viernes, 15 de noviembre de 2013

Crítica de «Blue Jasmine»: Woody Allen vuelve en tranvía

El mundo está lleno de gente a la que nunca, nadie, les va a convencer de que se puede soportar entera una película de Woody Allen; pero no somos menos los que hemos perdido el tamiz por el camino, y nos gustan todas: las buenas y las malas.




La crítica de todo el mundo (o sea, media docena de críticos americanos) ya han bendecido «Blue Jasmine» como una de las mejores de Allen, lo cual pondrá aún más alerta a sus detractores. Probablemente esto se debe a que Woody Allen ha hecho una película "seria" y con un cierto aire de un Tennessee Williams al que le hubiera pasado la aspiradora, con una Blanche Dubois (que interpreta (Cate Blanchett) que no viaja en tranvía sino en limusina y con varios Stanley Kowalsky que se ponen la camiseta de Marlon Brando al derecho y al revés.

Es una película "seria" porque los personajes están empapados de profundidad y sudor frío, aunque también es una película en la que el humor está magníficamente disuelto en los ambientes, en el contraste entre el pésimo gusto de la "clase alta" y el inquietante de la "clase baja", ambos sutilmente caricaturizados por un Woody Allen sarcástico y que detalla con lucidez que tan hortera puede ser el dinero como su ausencia.

Blanche-Blanchett pasa de la opulencia casi ridícula cuando su marido (Alec Baldwin), un Kowalsky de las finanzas, un trapacero, se arruina por completo, y la convierte en una viuda demente que se tiene que ir a vivir con su hermana (Sally Hawkins, la cómica que rebosa tragedia) y en los ambientes de su vida vulgar, con un ex marido rencoroso, un novio cervecero que sospecha que no tiene clase, sino ralea, y con un pretendiente a lo Karl Malden sin clase ni ralea.

En fin, Woody Allen le ofrece a Cate Blanchet la oportunidad de conmover y enamorar al espectador, y ella la aprovecha como si fuera a ganar un Oscar; y cuaja la narración de tiempo mezclado, de presente sórdido y de pasado reluciente pero sucio, y uno va enterándose de la historia a la vez que compadeciéndose de su protagonista. Como en todo el cine de Allen, el amor por sus personajes no le impide mostrarlos con todo su egoísmo y voracidad; todos son sospechosos de algo, incluso algunos culpables, pero el cine de Woody Allen, el bueno y el mejor, siempre los rescata para que se parezcan a todos nosotros.

Autor: E. Rodríguez Marchante (Diario ABC)




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