lunes, 4 de noviembre de 2013

Crítica de «Insidious 2»


Si «Expediente Warren» es la cara A del vinilo ectoplásmico de James Wan, «Insidious 2» es la cara B. Entendámonos: la primera es a «La casa encantada» de Robert Wise lo que la segunda es a «House of Haunted Hill» de William Castle. Es interesante verlas como un díptico en el que, bajo las leyes de una misma fórmula narrativa, la puesta en escena dicta su marca de identidad. Ambas son películas de fantasmas respetuosas con los estereotipos más primarios del subgénero, pero la elegancia de la cara A contrasta con –y complementa a– el descaro de la cara B, que mezcla «Psicosis», «El resplandor» y «El carnaval de las almas» (citada explícitamente) en un carrusel del terror sin cuartel ni coartada, que utiliza armarios, puertas que chirrían y golpes de música sin avergonzarse de sus trucos.

El prólogo nos sitúa en la infancia de Josh (Patrick Wilson), torturado por un fantasma que lo sigue a través de los tiempos. Es el perturbador arranque de una secuela que mejora el original sin aportar grandes novedades, porque «Insidious 2» empieza donde acababa «Insidious». Los Lambert vuelven a ser una familia, aunque el padre, Josh, es sospechoso del asesinato de la médium que le ayudó a rescatar a su hijo mayor del Otro Lado. Lo que sigue corrobora la capacidad de Wan para convertir los objetos en portadores del mal, en trabajar los extremos del encuadre como ángulos ciegos de la visión de la que puede nacer lo siniestro y en encadenar susto tras susto importándole más la cantidad que la calidad, con una insolencia digna de mención. En su tramo final, lo más flojo de «Insidious», repite visita al purgatorio, aunque esta vez se atreve con viajes en el tiempo que hacen que el desvío, estilo «Inland Empire» de serie Z, sea bastante más gratificante.

Autor: Sergi Sánchez (Diario La Razón)

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