lunes, 4 de noviembre de 2013

Crítica de "Thor: El mundo oscuro"


A Louis Feuillade, el gran padre del folletín cinematográfico, le asombraría comprobar cómo una de las grandes formas ligeras del cine de los orígenes se ha transformado en una de las grandes formas aparatosas del cine espectáculo contemporáneo. El autor de Fantomas (1913-14), Judex (1917-18) y Los vampiros (1915), los seriales que embrujaron el imaginario surrealista, acostumbrado a improvisar su cine por entregas bajo la libre inspiración de localizaciones reales, quizá no reconocería una descendencia directa en esta red de aparatosos megablockbusters interconectados que está proponiendo la Marvel. Y, sin embargo, en ellos está afirmándose la pervivencia de ese espíritu lúdico y, sobre todo, la renovada seducción del continuará: sorprende ver a toda una sala —aunque sea en una proyección de prensa— quedarse hasta el final de los créditos para no perderse la secuencia de propina que lanza el gancho para futuros goces.

Resuelta por fin la fase de orígenes y refundaciones —que parecían condenar al espectador al eterno retorno—, la Marvel parece entregada al placer de la aventura pura y dionisiaca: películas como esta segunda entrega de Thor —al igual que, poco antes, la crucial Los vengadores (2012) y la muy sofisticada Iron man 3 (2013)— hacen realidad el sueño húmedo del fan fatal: el comic book transmutado en feliz sinfonía de ruido, furia, efectos especiales y estratégico sentido del humor. Lo más parecido, en suma, a ser devorado por una página de tebeo.

Si el currículo shakespeariano de Kenneth Branagh convirtió al cineasta en insólita elección para poner en marcha la franquicia del dios nórdico, el paso de Alan Taylor por la serie Juego de tronos parece haberle postulado para hacerse cargo de esta segunda entrega: más vale no conceder demasiada importancia a ese pedigrí, porque Chris Hemsworth no sintoniza con la intensidad trágica de sus compañeros de reparto Tom Hiddleston, Anthony Hopkins y René Russo. Como generosa contrapartida, Thor: el mundo oscuro ofrece movimiento perpetuo, humor cómplice y un clímax con pasadizos entre universos que va mucho más allá de una electrizante eficacia.

Autor: Jordi Costa (Diario El País)

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