Ricardo Darín y Belén Rueda, dos padres en el descansillo.
Una escalera y dos caras amigas. Así se cocina un thriller para que triunfe en, por lo menos, dos continentes. La segunda película de Patxi Amezcua tras la prometedora 25 kilates, parte de una premisa fácil pero busca llegar más alto que el piso séptimo. Sebastián (Ricardo Darín) va a recoger a sus hijos a casa de su ex mujer (Belén Rueda) para llevarlos al colegio. Para salir del edificio –quizás no tan edificante como otros inmuebles peliculeros– el padre juega a un juego con los niños que consiste en ver quién llega antes al primer piso: ellos, por las escaleras; él, en el ascensor. Sólo que en esta ocasión, cuando el padre llega abajo, no hay rastro de los nenes.
Sobre esta desaparición –¿existe un terror mayor para un padre que perder a sus retoños?– construye Amezcua su thriller de miradas, gestos y escasas palabras, apoyándose fundamentalmente en la pareja de actores: menos en Belén Rueda, estupenda pero en un discreto –quizás demasiado– segundo plano, que un inapelable Ricardo Darín. Su ex marido canalla y desquiciado es tan contundente que, aunque a veces te entren ganas de subir en ascensor –el suspense se convierte en rutinario pilla-pilla por las puertas de los vecinos y, en cada piso, se hacen evidentes algunas fallas de guión–, al final compensa el esfuerzo de subir y bajar escaleras con tal de no despegarte de él.
Autor: Andrea G. Bermejo (Cinemanía)
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