miércoles, 13 de noviembre de 2013
'El juego de Ender', la aventura comienza
No sé si a alguno o a muchos de vosotros se os habrá “encendido una lucecilla” al leer el titular que he elegido para esta crítica de ‘El juego de Ender’ (‘Ender’s Game’, Gavin Hood, 2013). Si es así, sabréis de dónde procede ese “la aventura comienza” y podéis saltaros este párrafo. Para los que seguís leyendo, aclaremos que dicha frase era la que acompañaba en su estreno en España a ‘Starfighter’ (‘The Last Starfighter’, Nick Castle, 1984), uno de esos clásicos de la ciencia-ficción y la fantasía de los años ochenta que forma parte indeleble de la memoria de todo aquél cinéfilo que la viera hace ya casi treinta años.
El motivo de traerla a colación para comentar la adaptación que Gavin Hood ha hecho sobre la novela original de Orson Scott Card es que durante gran parte del metraje de la cinta que hoy nos ocupa no pude quitarme de encima —ni quise, llegado el momento— la agradable sensación de haber perdido casi treinta años y encontrarme de nuevo con aquél niño que iba con su padre al cine todos los viernes a viajar a mundos imaginarios sin que poco o nada importaran los valores técnicos o artísticos de la película en cuestión. Cine era en aquellos sinónimo de esa magia que la edad hace que ya no se encuentre tan a menudo como fuera deseable, una magia que, al menos en lo que a un servidor respecta, ‘El juego de Ender’ captura en no pocos momentos.
Vaya por delante que mis afirmaciones anteriores no van encaminadas a glorificar a un filme que tiene sus problemas o a pasar por alto los mismos impulsado por ese sentimiento de retorno a la infancia que provoca la producción. A fin de cuentas, el que uno pueda llegar a sentirse con treinta años menos no consigue postularse como óbice para ignorar el bagaje que tres décadas de cine —y casi la mitad de opinar de forma escrita sobre el medio— aportan, y bajo la mirada crítica, ‘El juego de Ender’ tiene ligeras asperezas en ciertas dificultades iniciales para conectar con el espectador dado lo atribulado de su arranque y en un desarrollo algo irregular, que alterna momentos espléndidos con otros de exposición de personajes que, aunque necesarios, lastran el buen ritmo de la proyección.
Al mismo tiempo, he de admitir que resulta decepcionante que una cinta con actores de la talla de Harrison Ford y Ben Kingsley no sea capaz de sacar partido de las enormes capacidades de ambos, quién sabe si porque Gavin Hood no ha sido capaz de extraer todo lo grande que hay en ambos intérpretes o porque, directamente, el interés de sendas estrellas por la cinta no ha ido más allá de embolsarse un jugoso cheque y esperar, en el caso de Ford, que la cinta tenga éxito para recuperar algo del relumbre perdido.
Sea como sea, lo cierto es que al margen de las consideraciones anteriores —minucias, para qué engañarnos— ‘El juego de Ender’ recupera para sí aquél sentido de lo maravilloso y la épica que el cine de los años ochenta capturaba con suma facilidad con mayor o menor fortuna —que no todo era oro en aquella maravillosa década— y lo hace por mor de tres factores fundamentales que sirven para que la cinta se desmarque de la mediocridad mediante la que se ha definido la ciencia-ficción en este año que toca a su fin.
Para empezar tenemos a unos actores adolescentes que hacen de la convicción su fuerte y, aunque el horrendo doblaje al castellano se empeñe en destrozarlo, el trabajo de Asa Butterfield y Hailee Steinfeld resulta estimulante, quizás no tanto como lo que le habíamos visto a ambos intérpretes en sus dos papeles anteriores, pero tan estimulante a fin de cuentas como lo es la dirección de Gavin Hood, un cineasta que plantea una precisa alternancia entre las formas que le vemos en las secuencias de exposición, plagadas de primeros planos y planos medios encaminados a dejar que sean los actores los que acarreen con el peso del protagonismo, y las de acción, donde el realizador se luce, y cómo.
Es precisamente en estos últimos momentos donde ‘El juego de Ender’ consigue con mayor facilidad ese transporte a otra época del que hablaba más arriba, ya sea en las secuencias de entrenamiento en la sala sin gravedad —espléndidas todas ellas— ya en las que tienen lugar en la Escuela de Alto Mando, rubricando Hood la creciente intensidad de las mismas con un entrenamiento final que dejó al que esto suscribe con las uñas clavadas en el asiento y el aliento entrecortado gracias a la asombrosa mezcla entre dirección, montaje, efectos visuales y una partitura de Steve Jablonsky que brilla aquí con especial intensidad.
Antes de finalizar, creo necesario precisar una relevante acotación acerca de ‘El juego de Ender’ que a mi entender no hace sino redundar en las positivas valoraciones que de la cinta he podido obtener. Y esta no es otra que el preciso tratamiento que Hood da al personaje de Ender Wiggin, un adolescente que evade todos los problemas asociados a la edad, eludiendo en la definición los arquetipos en los que se suelen encasillar a la misma para establecerse como un personaje en construcción que evoluciona ante nuestros ojos conforme avanza la cinta sirviendo, a la postre, como perfecto exponente de la tesis ética planteada tanto por el filme como por el relato original de Card.
Y si no he hecho referencia en ningún momento a si la cinta es mejor o peor adaptación de la novela original es por un motivo muy simple: no la he leído. Si que he tenido la oportunidad de acercarme a su traslación al cómic publicado por Marvel, y si todo el mundo considera que éste último es bastante fidedigna a lo que Card publicó allá por 1985, no creo que lo que aquí ha adaptado Hood se aleje mucho del texto original y de las muchas complejidades que al parecer éste encerraba. Unas complejidades que, bastante bien pulidas por el libreto del cineasta, nos dejan una cinta de esas que uno sale del cine queriendo volver a ver a la mayor brevedad posible. Y eso ya no pasa todos los días.
Autor: Sergio Benítez (Blog de cine)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario