado a un fascinante dilema moral: obedecer su impulso natural de usar sus poderes por el bien de la Humanidad, como era el deseo de su padre biológico (Russell Crowe) o atender las ambiguas enseñanzas de su padre adoptivo (Kevin Costner), un granjero acostumbrado al conservadurismo y a la intransigencia de su estado natal de Kansas, quien le plantea la posibilidad de que, en algunos casos, en este mundo complejo, hostil –y profundamente militarizado– la vida humana es discriminable. Enfrentado a él se encuentra uno de sus últimos compatriotas, el general Zod (Michael Shannon), quien está libre de esa clase de dudas porque sus actos obedecen a la función que ha nacido para desempeñar: preservar a toda costa la vida kriptoniana, a costa de la conquista de nuestro planeta. Zod resuelve en un segundo la decisión más difícil de tomar. Kal-El ha tenido 33 años para decidir. Todavía no lo sabe. Y el tiempo apremia.
Perdonad que insista: si ahora os digo que esta clase de premisa se va a resolver con 60 minutos de explosiones, pensaríais que me he vuelto loco. Pero, ¿qué pensaríais si os digo que la violencia y militarización exhibidas en El Hombre de Acero –de lejos el film más letal de los seis– son de alguna forma pertinentes para el escenario que nos plantea el film (que entre dioses, la vida humana REALMENTE es discriminable) y con todo no termina de desarrollar esta noción, porque requeriría llevar al espectador a un lugar realmente oscuro y terrorífico? Lo intenta, eso sí. Y por ello también os digo otra cosa: creo firmemente que plantear siquiera estas cuestiones es un paso adelante para el género, aunque tropiece, se caiga por un barranco y se parta el cráneo.
El problema de la concepción es la falta de valor. El problema del film, en sí mismo, es la falta de Amor. Y no me refiero a la vertiente romántica. Amor por la vida. Veréis: cualquier idea de Superman que plantee a nuestro protagonista como un salvador de la Humanidad –y esta no es una excepción, por sombría que sea– requiere imperiosamente que Supes esté enamorado de nuestro planeta y la gente que vive en él. Y el film, que dedica tanto tiempo a plantearnos trágicos conflictos, es inusualmente mudo a la hora de demostrar a nuestro héroe que este mundo merece ser salvado (sobre el humor: prefiero una película sin chistes a una con chistes de mierda, y ésta tiene uno de esos al final que vale por cuatro). Estos momentos son aislados y llegan de la manera más inesperada: el momento más hermoso es un maravilloso acto de heroísmo desinteresado de Laurence Fishburne, quien aparece dos puñeteros minutos en el film. Sobre esta carencia, voy a poneros el mejor ejemplo que se me viene a la cabeza: nuestro héroe no confiesa sus temores a la mujer que le crió, único ancla vital que le queda. No, va a hablar con un cura. Porque el film prefiere canjear amor de madre por un tenso y forzado simbolismo religioso. La conversación, oh, sorpresa, acaba resultando irrelevante. Para un film que se vanagloria de presentarnos una súbita referencia a Platón, El Hombre de Acero pasa demasiado tiempo… en la caverna (“OMG ROFLCOPTER EPIC WIN, RAFA” “Gracias, gracias… ahora seguid leyendo”).
* (¿Sabéis a quién leía el Superman de Donner? A DICKENS)
Ya puestos con las preguntas. ¿Quién coño es Zack Snyder, versión 2013? La respuesta es “Mi versión favorita”. Un señor profesional entregado, consciente finalmente de sus (er, amplias) limitaciones y que ha terminado por consolidar un estilo cinematográfico de gran presupuesto, que al fin y al cabo es lo que ha elegido, lejos ya de Amanecer de los Muertos. Puedo contar media docena de imágenes silenciosas, descriptivas, cargadas de ideas e intención. También puedo detectar un salvaje uso y abuso del plano medio corto (encuadre a la altura del sobaco, contad, contad…) en las conversaciones pero, la verdad sea dicha y cuando el film se pone las pilas, hace uso de un abanico relativamente amplio de recursos visuales que posibilitan que el clímax final sea el episodio de devastación menos cansino que recuerdo –aunque, como viene siendo habitual, la mejor secuencia de acción, la más sorprendente y variada, transcurre a mitad de película–. En este film Snyder ha efectuado una de las transiciones estilísticas más salvajes que recuerdo a un director en años: reemplazando planos estáticos por una omnipresente cámara en mano, y sustituyendo imágenes etéreas por movimientos pesados, tangibles, que captan por vez primera en todo su esplendor la contundencia, la inercia y los efectos de los poderes de los que hace gala nuestro protagonista, lo que no es pecata minuta. Muuucho menos restringido de lo que me imaginaba, gracias a que sus competencias se han delimitado y puede dedicarse a lo que mejor sabe hacer. Voy a especular con que en este film se limita a explotar su faceta de creador de imágenes, liberado de carga de trabajo adicional, y cruza los dedos con la esperanza de que los dos guionistas hayan identificado los matices que requiere la historia, para que él no tenga que hacerlo. Cuando no sucede, por los motivos antes comentados, Snyder –esto sí– es manifiestamente incapaz de dar un golpe en la mesa y asumir el control del cotarro. Simplemente, le falta madurez (ver: pollas).
Todo lo dicho se aplica a los actores, comenzando por Cavill: afectados en mayor medida por la calidad con la que están escritos sus personajes; calidad relacionada con su importancia a la hora de resaltar el conflicto de nuestro protagonista. El joven actor británico tiene ante sí la temible labor de abordar a un Superman confuso y desorientado. Rara vez, sin embargo, tiene la oportunidad de demostrar calidez, admiración, nobleza, porque el propio personaje se lo impide. No, lo que me gana de él es la habilidad para ceñirse a la propuesta del film, Superman a medio camino de serlo. Su capacidad para añadir textura al personaje, cosa que se demuestra en su primera conversación con los militares, en la que es perfectamente consciente de que le falta la seguridad de la que algún día hará gala, y con todo intenta fingir una apariencia de confianza y valor. Como Garfield en Spider-Man, Cavill se adapta DE MARAVILLA a un modelo bastante revisionista de un personaje, y permanece a la espera de que los responsables se decidan a convertirle en una presencia dominante más allá del tiempo de pantalla.
Dominante es Crowe, que simplemente devora la película en los primeros 15 minutos y reaparece a mitad de metraje para alegría del espectador. Dominante es Costner, quien tira de arrugas para lidiar con el personaje más desagradecido de la función. Dominantes son Shannon –la agresión, por definición– y Antje Traue (ninja badass y verdadera portavoz de la ideología Kriptoniana de “Quien tiene el poder, tiene la razón”, quien valida todas las expectativas de quienes la vimos en Pandorum). Todos los personajes responsables de incrementar el conflicto de Superman me parecen verosímiles. No me lo parecen quienes deberían aliviarle del mismo. Hay una absoluta falta de química entre Cavill y Adams, cuyo carácter independiente, agresivo y dinámico tan bien definido en la primera mitad del film desaparece en el momento en el que se enamora perdidamente. Diane Lane, como ya expliqué antes, es la gota que colma el vaso: el personaje más decente, más incondicional, la que mejor comprende las capacidades de su hijo y va y desaparece justo en la peor ocasión:, cuando debe recordar al chaval por qué está peleando.
Dominante es Hans Zimmer. Nada más que decir.
Y así terminamos, con más preguntas que respuestas. Me pregunto que pensará Nolan, alma mater del nuevo rumbo DC. Él, que no quiere preguntas sencillas, pero que teme las respuestas complejas. Metódico para concebir las premisas, elemental en las herramientas para desarrollarlas (el TRAUMA, factor principal en la escena culminante con Costner, épica y ridícula a partes iguales). Es consciente de la existencia de grandes ideas, de la existencia de un mundo de fantasía heroica compatible con una realidad contemporánea y, en último caso, de la existencia de Gran Espectáculo, pero incapaz en estas últimas fechas de encajar correctamente los tres ámbitos. Decidido, con todo y pese a quien pese, a eliminar soluciones rancias, para crear problemas nuevos y avanzar el género, tropezón a tropezón. Hete aquí que, después de tantas expectativas, comentarios, esperanzas y decepciones, el extraordinario trailer terminaba con la pregunta clave y primordial. “What do you think”. Superman me estaba hablando a mí, al fin y al cabo.
Autor: Rafa Martín (lashorasperdidas)
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