Si «Expediente Warren» es la cara A del vinilo
ectoplásmico de James Wan, «Insidious 2» es la cara B. Entendámonos: la
primera es a «La casa encantada» de Robert Wise lo que la segunda es a
«House of Haunted Hill» de William Castle. Es interesante verlas como un
díptico en el que, bajo las leyes de una misma fórmula narrativa, la
puesta en escena dicta su marca de identidad. Ambas son películas de
fantasmas respetuosas con los estereotipos más primarios del subgénero,
pero la elegancia de la cara A contrasta con –y complementa a– el
descaro de la cara B, que mezcla «Psicosis», «El resplandor» y «El
carnaval de las almas» (citada explícitamente) en un carrusel del terror
sin cuartel ni coartada, que utiliza armarios, puertas que chirrían y
golpes de música sin avergonzarse de sus trucos.
El
prólogo nos sitúa en la infancia de Josh (Patrick Wilson), torturado
por un fantasma que lo sigue a través de los tiempos. Es el perturbador
arranque de una secuela que mejora el original sin aportar grandes
novedades, porque «Insidious 2» empieza donde acababa «Insidious». Los
Lambert vuelven a ser una familia, aunque el padre, Josh, es sospechoso
del asesinato de la médium que le ayudó a rescatar a su hijo mayor del
Otro Lado. Lo que sigue corrobora la capacidad de Wan para convertir los
objetos en portadores del mal, en trabajar los extremos del encuadre
como ángulos ciegos de la visión de la que puede nacer lo siniestro y en
encadenar susto tras susto importándole más la cantidad que la calidad,
con una insolencia digna de mención. En su tramo final, lo más flojo de
«Insidious», repite visita al purgatorio, aunque esta vez se atreve con
viajes en el tiempo que hacen que el desvío, estilo «Inland Empire» de
serie Z, sea bastante más gratificante.
Autor: Sergi Sánchez (Diario La Razón)
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