viernes, 22 de noviembre de 2013

«Los juegos del hambre: En llamas»: La arquera está que arde


En un momento preciso de estos nuevos «Los juegos del hambre», el inmortal Fellini se nos viene a la cabeza con aquella película emocionante y vidente, «Ginger y Fred», una parodia de la televisión, a la que odiaba sin remordimientos, y sus burdos y crueles mecanismos para contentar al anestesiado, pero, a pesar de ello, peligrosamente exigente, respetable. Nunca hay bastante sangre ni bastante carne fresca. Son esas escenas donde Katniss Everdeen y Peeta Mellark, su novio postizo hasta cierto punto, aparecen disfrazados de futuros contrayentes delante de una cámara. Y el público ruge complacido porque quiere más, más mentiras, más límites quebrados, aunque sea un matrimonio de pega o un embarazo ficticio. Creen porque quieren creer, porque les han acostumbrado a creer en vidas falsas. Y lo necesitan. Contra la mayoría de los pronósticos y el péndulo de la muerte oscilando siempre encima («segundas partes nunca fueron buenas», dicen y aciertan demasiadas veces), Francis Lawrence ha sabido enmendar la plana, si quiera decentemente, al filme primigenio dirigido por Gary Ross y dotar a éste de la necesaria acción, emotividad, madurez (porque Katniss ha crecido y es escéptica y sabe que esa sociedad dividida en números huele a podrido y, por ende, siente mayores razones para utilizar el arco y la flecha), amén de hacer evolucionar la historia hacia un terreno donde el romanticismo existe pero no es tan evidente. Por encima de la crítica, que comparten ambos títulos, hacia una sociedad no tan futura totalitarista y fascistoide, un inclemente Gran Hermano para el que las víctimas que deja a su paso sólo resultan daños colaterales que pueden eludir fácilmente, basta cambiar de canal un rato, la cinta poseee buenas escenas de acción e interpretaciones ajustadas por parte del elenco joven (con una puntuación alta en especial para Lawrence, esa actriz de belleza redonda y extraña que será ya para siempre la heroína en llamas) gracias, también, a la presencia de Donald Sutherland, que repite en el papel del tenebroso presidente Snow, y la incorporación de fichajes como Philip Seymour Hoffman, en un ambiguo personaje que hacia el final del metraje da la impresión de que ya se había decantado por uno de los filos de la navaja. Los fans pueden estar tranquilos porque esto no ha hecho más que empezar, y la arena y los combates y los retruécanos de guión se extienden, lejanos, en el horizonte.

Autor: Carmen L. Lobo (Diario La Razón)

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